
¡Qué distinta aquella imagen de ésta! Este es el cementerio de Alcañiz (Teruel), y ahí estamos mi madre y yo junto a la fosa común en la que está enterrado mi abuelo Isaías. También estaba mi hermana Cristina, aunque no se la ve apenas, y Mayte, la pequeña, es quien nos hace la foto. Fue hace tres veranos. Fuimos a echar las cenizas del hemano de mi madre, mi tío Arturo, sobre la tumba de mi abuelo, como él dispuso antes de morir, aunque la historia de esas cenizas es tan alucinante que algún día lo contaré porque parece un cuento de García Márquez. Mitad realismo, mitad magia, y yo le añadiría que algo de absurdo también.
Mi madre lloró a chorros. Sólo dos veces visitó este cementerio desde el asesinato de mi abuelo por los republicanos, una con mi padre y esta otra con nosotras. Mi abuelo no era de derechas ni de izquierdas, pero era un pequeño empresario de Zaragoza con algún que otro enemigo como fue el caso de su socio, quien no tuvo ningún reparo en denunciarle para quedarse con los despojos de la empresa. Iba camino del pueblo de Valderrobles, cercano a Alcañiz, para recoger a mi madre, que entonces era sólo una adolescente, y estaba acogida en casa de unos amigos. En el trayecto se lo cargaron. En la comunicación que recibió mi madre sólo ponía que "murió en accidente de guerra"... ¡Qué cinismo! Las guerras son así de crueles.
Nosotras no lloramos, pero sufrimos con ella. Adoraba a su padre y al matarlo se quedó huerfana totalmente porque su madre ya había muerto de un cáncer. Y su hermano, un chaval apenas, en el frente, con los nacionales... Pasó la guerra de un lado a otro, trabajando de lo que pudo, prácticamente sola. Se hizo fuerte. Lo superó todo, hasta los muchos años de matrimonio con mi padre. Esa fue otra guerra, casi peor.
Melancolía, que no tristeza, y poesía