Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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13 julio 2007

La bulimia del articulista

Hoy me despido hasta primeros de agosto. Me voy dos semanas a disfrutar de los placeres de la mar, del buen comer y, sobre todo, del buen dormir, por mucho que les pese a Juan Manuel de Prada (¡qué personaje tan desagradable y oportunista!) y a Javier Marías, con quien disfruto enormemente leyendo sus obras pero no comparto en absoluto su crítica, por obsesiva y en muchos casos destructiva, de todo y de todos/as, sin dejar títere con cabeza, en la mayoría de sus artículos del dominical de El País.

Y cito a ambos escritores porque hace unos días, el uno en ABC y el otro en El País, pusieron a caer de un burro, con una actitud elitista y un lenguaje marcadamente despectivo -cada uno a su manera-, a quienes nos preparamos para pasar las vacaciones de la forma más desahogada y cómoda posible (respecto a la ropa) y más entretenida (respecto a nuestros deseos de disfrutar aún sabiendo que quizá nuestro destino sea todo lo contrario de una playa paradisiaca). No me gustan las personas que creen estar por encima del bien y del mal y, lo que es peor, intentando siempre sobreveolar sobre las cabezas de los demás. La verdad es que cuando me tropiezo con alguien así enseguida pienso que deberían sacarles una foto sentados en el váter cagando, salvo que en este caso, dado su condición de intelectuales, no caguen como todos los demás... lo que, ahora que lo pienso, explicaría su comportamiento compulsivo de echar tanta mierda por la boca. Quizá sea una nueva modalidad de trastorno de la alimentación: la bulimia del articulista acomplejado. ¡Penita!

La mar de mares

Yo a lo mío, que es lo que importa. Y lo que importa hoy es que ya huelo y oigo el mar, siento la brisa y puedo ver las estrellas luciendo en el techo ese, virtual, al que llamamos cielo... (en Madrid no se ven :< ) Y eso estando todavía a 500 km del trocito de costa al que me dirijo: Punta de la Mona, Playa de la Herradura (foto de la derecha, saliendo el sol), entre Almuñécar y Nerja, provincia de Granada. ¡Una delicia de sitio! Hay playas con gente y otras casi vírgenes (siguiente foto) dado su difícil acceso. No son precisamente de arena, sino de cantos pequeños, como los de los ríos, que adquieren una variedad de colores inmensa cuando los mojan las olas. Tengo muchas en casa, en agua, bellísimas.
Y la mar es transparente y limpia. Y el sol, cuando sale, invita a trinar a los pájaros y se cuela junto a la brisa matinal hasta la puerta de la calle; y cuando se pone parece una bola de fuego que se va
tragando el mar, dejando una estela de matices rojos en el cielo y en el el agua que envuelve todo como si fuera un manto mágico.
Y toda esta maravilla la fotografié el año pasado cuando estuve allí en septiembre, como se puede ver. No conocía el lugar (lo encontré buscando algo diferente en Internet) y me enamoré de él. Se lo recomiendo a quien no lo conozca, entre otras cosas porque también se puede visitar la Alpujarra granadina, que está cerca y me han dicho que es una gozada, y que espero recorrer estos días. Y Granada está a tiro de piedra, y las cuevas de Nerja (apabullantes)... También quiero ir al pueblo de La Peza, cuna de mi familia paterna... de la que algún día hablaré porque tiene una historia de novela.
Y eso: la mar de poesía.

10 julio 2007

Una pequeña patita... Una gran pataza

Cuando vi esta imagen la primera vez me recordó la visión que tenía de pequeña de que el mundo estaba dividido en dos partes: en una estaba yo y en la otra todos los demás. No es que creyera que esta división me había venido dada sin que nadie contara con mis deseos, más bien todo lo contrario: era yo la que buscaba esa ubicación, supongo que para poder lamerme las heridas más agusto. Lo tengo escrito en el último y único diario que conservo de todos los que escribí, que no es que fueran muchos pero sí bastante extensos porque mi afición por la lectura y la escritura viene de antiguo, lo que tiene mucho que ver, precisamente, con mi aislamiento del mundo que me rodeaba. Digo yo que por algún lado tenían que salir las sesiones de centrifugado de neuronas a las que me sometía a todas horas, y dejar constancia de ellas en algún sitio.

Aunque pueda parecer lo contrario, el elegir esa forma solitaria de afrontar la vida me hacía sentir más fuerte que los demás. Puesto que sobrevivía a pesar de las dificultades que todo eso entrañaba, creía que podría con todo y a la inversa: que nadie podría conmigo puesto que no los necesitaba... Evidentemente sufría una distorsión de la realidad tan enorme que no es que con el paso de los años me dejara huella, es que me dejó surcos que para sí quisiera la superficie de Marte. Lo peor de sufrir no es el hecho en sí mismo sino desconocer que se sufre porque, entonces, los mecanismos de superación quedan anulados. Y yo -he comprendido después- sufría como una condenada, como una tontorrona doncella medieval recluida por propia voluntad tras los muros de un castillo para protegerse de cualquier ataque, pero a la vez asomada todo el día a la ventana contemplando con melancolía los amaneceres y los atardeceres. Creo que en el fondo lo que más deseaba es que ocurriera algo o apareciera alguien que me sacara de mi encierro... Cuando leí El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, pensé que bien podría haber sido el personaje principal, esperando día tras día la llegada de unos tártaros que no existían aunque se deseara que existiesen para darle sentido a la espera. Pero claro, las cosas no son así, y hasta que no comprendí que o me ponía yo solita a la faena de desmontar la muralla piedra a piedra o se me iba a pasar el arroz de la vida, no empecé a disfrutar de lo que había al otro lado. Salirse de uno mismo, perder el miedo a afrontar el miedo, y dejar que la piel del otro se roce con la tuya aunque sea para después marcharse y no volver, es un reto que no hay que dejar pasar. Es puro condimento, puro saborcito, puro disfrute.

Patitos a la mar... Y poesía.

09 julio 2007

Una jilipollas de vecina

Tengo una compañera de trabajo que está en el despacho continuo, en el departamento de informática, que es una jilipollas integral. Y cada vez que tengo que dirigirme a ella me amarga mi tiempo hasta que salgo a la calle (menos mal que sólo tengo que hacerlo de vez en cuando). Muchas veces me digo que no vale la pena que ese tipo de gente me cree mala sangre, pero no consigo evitarlo. Lo peor es que me aflora mi vena más agresiva, ésa de la que siempre he renegado porque me veo reflejada en mi padre, en su lado más oscuro, más padecido y más odiado.
Ahora que ya se modifican genes, o se suprimen, o se transfieren, ¿no podría un alma caritativa hacer desaparecer ese que heredé de mi padre y que me hace sufrir cuando se activa? Incluso me conformaría con que le dieran un puñao de lexatines y lo dejaran groggy desde hoy hasta que me toque viajar a las estrellas... ¡Jo, cómo lo agradecería!
En fin, poesía.

05 julio 2007

La carga de la prueba... ¿o la prueba de la carga?

Fue la guinda: mire Sr. Zapatero, yo afirmo que es usted un mentiroso, falso y traidor y, por tanto, no me fío de usted ni creo nada de lo que dice, eso sí, como no puedo demostrar mis afirmaciones, hágame el favor de ser usted quien presente la prueba de que es usted inocente porque, si no lo hace, quedará demostrado que lo que digo es verdad.
Y es "éste", un tal Mariano Rajoy, quien quiere gobernar este país algún día.
Y yo, ¡qué ingenuidad!, que creía que todos éramos inocentes hasta que no se demostrara lo contrario... Pues mire, que va a ser que no, que va a tener usted que demostrar que no es una impostora, ni una aprovechada, ni una miserable, ni una mala pécora, ni una robacorazones, ni una pusilánime, ni una chupa-almas, ni una vende-amigos, ni una mata-esperanzas, ni una boicoteadora, ni una ladrona de sueños, ni una mujer mujer... porque lo que yo pienso es todo lo contrario, porque me da la gana, porque quiero machacarla como a una cucaracha, así que demuéstreme que lo que yo digo es mentira, so jilipollas.
Pues menudo problema, porque resulta que después de que me incluyeran entre todos esos votantes que no lo hicieron al PP y que, por tanto, éramos cómplices de ETA y, consecuentemente, sospechosos de terrorismo, el único acta que podría aportar para demostrar mi inocencia sería mi voto... y mi voto me declara culpable... luego soy una terrorista de tomo y lomo, un peligro público, pura escoria. ¿Cómo podré redimir tanto pecado, dioses míos?
Infierno y poesía.

02 julio 2007

ITV, Café Gijón y Telemadrid

Pasar una ITV personal cada seis meses, ésa a la que te obligan las taras del cuerpo a pasar, produce una sensación extraña. Por un lado sientes unos días antes un inevitable resquemor a que el buen trato al que sìempre lo tienes sometido no haya sido suficiente y aparezca cualquier fisura, por pequeña que sea, por la que se puede haber colado uno de esos los miles de "bichitos" que pueden joder una vida en un plis-plas. Yo sé que soy una privilegiada porque, después de cada revisión, me paso cinco meses y tres semanas antes de la siguiente sin pensar en ello, eso sí: cada mañana, cuando me levanto, saludo al sol por poder seguir disfrutando de su luminosodad y de su calor; después me miro en el espejo y me digo que un cuerpo serrano como el mío está hecho para renegar de y negar cualquier poder ajeno a mi voluntad que pretenda fastidiarlo. Tolerancia zero con los invasores o posibles infiltrados malignos. Y a otra cosa, que hay muchas de las que ocuparse. Esta es mi octava ITV y, por lo que se ve, el motor funciona a pleno rendimiento.

Pues estaba yo tan contenta después de mi paso por el taller de reparación corporal que decidí volverme al trabajo caminando por el Paseo de Recoletos, tan lleno de luces y sombras en este inicio del verano, oyendo el bullicio de los trinos de los pájaros y el caer del agua en esa especie de fuente en cascada que casi parece una piscina si no fuera porque el fondo está lleno de cantos rodados, lo que le da un aspecto de pequeño río artificial bastante agradable. Lástima que en los parterres al Ayuntamiento de nuestro queridiiiissssssssimo Gallardín no se le haya ocurrido otra cosa que poner las flores formando los colores de la bandera española... ¡Qué pena tener que identificarlos siempre con esa banda que se aloja en la calle Génova!

Entré en el Café Gijón a tomarme una cerveza, la ocasión valía la pena. Al medio día el Café está tranquilo. Algunas mesas están ocupadas por parejas de extranjeros de edad avanzada y otras por personas solitarias leyendo el periódico con un café y un vaso de agua delante. A esas horas el sol entra por los ventanales hasta casi la mitad de la sala y se crea una atmósfera muy acogedora y algo mágica, de café con solera, como si los años apenas hubiesen pasado por él. Los camareros vestidos con pantalones negros y chaqueta blanca de botonadura dorada, como siempre ha sido, tal y como los vieron tantos y tantos hombres y mujeres de la cultura, las artes y las letras, y la política, desde que se abrió, allá por... creo que 1898. Las mesas siguen siendo de mármol y los sofás se mantienen tapizados de un terciopelo rojo que, junto a los enormes espejos que cuelgan de sus paredes y las lámparas antiguas, forman un decorado tan emblemático como su pedigree intelectual.

Una vez lo conté en una de las tertulias a las que asistía, hace ya bastantes años, los viernes por la tarde: la primera vez que entré en el Café Gijón, siendo una adolescente bastante tontorrona y con ganas de llamar la atención, pedí un cointreau, una bebida horrible pero que por razones que no recuerdo, bebía siempre. Cuando el camarero me lo trajo, yo, en un alarde de autosuficiencia (jilipollez lo expresaría mejor), supongo que para impresionar a los amigos y amigas que me acompañaban, después de probarlo le dije que me lo cambiara porque era de garrafa... El hombre me miró como quien mira a una cucaracha y mis amigos se miraron entre sí con un grado elevado de vergüenza ajena, pero yo, genio y figura, me mantuve en mis trece e hice que el siguiente cointreau que me sirvieran fuera después de desprecintar una nueva botella. Ya lo dije en otra entrada de este blog: tardé bastantes añitos en soltar el lastre del pijerío más insano que una persona puede soportar, ¡pero lo hice! Y me felicito infinitas veces por ello porque creo que es un mérito nada despreciable. No quiero ni imaginarme cómo sería ahora con ese pijo-poso circulando libremente por mi red de neuronas... Esa sí que sería una verdadera tara que no creo que pasara el corte de una ITV personal.

Pasados bastantes años volví al Café para participar en la tertulia que dirigía Meliano Peraile. Había pasado de niña pija a mujer interesada por las letras, con sueños de escritora y hambre de aprendizaje y conocimiento. A Meliano me lo presentó Pepe Tarduchy (entonces alma mater del Ateneo 1º de Mayo de CC.OO. porque lo rescató del abandono al que lo tenía sometido la dirección del sindicato de Madrid) en la clausura del taller de creación literaria en el que yo me había apuntado para, supuestamente, adquirir cierta técnica en eso de escribir cuentos, o relatos cortos que es como prefiero llamarlos. Me sentí muy honrada cuando me invitó a su tertulia en el Café Gijón aunque, como luego pude constatar, tenía todo de tertulia menos de literaria. Pero también he de reconocer que me lo pasé bastante bien en los casi cuatro años que estuve asistiendo, entre otras cosas porque conocí a algunas personas muy interesantes que ahora puedo considerar como buenos amigos y a otras continúo recordándolas con verdadero cariño, como son todos aquellos que estuvieron vinculados a la vida diaria del Café y ya han desaparecido para siempre, entre otros a alguien que fue uno de los personajes más queridos para propios y extraños: Alfonso, el cerillero, cronista inigualable e inimitable de los días del Gijón. A pesar de que los cerilleros, o cerilleras, habían dejado de existir en los cafés más antiguos de Madrid, Alfonso se mantenía como un icono de la resistencia a desaparecer. Además de persona, era personaje indispensable de la trayectoria vital del Café; de hecho, para los que lo conocimos, entrar ahora en el Gijón y no encontrarse con Alfonso a la entrada, a la derecha, sentado frente a su pequeño boureau de tabacos, cerillas, mecheros y demás artilugios del fumeteo, es como leer un libro incompleto.

Sí, el otro día volví a sentir la ausencia de Alfonso, y la de Antonio Artero, un cineasta anarquista y radical que se escabullía con suma habilidad cuando le preguntabas por sus proyectos porque no quería decir que nadie le producía ninguno de los que presentaba. En vez de responderte se reía como si guardara un gran secreto, para dejarte con la duda de si en realidad tendría alguno pero no le estaba permitido revelarlo. ¡Qué divertido era con ese juego a las adivinanzas, tan infantil! Y también se marchó Meliano, buen escritor de relatos y novelas cortos, sin duda, pero con un lenguaje tan depurado y perfeccionista que resultaba tremendamente anticuado para los tiempos que corren. Leía de forma incansable pero la frustración de no ser reconocido a los niveles que él creía que debería de serlo le llevaba a un exceso de crítica, cuando no de descalificación, hacia el resto de escritores actuales. Si dejé de ir a la tertulia fue precisamente por eso, porque era imposible hablar de la obra de cualquier escritor sin que se le tachara de ignorante, petulante, lameculos, aprovechado, deber al marketing su éxito... y ya ni recuerdo las barbaridades que podían salir por su boca. La puntilla fue el día que le regalé a otra tertuliana, por el día de su cumpleaños, un libro de Benedetti y Meliano lo trató, entre otras lindezas, de basura mediática: me levanté, le llamé frustrado de mierda, y me fui para siempre. Estaba hasta las tetas de tanta miseria humana.

Goyo era un poeta triste, solitario, silencioso, que iba casi todas las tardes al Gijón a sentarse con los amigos, a escuchar, porque apenas hablaba, y a beberse unas copas de mal vino. Resulta curioso que siempre que recuerdo la época en la que iba al Gijón, Goyo se haga presente a pesar de haber jugado siempre a ser un invitado de piedra. Creo que a mí su silencio y su expresión de tristeza me inquietaba aunque no recuerdo que cruzara nunca con él una sola palabra, pero es que imaginar el fondo del salón cualquier tarde de las que yo asistí sin que aparezca la figura de Goyo entre todas las demás me resulta casi imposible. Cualquier fotografía de este recuerdo estaría incompleta sin su triste figura reflejada en los espejos.

Apenas voy ya al Café más emblemático de Madrid, aunque su cueva-restaurante fue precisamente el escenario de la presentación de los primeros libros-objeto de Diógenes Internacional, aquellas dos fundas conteniendo seis cuadernillos cada una, todos de autores diferentes, casi todos amigos del Gijón. Todo hecho a mano, sin apenas medios, fotocopiados textos y portadas, pero con una gran ilusión por editar que todavía no he perdido ni creo que pierda. Nos los presentaron Lourdes Ortíz y Javier Macua, y fue un éxito de público, todos amigos, claro, como siempre, y que no falten nunca.

Por hoy está bien de nostalgia (a la que hay que manejar en pequeñas dosis porque a lo peor se desmadra), así que voy a lanzar la pregunta del millón:

¿ALGUIEN SABRÍA DECIRME POR QUÉ TELEMADRID, TV SUPUESTAMENTE PÚBLICA, NO TRANSMITIÓ DE PRINCIPIO A FIN LA CABALGATA DEL DÍA DEL ORGULLO GAY COMO HIZO CON LAS MANIFAS DEL PP Y DE LOS OBISPOS POR SER NOTICIA DE INTERÉS GENERAL PARA LA CIUDADANÍA Y, ADEMÁS EN ESTE CASO, DE PROYECCIÓN INTERNACIONAL?

No sé, quizá es que realmente soy cortita...

Café y poesía.

FOTOLIA