Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

SOLIDARIDAD CON HAITÍ
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24 agosto 2009

Lluviaaaa!



Daría tantos besos como gotas por escuchar esta música tras los cristales de mi ventana.


Lluvia y poesía.

17 agosto 2009

Los castillos en el aire siempre se los acaba llevando el viento - II

La respuesta

Tenía tantas dudas en la cabeza que opté por llamar a mi amigo y contarle lo que había pasado para que me asesorara ya que él conocía más y mejor a Daniel. Era una persona práctica a la hora de valorar las cosas y me fiaba completamente de lo que me dijera. Bueno, no deja de ser sorprendente, me dijo, pero tampoco debe extrañarte tanto porque siempre te he dicho que podrías hacer cosas mucho más interesantes que estar de administrativa en un Ministerio. Seguramente Daniel se ha dado cuenta de ello y previendo crear una nueva empresa ha pensado en ti. A veces las cosas ocurren de la forma más inesperada. Si me pregunta no te preocupes porque te respaldaré al cien por cien. No, si no te llamo para que me respaldes o no, lo que quiero es que me digas si este tipo es serio o es un cantamañanas porque yo no puedo arriesgarme a pedir una excedencia para que luego me diga que el proyecto no era definitivo o cualquier otra historia que me deje con el culo al aire. Eso me parece bastante improbable porque no es un empresario de medio pelo ni mucho menos y todos los proyectos que yo conozco de los que ha iniciado han sido de gran calado y previos estudios muy rigurosos. De todas las maneras espérate a que te concrete más todo y no te precipites. ¿Y tú no podrías llamarle y tantearle un poco? Se rió. No te rías joder, que esto es muy importante para mí y quiero pisar lo más firme posible porque me juego mucho. Sabes que no me gusta hacer esas cosas porque me parecen una intromisión, de igual manera que no me gusta que las hagan conmigo. Si el me comentara algo sería otra cosa, pero no creo que precisamente tú necesites intermediarios de ningún tipo porque, además de mayorcita, no tienes un pelo de tonta y te las sabes ventilar muy bien. Pues me siento muy insegura en este caso. Pues espabila, guapa.

No me despejó demasiadas dudas pero sí una que me preocupaba especialmente y era la supuesta seriedad del francés respecto a llevar a la práctica el proyecto empresarial. Bueno, me dije, ahora lo que tienes que hacer es coger un papel y contrapesar los pros y los contras. La mejora económica y el desarrollar una nueva actividad profesional con un grado importante de responsabilidad pesaban demasiado como para desdeñar la oferta. Además era un reto y a mí los retos siempre me han gustado. A pesar de todo llamé a los pocos días a Daniel para vernos de nuevo y me aclarara algunas dudas que me habían surgido. Volvimos a quedar a comer en otro stupendisssmo restaurante y volví a sacar otro trajecito pijo del baúl (aún me quedaban varios por lucir). Otros zapatos y bolso de marca no me quedaban porque los había regalado todos; los dichosos tacones me destrozaban los pies y a mí lo que siempre me ha ido es la comodidad. Aún así me vi divina de la muerte al mirarme al espejo. Vamos pa'llá, niña.

¿Cómo solucionaríamos lo del idioma? ¿Lo de empaparme en materia de leasing lo tenía que hacer por mi cuenta o tendría la posibilidad de que otra persona de la empresa me enseñara con más profundidad? ¿En qué fechas aproximadas tendría que incorporarme a tiempo total al proyecto? (Pedir una excedencia no se puede hacer de la noche a la mañana pues, como todo en la Administración, exige un procedimiento burocrático que no se tramita ni mucho menos con la agilidad requerida). Estos días he estado pensando en ello precisamente y creo que he encontrado la solución más adecuada para ti y para mí. Lo óptimo sería que te pasaras tres o cuatro meses en París aprendiendo francés en la Berlitz compaginándolo con la asistencia a nuestra división de leasing todos los días para ir conociendo su funcionamiento. Te pondríamos un tutor que hable también español para que te sea más sencillo, aunque creo que lo mejor sería que te hablara en francés para aprenderlo más rápido y usar sólo el español para lo que no entendieras. Supongo que todo eso correría a cargo de la empresa... Por supuesto, además te proporcionaríamos un apartamento para vivir durante tu estancia allí. La verdad es que esa oferta facilita bastante las cosas porque con mis limitaciones económicas yo no podría costeármelo. Supongo que eso a ti tampoco se te escapa. Por supuesto que no, pero me parece que vale la pena la inversión ya que te veo capaz de ponerte al día en poco tiempo. He hecho las indagaciones pertinentes en París y me han dado el visto bueno. Sólo falta que te decidas. Cuanto antes lo hagas antes podremos empezar con el programa. La comida transcurrió de forma muy profesional, muy centrada en el trabajo, en los objetivos que se había planteado, en cómo cambiar la mentalidad de los posibles clientes para alquilar con posterior opción a compra, en el tipo de campaña publicitaria que se estaba diseñando... En fin, que salí encantada de la comida y se disiparon todos mis resquemores porque el tipo se había mantenido totalmente en su sitio con maneras de empresario de lo más serio.

¡París, dios santo, París! Ya había ido varias veces con mi ex pero eso de pasarme allí unos meses me parecía alucinante y más aún sin tener que gastar un duro; la verdad es que con lo que yo ganaba no hubiera podido ni pagarme el viaje. Me daba igual si el aprendizaje de francés o las horas que debiera pasarme en la compañía me robarían mucho tiempo, la cuestión era que con lo aventurera que siempre he sido aquello colmaba con creces mis deseos de dejar por fin mi mortecino trabajo de funcionaria y ante mí se abría una puerta de par en par por la que no sólo podría pasar a otro mundo diferente sino que, además, iba a aprender nuevas cosas. De vuelta a España y una vez asentada, podría por fin cambiar mi diminuto estudio por una casa más grande y cómoda, y mi ya más que viejo coche por otro nuevo, pero lo que más me animaba era pensar en la posibilidad de hacer viajes a los más recónditos rincones del mundo, a esos en los que siempre soñaba perderme. En el fondo mi vida era tan plana que mi mayor deseo era huir de ella a toda costa. Y lo llamé para comunicarle que aceptaba el trabajo. El tipo se mostró encantado y me dijo en cuanto tuviera todo preparado me llamaría para irnos a París dos o tres días con el fin de organizar mi estancia allí.

Mientras tanto me informé sobre mi posible excedencia y me alegré de saber que también podía solicitar tres meses de permiso sin sueldo, lo que me venía de perlas en caso de que algo fallara... Y es que, a pesar de todo, algo me runruneaba en la cabeza que no conseguía identificar. No era nada que se basara en la actitud del francés porque había sido absolutamente serio y respetuoso sino, creo yo ahora con la visión distante de los años, en el convencimiento interior de que los cuentos de hadas son mentira y aquello, a pesar de todo, me seguía pareciendo un cuento de hadas. Pero aquella puerta abierta tras la que vislumbraba una inmensa luz me atraía con una fuerza irresistible a la que no pude, o no quise, o no supe sustraerme. O las tres cosas a la vez.


París

Llegamos a París una mañana de abril, bastante temprano porque para ese mismo día el tipo había concertado tres entrevistas en tres academias de francés, entre ellas la Berlitz, tal y como me había anunciado. Nos esperaba un lujoso Mercedes con chófer en el aeropuerto y nos dirigimos al hotel. Pensé que tendría tiempo de cambiarme de ropa (me llevé todos los vestidos pijos y mis zapatos y bolso de siempre), pero me dijo que simplemente dejaríamos las maletas y nos registraríamos porque teníamos que salir de inmediato para la primera entrevista. Aunque me dio la impresión de ir todo de forma demasiado precipitada, le dejé hacer y le esperé en el bar tomándome un café. Él mandaba. Nos alojamos en el Hotel Meurice, uno de los más lujosos de París, al menos por aquel entonces, en pleno centro y muy cerca del Jardín de las Tullerías. No niego que me impresionó tanta exquisitez, aunque mantuve el porte como si estuviera harta de ir a sitios así. La verdad es que siendo magníficos los hoteles en los que había estado con mi ex, comparativamente aquél era la rehostia.

Me sometí en las tres academias a sendas pruebas de evaluación, escritas y orales, para comprobar cuál era mi grado de conocimiento de francés y esperamos en cada una a que nos dieran el veredicto y un presupuesto sobre el coste que las clases durante tres meses, horarios, nivel de enseñanza, etc. Me pareció que todo estaba perfectamente organizado. En la última terminamos muy tarde y al salir, sin posibilidad de oponerme, me llevó directamente a cenar a un restaurante a la orilla del Sena, de esos coquetones y con velitas, típico francés. Yo estaba hasta el gorro de tanta entrevista, de no haber podido ducharme ni cambiarme y de ir de un sitio para otro como una peonza, pero me dije que quizá los altos ejecutivos de la empresa privada en Francia trabajaban así o que él prefería que terminásemos todo de una vez para después poder descansar tranquilamente, más cuando en Francia, como en el resto de Europa, se cena y se come a esas horas tan tempranas. La realidad es que tampoco me importó demasiado porque habíamos comido un sándwich rápido a medio día y estaba muertita de hambre. Al día siguiente la previsión era visitar la empresa y a la persona que se encargaría de mi tutoría, que además sería quien me buscaría el apartamento para vivir cerca de las oficinas. Daniel estuvo hablándome todo el rato en francés para que me fuera acostumbrado y me sorprendí (parecía que él también) de lo mucho que le entendía aunque a la hora de hablar yo la cosa ya no iba tan bien. No te preocupes, me dijo, dentro de tres meses hablarás casi como una francesa. Vaya, qué optimista, pensé.

Durante el viaje en avión llegó un momento que me pareció que el tipo se acercaba demasiado a mí cuando me hablaba pero con esa visión positiva de la vida que tengo lo atribuí a que no quería que le escucharan las personas de los asientos colindantes, a pesar de que íbamos en primera clase y las distancias entre filas son considerablemente más grandes que en turista. Como a lo largo del día y en la cena su actitud fue de lo más normal me olvidé de ello enseguida.

Por fin llegamos al hotel y nos dirijimos a las habitaciones, o eso creía yo... El botones nos abrió una habitación como una plaza de toros en la que estaban ambos equipajes. Era una suite increíble con un salón adyacente que ya hubiera querido yo tener en mi casa. ¿Ésta es la tuya o la mía?, pregunté con toda naturalidad. Ésta es la de los dos. Aunque hablamos en español creo que el botones nos entendió a la perfección porque me miró con expresión de incomodidad. Vale, entonces tenemos que hablar. Cuando el botones cerró la puerta al marcharse no me dio tiempo a decir nada porque el hijo de puta, cogiéndome totalmente desprevenida me empujó sobre la cama y se abalanzó sobre mí abrazándome y besuqueándome sin control. Intenté por las buenas quitármelo de encima pero como no me hacía caso y yo no podía con él, le dije que empezaría a gritar como una posesa y ya se las apañaría para dar explicaciones en el hotel, aparte de amenazarle con contárselo a su mujer en cuanto regresáramos a Madrid. Por fin se apartó totalmente sofocado y me miró como si no comprendiera nada. ¿Es que te pasa algo? No, en absoluto, simplemente que yo no he venido aquí para acostarme contigo sino para formarme en un trabajo que tú me has ofrecido y que yo, por supuesto, me he tomado en serio. Si tú has montado todo esto para conquistarme es que no me conoces. Yo me acuesto con quien a mí me da la gana y siempre que esa persona me guste, lo cual no es tu caso. Si esto es en realidad el trabajo que me ofreces, te lo puedes meter por donde te quepa, y ahora sal de la habitación porque yo voy a dormir aquí, y sola. No creo que tengan más habitaciones libres, me respondió, porque he cogido esta suite debido a que todo lo demás estaba completo. Pues apáñatelas como puedas porque desde luego conmigo no vas a dormir. Te aviso que además mañana me vuelvo a Madrid.

Me pidió toda clase de perdones y me aseguró que no volvería a pasar nada semejante, que no sabía qué le había pasado, que me consideraba una persona muy inteligente, que bla, bla, bla. Le dejé hablar mirándolo con cara de conmiseración porque me resultaba de lo más patético que semejante personaje tan pagado de sí mismo tuviera un comportamiento tan ridículo. Al final le pusieron una cama supletoria en el salón contiguo y cerré la puerta que lo separaba de la habitación con el pestillo que, gracias a los dioses, estaba de mi lado. No sé si durmió bien o mal, me daba igual, pero me alegré al pensar que si tenía ganas de hacer sus necesidades ya podía hacerlo en uno de los floreros porque el baño también estaba en mi habitación (luego supe que en la suya había un pequeño aseo). Me costó dormirme de tantas veces que me llamé imbécil, por no haberme dado cuenta, por creerme tocada con una barita mágica, por ingenua, por ser buena gente, por haber permitido que los árboles no me dejaran ver el bosque... En fin, con una sensación de humillación espantosa y mi autoestima por los suelos. Al final conseguí que Morfeo se apiadase de mí.

Me desperté al sentir un beso en la mejilla y pegué un salto como si me hubieran puesto un muelle en el colchón. Eran las 8 de la mañana y allí estaba el muy cabrón, de pie junto a mi cama, sosteniendo una bandeja entre las manos. Te traigo el desayuno. ¿Cómo has entrado? He bajado a recepción para que me abrieran tu puerta y me prepararan esta bandeja. Déjala encima de la mesa y márchate por favor. ¿Todavía estás enfadada? ¿Tú qué crees? Te pedí perdón. Sí, pero no me fío de ti, lo siento. Tenemos que ir luego a la empresa... Mira, no entiendo nada y no me gusta un pelo todo esto, así que por favor déjame que desayune y me arregle y hablamos más tarde en el salón de abajo. Me puse morada con el desayuno, lo reconozco, porque era exquisito. Me llamó por teléfono desde el hall para decirme que mientras yo terminaba iba a hacer unos recados urgentes y que luego pasaba a recogerme.

Estaba desconcertada, desbordada, y con un humor de perros. Me parecía increíble que el tipo hubiera montado todo aquel paripé sólo para echarme un polvo o, quizá, con la pretensión de que me convirtiera en su amante a cambio de proporcionarme un trabajo que sabía que para mí podía resultar una perita en dulce. Desde luego tenía meridianamente claro que por eso no iba a pasar, entre otras cosas porque si creía que el anzuelo que me había puesto a base de decirme lo lista que era y de llevarme a sitios de lujo sería irresistible para una funcionata a la que le costaba llegar a final de mes, iba de culo. Si hubiese sido de esa especie no me hubiera separado de mi ex -que aunque no tenía tanta pasta como él se le acercaba bastante- ni me hubiera ido de casa con lo puesto y la parte de los regalos de boda menos valiosos. ¿Qué iba a hacer yo, por ejemplo, con una cubertería de plata si no tenía ni mesa de comedor? El dinero siempre me pareció un instrumento más para poder disfrutar con más holgura de mi libertad pero también sabía conformarme con lo que tenía. Había pasado de menos a más y de más a menos en los tres años que transcurrieron desde mi boda hasta mi separación y no se me había movido un pelo de su sitio; tampoco ahora se me iban a caer los anillos. Simple y desgraciadamente había tenido un sueño y había sufrido un amargo despertar. Preservar mi dignidad era lo fundamental porque tenía libertad de elección. No pongo la mano en el fuego sobre mi reacción si no la hubiera tenido...

Bajé de la habitación con la intención de esperar a Daniel leyendo el periódico en el salón del hall. Después de dos horas apareció el chófer con un sobre para mí. Qu'est-ce que c'est?, le pregunté en francés. Je ne saispas, Madame. Y se marchó como había venido. El sobre contenía un billete de avión París-Madrid a mi nombre para las 7 de la tarde y una nota escrita a mano en la que sólo ponía ¡Bon voyage, cherie!

Imposible evitar que se me saltaran las lágrimas. Me sentí como si me hubiese pasado una locomotora por encima. Su comportamiento me pareció el de una persona de la peor calaña. Desde el momento que constaté sus intenciones ya no esperaba nada serio de él pero aquello era de una bajeza y cobardía que nunca había sufrido por parte de nadie y encima no iba a tener la oportunidad de decírselo a la cara. Si al menos hubiera habido móviles en aquellos años le hubiera podido llamar y ponerle a parir, aunque dada su catadura moral lo más probable es que ni siquiera me hubiera cogido la llamada. De pronto empezaron a asaltarme nuevas dudas: ¿habría pagado la dichosa suite?, ¿tendría dinero suficiente con las únicas cinco mil pesetas que llevaba en el bolsillo para pagar un taxi al aeropuerto?, ¿me daría suficiente para eso y para comer algo? No conocía a nadie en París, estaba sola y me sentía profundamente sola.

Hice mi equipaje y lo dejé en recepción para recogerlo más tarde. Me comporté dando por hecho que la habitación la pagaría él y me limité a preguntar cuánto me costaría un taxi al aeropuerto. Me dijeron una cantidad en francos que más o menos equivalía a la mitad de lo que tenía, puesto que salía de Orly y estaba relativamente cerca de París. Al menos un bocata y una coca-cola podría echármelos a la boca. Bueno, tonta del culo, vámonos a dar una vuelta por la ciudad de la luz mientras llega la hora de irte al aeropuerto. Hacía un día espléndido y París en primavera es una gozada pero para mí fue un día lleno de grises nubarrones, así que me dediqué a caminar y caminar sin rumbo fijo hasta que me topé con el Jardín de Luxemburgo. Me había comprado en un puestecillo una baguette de lechuga con queso Camembert y una botella de agua y allí me lo comí sentada en un banco cerca de una preciosa fuente. Mi desolación era total. A la lechera se le había roto el cántaro y en la leche derramada se habían hundido todos sus sueños.

Por suerte me llegó de sobra el dinero para el taxi pero al llegar a Madrid me cogí por si acaso el autobús al centro y de allí un taxi para mi casa. Lo primero que hice al llegar fue llamar a mi amigo para contarle lo que había sucedido. Sentí mucha amargura al oírle reír como si lo hecho por Daniel hubiese sido una gracieta y mis quejas las de la pardilla más imbécil de la creación. No comprendo cómo puedes reírte así sabiendo que para mí ha sido un trago terrible, más aún cuando te pregunté por ese tipo y me diste todas las garantías sobre su seriedad. Sí, claro, pero tú tenías que haber previsto que algo así podría pasar, ¿por qué lo rechazaste? Tampoco pasa nada por echar un polvo, y ahora estarías en París tan ricamente. Eres un asqueroso machista y un frívolo impresentable, ¿es que tú hubieses tenido un comportamiento así? Pues no lo sé, la verdad, pero nunca hubiese montado una parafernalia semejante para intentar llevarme a una tía a la cama. ¿Quieres que hable con él? No, mejor quédate calladito que estás más guapo. Le colgué y me juré que nunca más volvería a asistir a cena alguna en su casa (lo cumplí).

Nebulosa del Águila o M16, en la constelación de la Serpiente

Mientras cenaba (nunca he perdido el hambre a causa de ningún disgusto), mi diminuto estudio me pareció de pronto inmenso como una galaxia y el lugar más acogedor y entrañable del mundo, y después caí en la cama derrotada pero feliz de sentirme protegida por sus sombras y por los lametones de mi añorado Nikko, el más dulce y cariñoso de los perros.

Dignidad y poesía.

14 agosto 2009

Los castillos en el aire siempre se los acaba llevando el viento - 1

Estando sentada en una terraza leyendo un libro (no suelo leer en lugares así), se me acerca un hombre conocido al que hace mucho tiempo que no veo pero que, por razones que no puedo explicar, me produce cierto rechazo. Sin embargo le dejo sentarse y después de invitarme a tomar una copa me quita el libro de entre las manos y me cuenta que lo ha escrito él. Eso me confunde porque no me parecía que el autor llevara su nombre, sin embargo le felicito porque el libro me está pareciendo muy interesante. Lo he escrito para ti. ¿Para mí? No sé por qué te extraña si sabes que eres el amor de mi vida. Ha sido una forma de poder recordarte en cada palabra que he plasmado sobre el papel. Me emociono a pesar de que no quiero y le doy las gracias. Sin ton ni son, aparece otro hombre y se sienta en la mesa sin decir nada. El hombre me lo presenta como el sacerdote que nos va a casar. No quiero casarme, le contesto, y además tú también sabes que yo no te quiero. Eso no importa porque estamos predestinados el uno para el otro. ¿Y tu mujer y tus hijos? Ellos no cuentan en esto, tendrán que asumirlo. En contra de lo que siento no puedo oponerme, como si una fuerza que no controlo me empujara a cumplir sus deseos. Sé que no seré feliz y cada vez me siento más angustiada. Quiero levantarme de la silla y no puedo. El hombre empieza a tocarme mientras mira al cura sonriendo. La tengo en mis manos, le oigo decir aunque sus labios no se mueven. Ya no puedo ni hablar, ni siquiera mirarle de frente. Ahora estoy atada a la silla y siento a la gente a mi alrededor mirándome como si fuera un muñeco de feria. Tampoco puedo mirarlos a ellos. El hombre sigue tocándome y el cura se suma al toqueteo. No puedo mirar, no puedo gritar, no puedo llorar, no puedo moverme. Y en ese momento me despierto.

Cuadro del pintor surrealista Jacek Yerka

El encuentro

El hombre es el mismo que hace bastantes años conocí en casa de un amigo, entonces perteneciente a la élite política de este país. Era la época en la que, después de divorciarme y de terminar la carrera, tuve ciertas veleidades políticas aunque gracias a mi sentido de la independencia abandoné la idea por incompatibilidad manifiesta con la obligación de mantener silencio sobre lo que no me gustaba y con la incuestionable práctica de un seguidismo incondicional hacia quienes entonces creían ser los amos del cotarro. Mi amigo organizaba de vez en cuando cenas a las que acudían representantes de los poderes públicos y privados del momento y yo pensaba que eso me permitía codearme con gente interesante de cuyo discurso algo podía aprender... No fue así, pero yo me comportaba como si lo fuera manteniendo una actitud respetuosa hacia sus opiniones aunque sin dejar de opinar, siempre con mesura porque sabía que no era cuestión de ponerse a contradecir con mi habitual vehemencia a personas que se consideraban muy por encima de mí puesto que yo, al fin y al cabo, no era nadie importante, sólo amiga del anfitrión. y de su mujer. Eso sí, casi todos alababan mi supuesta simpatía, inteligencia y lo mona que era...


Tras una de esas cenas, al marcharme, ya bastante tarde, mi amigo me preguntó si había llevado el coche. Le dije que no porque no me gustaba tener que andar buscando aparcamiento a esas horas y cuando sabía que iba a llegar de madrugada prefería cogerme un taxi de vuelta a casa. No te preocupes, Daniel (nombre ficticio) se marcha también y te puede llevar a casa. El tal Daniel era un francés muy larguirucho, algo fondón y con cara de halcón. Era un habitual de las cenas de mi amigo pero nunca había hablado demasiado con él, aunque sí observaba que me miraba con bastante insistencia. Estaba afincado en España desde hacía algunos años y representaba a una importante empresa francesa de inversión en diversos sectores estratégicos.

En el camino hacia casa me estuvo diciendo que por lo que había observado y escuchado las veces que habíamos coincidido, yo le parecía una persona inteligente y preparada, lo cual a mí que soy tan poco vanidosa, me halagó, para qué negarlo, aunque no sabía en qué se basaba para hacer tal afirmación. La cuestión es que fue muy amable conmigo y me dejó frente al portal de mi casa abriéndome la puerta del coche como si de un chofer se tratara. Cortesía al más alto nivel. Me pidió el teléfono alegando que siendo amiga de mi amigo, que también lo era suyo, y dado que en pocos días iba a organizar en su casa (estaba casado) una cena parecida a la que acabábamos de tener, le parecía interesante que yo también asistiera. Mi ego se hinchó un poquito más y le dije, apuntándole mi número, que agradecía mucho su invitación y su amabilidad.

Días después recibí una llamada suya creyendo que era para invitarme a la cena pero me sorprendió cuando dijo que quería comer conmigo porque tenía una proposición que hacerme que quizá podría interesarme. Indudablemente despertó mi curiosidad y por sus palabras deduje que sería para algo de tipo laboral aunque no dejaba de ser una suposición siendo, como era, una funcionaria de medio pelo aunque tuviera un título universitario. A propuesta de él quedamos en uno de los restaurantes más selectos de Madrid y yo, que siempre he sido bastante informal en el vestir, saqué de entre la naftalina uno de los vestidos pijos que acostumbraba a regalarme mi ex (y que yo odiaba ponerme) y un juego de zapatos y bolso que también tenía reservados por si alguna vez se presentaba cualquier ocasión excepcional como de hecho era la que se estaba dando.

La propuesta

El tipo, Daniel, no me levantaba ninguna pasión, así que decidí que iba a intentar comportarme de forma bastante profesional sin establecer con él una relación de confianza y manteniendo las distancias necesarias para que tuviera claro que lo último que pretendía era seducirlo. Fue una decisión guiada más por el instinto que por temor a que me confundiera, pensando que si estaba tan pirado como para proponerme algún trabajo en su empresa lo mejor era que llegara a la conclusión de que ante sí tenía a una persona seria, que lo era aunque no tanto como logré aparentar.

Después de los prolegómenos habituales de un encuentro para comer: que si un jerez seco de aperitivo, que si hace calor o frío, que si las cenas en casa de nuestro común amigo eran la mar de interesantes, que si... Entró al trapo. Como te dije el otro día cuando te acompañé a tu casa, me has parecido una persona interesante y capaz, así que he pensado en ti para proponerte un trabajo que creo que podrías desempeñar a la perfección. Por lo visto mi intuición no me había fallado. Adelante con la propuesta, le respondí poniendo cara de circunstancias. Como sabes, yo soy el director general en España de la compañía "tal" y aparte de las distintas divisiones que tenemos con inversiones en diversos sectores, estamos evaluando crear una nueva dedicada al leasing. Ya tenemos hechos varios estudios de mercado y en España todavía no hay nada desarrollado en este sector, así que pretendemos lanzarlo para final de año con una inversión de (ni me acuerdo, pero era mucho). ¿Sabes en qué consiste el leasing? Sé que tiene algo que ver con el alquiler pero no tengo ni idea de qué va. Me lo explicó por encima y me propuso que me pasara por su despacho para que viera los folletos y documentación referidos al asunto. ¿Te interesaría trabajar en ello? Pues no estoy segura porque desconozco completamente en qué consiste salvo por las cuatro cosas que me has dicho. Tendría que tener más información para saber si me interesa o no. Quedamos para la semana siguiente en su empresa.

Después de mostrarme folletos, estudios de mercado, documentación sobre su implantación en otros países y de darme una lección más exhaustiva de lo que era el leasing, volvió a preguntarme si estaría interesada en trabajar en ello. A pesar de que el tema me pareció bastante árido, mi comportamiento siguió siendo profesional y él parecía estar realmente interesado en que le diera una respuesta afirmativa. Quizá deberías aclararme antes en qué consistiría mi trabajo, cual sería mi función y qué sueldo conllevaría, porque como bien sabes el único trabajo que he desempeñado en mi vida es el de funcionaria... Esperaba que me respondiera con algo como "secretaria del director" o como mucho "comercial". Creo que serías perfecta para llevar la gerencia. Le miré a los ojos con expresión de "Vaya, no está mal", como si a mí me pareciera lo más normal del mundo, pero por dentro estaba hecha un manojo de nervios y por supuesto pensando que era como si me hubiera tocado la lotería. No me dijo cuánto cobraría pero llevada por cierto pudor no insistí porque estaba segura de que desempeñar un puesto de esa categoría equivalía a percibir unos ingresos bastante altos. En mi mente empezó la lechera a imaginar que después de vender su leche acabaría teniendo una finca con ganado.


¿Qué tal andas de francés? Mal, siempre he estudiado inglés pero después de hacer un curso en la Universidad de Estrasburgo he conseguido chapurrearlo algo. Pensé que quizá no debí ser tan sincera, pero nunca se me ha dado bien mentir en estas cosas porque si luego descubren que no es verdad tu reputación queda por los suelos. Tendrás que aprenderlo bien porque, como te he explicado, esta es una empresa francesa y las oficinas centrales están en París. Si aceptas el trabajo tendrás que ir allí con frecuencia. Lo comprendo, dame unos días para pensármelo porque en caso de decidirme todo esto supondría un cambio importante en mi vida. Tómate el tiempo que quieras pero tampoco tardes demasiado porque de aquí a octubre sólo quedan siete meses y es cuando pretendemos empezar a funcionar, con lo que eso supone de preparación, local, publicidad, contratación de personal, comerciales, etc.


Salí de allí con la cabeza como una batidora echando humo. No podía creérmelo, era como un sueño, pero al tiempo me daba miedo lanzarme a una aventura que no es que no tuviera ovarios para afrontarla pero sí miedo a no dar la talla, a que el tipo me hubiese sobrevalorado, a no responder a las expectativas que se hubiese hecho sobre mi capacidad, sobre todo porque me conocía muy superficialmente, el único aval que tenía era mi amistad con nuestro común amigo, y lo que yo pudiera aportar de experiencia en un puesto directivo de ese tipo era menos cero. Pero su comportamiento fue tan serio y su interés parecía tan real que pensé que la causa de tanta desconfianza era, como en tantas otras ocasiones, mi crónica falta de autoestima. Cierto era que parecía una historia más fantástica que real, que de alguna manera sabía que las cosas no suceden habitualmente así, que nadie da duros a pesetas, que todo iba demasiado rápido, pero... ¿Por qué no podía creer por una vez que los dioses se habían fijado en mí? Y si no salía bien, siempre podría volver a mi puesto en la Administración que era lo que hasta el momento me había dado de comer...

Continuará...

(Interrumpo aquí por hoy porque esta historia merece ser contada con cierto detalle -me centro en lo importante dejando de lado cosas supérfluas- para comprender hasta qué punto la gente puede retorcer su mente como quien lo hace para escurrir una toalla con el fin de conseguir sus propósitos. Por eso la voy a contar en dos partes. Evidentemente al haber pasado bastantes años de aquello las palabras que se pronunciaron por parte de ambos quizá no sean las exactas pero se aproximan mucho. Lo interesante es que todo es absolutamente verídico).

Paciencia y poesía.

11 agosto 2009

Los sueños a veces no son

Cuadro digital de José Mayoral/2008

Los sueños a veces tienen cierto tufo a desajuste neuronal o si lo queremos decir en clave psíquica, nuestro subconsciente recurre al sadismo cuando se empeña en rebrotar pinceladas del pasado que racionalmente hemos relegado al rincón más oscuro de la memoria.

Me gustaría olvidar mis sueños al despertar porque desgraciadamente casi nunca son agradables y al recordarlos, sobre todo los más angustiosos, me quedo sumida durante un rato en su reconstrucción intentando encontrarles alguna explicación que los haga comprensibles, lo cual rara vez consigo por su complejidad. Ahondar en el subconsciente me resulta divertido porque adquirí mucha práctica en los dos años en los que me sometí voluntariamente y con afán indagador a sesiones semanales de psicoanálisis, práctica que por aquel entonces se catalogaba como de locos y para locos. La novedad era que tomé la decisión de seguir esta terapia porque mi interés por la psicología era enorme y pensé que la mejor manera de conocerla era empezando por analizarme a mí misma en profundidad. Sin embargo ya había deambulado por el mundo de la psiquiatría con apenas veinte años porque en mi casa consideraban que mi sentido de la libertad y mi rebeldía tenía un no sé qué de anormal y yo, preocupada porque fuese verdad y, en parte, porque esa opinión me creó cierto complejo de culpabilidad, fui a visitar a un psiquiatra, Pablo, que después de tratarme durante un tiempo y de someterme a diversos test de inteligencia y personalidad acabó concluyendo que quien necesitaba tratamiento no era yo precisamente.

Eso, ni qué decir tiene, me alivió bastante, aparte de que me enamoré perdidamente de su colega, también psiquiatra, que estaba como un queso. Fue un amor frustrado porque no me hizo ni puñetero caso pero gracias a Pablo conseguí superarlo cuando, harto de que le diera la tabarra preguntando por él, me confesó que era gay. Imagino lo incómodo que se debió sentir el colega ante mis insinuaciones (se me notaba tela) en una época en la que ser homosexual había que llevarlo en el más absoluto secreto. Todavía no habíamos superado los tiempos de plomo en este país.

Mª Luisa, la psicoanalista, me dio bastantes claves para interpretar los mensajes que nos llegan del subconsciente y, lo que es mejor, a analizar y desentrañar los misterios de nuestros actos conscientes, que son muchos. Sé, por ejemplo, por qué sueño tantas veces que buceo dentro de una caverna llena de agua y puedo respirar tranquilamente sin necesidad de convertirme en pez, aparte de no poder estirar los brazos y llevarlos siempre doblados y pegados a mi pecho. No es precisamente un sueño doloroso revivir la estancia en el útero materno nadando por un espacio lleno de color y de curiosidades en los que centrar mi atención; sólo hasta que decido que ya me he bañado lo suficiente y quiero salir... No hay salida, y es ahí donde la respiración se me hace ahogo y pataleo desesperadamente intentando encontrar un poco de aire. No hay final porque en ese punto siempre me despierto.

Respecto al consciente, no he conseguido averiguar todavía, por ejemplo, por qué cuando más prisa tengo para llegar a algún sitio, más lenta me vuelvo o me pongo a ordenar cosas que me retrasan aún más y que no requieren ninguna atención especial o pueden esperar sin problema. Es probable, deduzco, que el motivo sea que en realidad no me apetece nada ir a ese lugar previsto o encontrarme con la persona o personas con las que haya concertado una cita. Entonces el análisis es encontrar una respuesta a esa actitud: ¿qué me desagrada para no querer ir? La respuesta hay que encontrarla en uno mismo y no en aquello que tienes pensado o debes hacer ni en las personas con las te vas a encontrar. A veces pienso que me mueve el desinterés por lo más o menos rutinario (no así por lo novedoso), o la pereza con la que la experiencia me va envolviendo con el paso de los años, o el miedo a las consecuencias, o el placer por la soledad (alcanzando a veces cierto grado de misantropía), o sencillamente el descoloque que me produce tener que interrumpir lo que en ese momento estuviera haciendo, ya sea dormir, leer un libro o estar dedicada a la vida contemplativa. No siempre encuentro la respuesta adecuada o siquiera alguna , pero nunca dejo de hacerme la pregunta porque me parece importante saber por qué y para qué hacemos o no las cosas. No es una búsqueda de la perfección sino de encontrar las razón de mis actos para descubrir las trampas que me hago en el solitario, que precisamente porque sé que son trampas no me satisfacen. Sólo intento jugar limpio conmigo misma.

La verdad es que cuando he empezado este post pretendía contar algo del personaje con el que he soñado esta noche y que participó como protagonista en una de las experiencias más desagradables de mi vida. Quería contar esa historia porque es emblemática de lo que tantas veces nos sucede a las mujeres: tener que sobrellevar con toda la dignidad de la que seamos capaces la falta de respeto de algunos hombres y las secuelas que eso puede dejar en nuestro ánimo durante mucho tiempo. La humillación es una carga muy pesada y difícil de olvidar.

Aparte de los muchos años que han pasado de aquel suceso, nunca había soñado con él, aunque sí me lo crucé en Madrid en dos ocasiones e hice como que no lo veía. Él supongo que también o simplemente no me vio. Me da igual. Pero soñar con él y lo que he soñado ha sido tanto o más desagradable. Morfeo nunca debería cebarse con sus más fieles admiradores.

Pero como ya me he extendido un montón, lo cuento en el próximo post. Atentas chicas a los cantos de sirena.

Psique y poesía.

08 agosto 2009

Ponga un Banco en su vida


Con esta solanera bien podía dedicarme a contar un cuento o intentar escribir un poema pero mi mente va hoy por otros derroteros menos literarios, supongo que afectada por la modorra calenturienta del pasar de los días veraniegos y porque trabajar en agosto afecta a la psique aún más que al trabajar el resto del año.

Estaba yo ayer sentada en el escalón del escaparate de un Banco esperando el autobús de la línea 3, que es un horror por lo que tarda, cuando se me ocurrió pensar mientras miraba hacia la Carrera de San Jerónimo, donde destaca la bella y labrada puerta del edificio de otro Banco, que estas entidades (¿o entes?, con perdón de mi querido Ente) se han incrustado en nuestra vida como las sanguijuelas lo hacen en nuestro cuerpo al meternos en aguas estancadas: atacan, nos perforan la piel y chupan nuestra sangre para poder ellas sobrevivir. ¡Y vaya si sobreviven!

No creo que haya algún ciudadano/a de nuestro país, y de muchos otros, que no tenga un crédito con algún Banco o no haya comprado a crédito en alguna empresa o comercio que, a su vez, tienen acuerdos con los Bancos para poder ofrecer el servicio de la venta a plazos, como por ejemplo yo o cualquiera de las personas que conozco. La cuestión es que consumimos más de lo que nos podemos permitir y ante la imposibilidad de pagar a tocateja nos endeudamos hasta el último pelo de nuestra poco aprovechada cabecita. No digamos ya los que se aventuran a comprarse un pisito y les sacan el higadillo en intereses porque la todopoderosa Banca nunca permitirá rebajarlos al mínimo por mucho que el Banco Central Europeo los recorte hasta dejarlos por los suelos. Los anuncios de rebajas nunca encajan en la muy aprovechada mente de los banqueros.

No creo que haya ningún comercio o servicio en nuestro país, y ni en muchos otros, que no tenga un crédito con algún Banco o no haya comprado a crédito con alguno de sus proveedores mayoristas que, a su vez, tienen acuerdos con los Bancos para poder ofrecer el servicio de venta a plazos, como por ejemplo Juteco, Visión Lab, Marcos Aldany o la zapatería de la esquina. Su motivo no es consumir ellos sino que consumamos nosotros, así que se endeudan para poder vender y suben y suben los precios a medida que los Bancos les cobran más comisiones en las compras con tarjeta y les aprietan sus partes más sensibles. No digamos ya los que además de verse obligados a vender todos sus stocks, o casi, seduciéndonos a los consumidores con las músicas más horteras del momento que podamos imaginar, tienen que pasar mensualmente el alquiler, el traspaso o la compra del local que, por supuesto, también han comprado a crédito con los correspondientes intereses que te caguis.

No creo que haya ningún proveedor mayorista en nuestro país, y en muchos otros, que no tenga un crédito con algún Banco o no haya comprado a crédito a las empresas productoras que, a su vez, tienen acuerdos con los Bancos para poder ofrecer el servicio de venta a plazos, como por ejemplo, Farmaindustria, MediaMark (yo no soy tonta) o cualquier cadena de ropa, ferretería, joyería o de productos de limpieza. Y no digamos ya los que además de tener que colocar sus productos de marcas variadas tienen que almacenarlos en una nave, que por supuesto han comprado con un crédito o han alquilado a una inmobiliaria o empresa dedicada a construir este tipo de edificios en polígonos industriales pagando precios desmedidos.

No creo que haya ninguna empresa productora en nuestro país, y en muchos otros, que no tenga un crédito con algún Banco o no haya comprado a crédito las materias primas en España o en el extranjero que, su vez, tienen acuerdos con los Bancos para poder ofrecer el servicio de venta a plazos, como por ejemplo Zara, La Cocinera, Orlando, Famosa o Seat. Y no digamos ya el coste que les supone el pago y mantenimiento de los edificios de esas grandes fábricas que, por supuesto pagan con otros créditos, a veces hasta las nóminas de sus trabajadores/as cuando las cosas no vienen bien dadas. Y, encima, en el caso de los productos agrícolas, ganaderos y pesqueros, pagan una miseria por ellos; sectores que a su vez, para sobrevivir y seguir produciendo u obteniendo materias primas, tienen que sustentarse mediante créditos bancarios para mantener las explotaciones o los barcos.

No creo que haya ningún Banco en nuestro país, y en muchos otros, que no tenga un crédito con otro Banco... Y es que, oiga, se prestan dinero entre ellos, se supone que porque para seguir apoderándose de empresas de otros sectores, para sacar tajada por supuesto, necesitan liquidez y eso a pesar del expolio al que tienen sometidos a particulares, comercios, mayoristas y empresas productoras con los intereses y comisiones que les cobran por los créditos contratados. Y encima se permiten el lujo de pasar por nuestras narices el aumento de beneficios cada año respecto al año anterior. Para colmo, ante la posible pérdida de un porcentaje que en ningún caso les llevaría a la ruina debido a los impagos como consecuencia de la crisis actual, se llenan los bolsillos con el dinero que graciosamente les ha dado el Estado, cuyos fondos provienen de nuestros impuestos, para que no se enfaden y no corten el grifo, cosa que se han pasado por la entrepierna y están arruinando a todos aquellos/as cuya subsistencia depende de ellos. Y es que, claro, el Estado también es deudor de los Bancos y ya sabemos lo que pasaría si también a éste le cortaran el crédito... No creo que necesite nombrar a estos "próceres del desarrollo".

Cada cual que saque las conclusiones que quiera, pero mi ecuación es clara:

Economía = Banca = Dios

¡Que los dioses dejen de protejernos! Y yo me cago en quienes los crearon y les permitieron, y permiten, que rijan nuestra vida y nos tengan sometidos como a viles esclavos desde sus alturas monetarias, sus insultantes sueldos y sus recomendaciones vergonzosas sobre los recortes a los que debe someterse la economía de todos los demás. Nada cambiará con la crisis, al contrario, han demostrado que sin ellos y su inmoralidad no hay nada que hacer. Se han hecho más fuertes, más desalmados, más tiranos. Huele muy pero que muy mal.

Puta realidad y poesía.


01 agosto 2009

Burgos, Calviá

Las bombas-lapa producen infartos sociales y una lluvia de lágrimas ácidas.

Un terrorista es el único animal que tiene por cabeza un silo de arena.

Cada víctima es un latido menos en el corazón, y ya son más de mil.

Dolor y poesía.

FOTOLIA