Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

SOLIDARIDAD CON HAITÍ
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27 junio 2008

17.000.000

Me dijeron que eso fuimos: 17 millones de personas las que estuvimos viendo por televisión el partido de España, "la roja", contra Rusia. 17 millones de mirones, unos más exaltados que otros, o más emocionados que otros, o más tranquilos que otros. Da igual, 17 millones de seres con una misma idea en la cabeza, con una misma ilusión: ver ganar a España. Y después, en la calle, el desmadre, los pitos, los gritos, las botellas por el suelo, los saltos, las peleas, los cánticos; todo un síntoma de alegría, de poderío, de orgullo. Bonito, sí, fantástico ver a todo un país volcado con los suyos, dispuesto a dejar de lado cualquier otra cosa con tal de estar esa hora y media conteniendo la respiración. Yo la primera. Grité gooooool a pleno pulmón las tres veces como si fuera lo último que fuese a gritar en mi vida, aunque no tuviese a nadie con quién compartir el "tarzánico" grito. Fue como el canto del gallo tras la traición de Pedro. Tres veces, tres, ni una más ni una menos. Me hizo pensar.

      (Tembleque.Fotografía de Isabel Huete)

La vida es un ventanuco al que algunos le ponen rejas, y otros, sencillamente, se niegan a abrirlo para mirar lo que hay al otro lado

      (Tembleque. Fotografía de Isabel Huete)

Traición, ¡vaya palabreja! Negar a los otros, a los que nos dieron su confianza; negarnos a nosotros mismos, negar lo que fuimos, negar lo que somos; negar lo que sentimos, negar lo que dijimos; negar lo que sufrimos, negar lo que necesitamos... Negar para salvarnos a costa de otros, negar a los otros por miedo. Negar lo que nos rodea para caminar del brazo de la nada. Negar es la nada.

La vida la miramos como quien ve pasar, uno a uno, los fotogramas de una película, queriéndole encontrar sentido a la continuidad. La vemos en imágenes y nos creemos que todo es así de estático, que en realidad es la máquina la que la convierte en otra cosa, la que nos engaña porque nos gusta ser engañados. Así es todo más sencillo. Nos están fabricando una ilusión que no tiene cuerpo, que no es nada, sólo imágenes encorsetadas, manipuladas, distorsionadas. La realidad es otra cosa, como "la roja"; la que me mata, la que me hace vibrar, la que me quita el sueño, la que me une a mis camaradas, a la que si no hubiese podido ver jugar ayer, me hubiese tirado por el balcón. A partir de hoy mi vida ya no será nada sin ella, la llevo pegada a mi piel, la llevo cargada a mis espaldas para recordarla siempre, para que me siga dando la vida, proporcionándome emociones inolvidables; las mejores, las verdaderas, las únicas. ¡Todos unidos, VIVA LA ROJA!

Banderas de España, camisetas rojas, faldas rojas, zapatos rojos, lazos rojos, labios rojos, mejillas rojas, sombreros rojos, miradas rojas. Y el grito también rojo. ¡Todos unidos! ¡Juntos podemos! ¡¡¡PODEMOOOOS!!! Nadie lo niega, nadie da un paso atrás, nadie lo olvida, nadie mira para otro lado. Ahí está la meta, ahí nos unimos todos impulsados por el afán de victoria, ahí nos cobijamos todos imbuidos de felicidad, como un sólo hombre, como un único ser todopoderoso. Lo conseguimos. Hemos alcanzado la gloria. Extravío total.

Y yo, como una jilipollas, en vez de unirme al coro, me entristezco. Y empiezo a preguntarme: si estos 17 millones de personas unidas por la pasión al fútbol se unieran, aunque sólo fuese una vez al año, para ponerse camisetas, y faldas, y gorros, y bufandas, y... de color verde, o azul, o amarillo, o rosa, o de todos los colores del arco iris, para demostrar su pasión por los bosques, o por los animales, o por la libertad de los oprimidos, o contra la tortura, o contra la exclusión, o por las mujeres maltratadas, o contra los violadores y pederastas, o contra la polución, o por la conservación de los mares, o contra la explotación, o contra el tráfico de personas, o contra el hambre, o por la paz... o por... o contra... Pero no, ¡qué pereza reivindicar tantas cosas! ¡Con lo que cuesta mover al personal! El fútbol es otra cosa: une, levanta pasiones, es lo bueno que tiene (Camacho dixit).

Las pasiones de las que yo hablo son otra cosa, ¿eh? 

Esto que dices sólo son fotogramas que van pasando delante de nuestra vista como una peli, aunque algo más lenta. Y ya sabemos que las pelis son cuentos, y si no lo son, pues se les parecen. Ahora que estamos tan felices con lo de "la roja" no nos vengas a joder la vida, niña.

Mientras, en las televisiones dedican un minuto para hablar de las "pequeñas pasiones" y media hora para comentar la "gran pasión" del fútbol. Da lo mismo que repitan las escenas veinte veces seguidas, la baba se nos sigue cayendo otras veinte. Ni un suspiro, ni el más pequeño suspiro, ante la foto de esa niña siendo violada...

No pretendo dramatizar, sencillamente hay aspectos del género humano que no acabo de comprender. Quizá es que resulta demasiado difícil entender que nada nos es ajeno, que todos somos lo mismo, venimos de lo mismo y acabaremos en el mismo sitio. Lo único que nos diferencia es el lugar en el que hemos nacido, pero no es cuestión de suerte, es cuestión de poder, de su utilización. La miseria y el dolor de esos a quienes no queremos mirar nos salpica a todos, ¡esos sí que son de los nuestros! Deberíamos dejarnos de tanta mierda de ropa roja y echarnos en pelotas a la calle a defender lo verdaderamente nuestro.

Disfruté del partido, claro que sí. 

Hay más al otro lado y poesía.

25 junio 2008

¿En el punto medio o enmedio del punto?

Si en algo noto que mis neuronas cumplen años es en que me pienso las cosas (no todas, faltaría más) entre seis y siete veces, no tanto cuando me conciernen exclusivamente a mí sino sobre todo cuando hay otras personas involucradas. Son luchas interiores agotadoras porque la razón y el corazón tienen demasiado igualadas sus fuerzas. Esta vez, cosa rara, han quedado en tablas, pero siguen mirándose con desconfianza y se nota que se tienen ganas. Yo los observo y me digo que ese tipo de batallas son estériles, pero no me hacen ni puto caso. Estuve francamente tranquila observando los toros desde la barrera, me sentía mera espectadora, como si no fuera conmigo, y eso que su batalla se libraba poniéndome a mí como excusa.

La razón estaba empeñada en que yo no me cortara un pelo, a la hora de escribir en el blog, sobre ningún tema que considerara digno de mi atención; que mi libertad era lo primero; que a quien no le gustara lo que dijera lo tenía muy sencillo: no leerme; que el derecho a mi intimidad pública era sagrado, inviolable; que debía mantenerme firme y seguir con él a toda costa y en la misma línea que lo he mantenido.

El corazón, siempre tan tierno y liberal para muchas cosas, defendía sin embargo que la libertad de uno finaliza donde empieza la de los demás, y le reprochaba a la razón que no contemplara la visión de los otros, que no se pusiera en su lugar, que fuese tan fría y no sintiera nada ante la más mínima lágrima, ni siquiera hacia ésas que se derraman por el cristal cuando llueve.

De vez en cuando ambos me miraban como queriendo que les diera la razón al uno o a la otra, pero, claro, yo era precisamente la menos indicada para decantarme por ninguno de los dos. Lo más que podía hacer para ayudarlos era aportarles datos sobre la cuestión que se dilucidaba, explicarles por qué escribía lo que escribía y si lo hacía con buena o mala intención, o con ninguna. Y es que a mí, la verdad, las discusiones bizantinas me parecen una pérdida de tiempo.

Pero como seguían erre que erre, empecinado cada uno con su visión de las cosas, al final no me quedó más remedio que cortar por lo sano. Consiguieron acabar con mi paciencia y no me quedó más remedio que reencarnarme en Salomón y cortar al niño por la mitad, con suavidad, con cortes precisos para que hubiese el mínimo derramamiento de sangre.

Me llevé a la razón a un rincón y le pedí que me prometiera que si continuaba con el blog se quedaría calladita. Dudó un momento, porque es muy cabezota, y me respondió que estaba de acuerdo si a cambio yo le prometía que seguiría escribiendo en él sin tapujos. Como no soy buena negociadora, y menos aún tengo paciencia, le dije que de acuerdo. Me dio un apretón de manos, como si fuera mi socia, y se sentó tranquilamente a beberse un tequilita. Lo que menos me gustó es que miró con gesto triunfante al corazón, que se había quedado mosqueado por lo que pudiéramos estar tramando.

Cogí del hombro al corazón y me lo llevé también a un apartado. Le pedí que me prometiera que si me ponía en el lugar de los ofendidos dejaría de martillearme la cabeza con sus impulsos. Me miró fijamente, en silencio, durante unos segundos, porque tiende un poco al dramatismo, y me respondió que lo haría si yo a mi vez le prometía que quitaría todas las referencias que hubieran molestado a otros y no volvería a citarlos entrando en cuestiones personales. No supe decirle que no, sobre todo porque de una vez por todas quería que la fiesta terminara en paz. Me abrazó con entusiasmo y se sentó al lado de la razón dedicándole la mejor de sus sonrisas. Luego se sirvió un vinito dulce.

Lo que más me interesó de toda la discusión que mantuvieron fue que coincidieron en una cosa: que debía perder el miedo a que me leyera cualquiera que entrara en mi blog, que no debía importarme lo que pensaran los demás, que yo debía saber gestionar las críticas que pudieran llegarme decidiendo cuáles debía afectarme y cuáles no, y cuánto. Hay que saber ser, reconocerse en el espejo y no echar nunca las cortinas para que entre la luz, decían. Y ahí sí que no me costó nada mostrarme de acuerdo con ellos.

Si no fueran tan hijoputas diría que daban ganas de comérselos viéndolos allí sentados, tan monos, como si no hubiese pasado nada. Son mis hijos al fin y al cabo, y aunque sé que no se llevan bien, en el fondo se necesitan el uno al otro. Yo no me serví ninguna copa, pero me puse un CD de música Chill Out que me había comprado con El País y acabé echándome un sueñecito. 

Soñé que era un árbol que se había inclinado a causa de un viento huracanado, pero su tronco era tan fuerte que no consiguió quebrarlo. Era flexible y frondoso, aunque no por ello sus hojas suponían un impedimento para que se vislumbrara a través de ellas la luz del sol. Es tan resistente y tiene raíces tan profundas que no creo que nada ni nadie logre tumbarlo nunca. 


(Fotografía de Isabel Huete. 2008)

No sé si es la sombra de mi árbol o el árbol de mi sombra, o los dos.

Aquí sigo y aquí seguiré sin renunciar a ser lo que soy y como soy, y dispuesta a no citar a nadie que no quiera. En prueba de que cumplo con mi compromiso, he borrado cualquier referencia a las personas a las que haya podido molestar. Salomón no sé si cortó por la mitad a algún niño, pero yo sí lo he hecho. Y es que en el fondo soy una sanguinaria... muy responsable.

Árbol y poesía.

20 junio 2008

NO ABANDONARÉ

Angela, cariño, sé perfectamente lo que pueda pasar por tu cabeza... Gracias por estar ahí. Eres una de las mejores amigas. Te quiero.


No, no abandonaré. Pocas veces lo he hecho y esta no va a ser una de ellas.

Besos a todos/as.

18 junio 2008

Respuesta

Para los que me habéis dado opinión en la anterior entrada acerca de qué hacer con el blog, os contesto aquí porque no quiero que vuestros comentarios sean visibles; no quiero arriesgarme a que recibáis contra-comentarios indeseados. Ése es el peligro de las opciones 3 y 4. No quiero bajo ningún concepto implicaros en este barullo absurdo. Así que os leeré pero no os publicaré. También he eliminado vuestros links del blog, aunque los conservo para seguir leyéndoos, hasta que decida qué hago. Entre tanto no escribiré ninguna entrada salvo para deciros la decisión que haya tomado. Todo esto es una puta mierda, con perdón.

Por casualidad he entrado en un post que escribí en enero (etiqueta "casting") y me ha clarificado algunas cosas... Creo. No quiero precipitarme.

Gracias por estar ahí. Os quiero.

No abandonar y poesía.

La vida misma

Queridos todos, amigos/as y visitantes, creo que voy a cerrar este blog... ¿La razón? Pues que mi hermana Carmen lo ha descubierto a pesar de haber tenido buen cuidado de mantenerlo alejado de intromisiones familiares. Es una cuestión que sólo tiene que ver con mi independencia, con la reserva que siempre me ha gustado tener sobre determinadas cosas, con mostrar sólo aquello que yo he querido que fuera visible ante mi familia, entre otras razones porque la mala leche que tenemos todos es directamente proporcional a la indiscreción que se practica, donde yo, respecto a esto último y sin querer ir de nada, no me incluyo. Es casi imposible mantener una conversación con cualquiera de mis hermanos sobre asuntos familiares sin que sea voceado a los cuatro vientos, conversaciones que, por otro lado, casi siempre tienen que ver con el interés y la preocupación que nos pueden suscitar los problemas de los demás, cuando los tienen. Pasaba igual con mis tías, las hermanas de mi padre, y eso me lleva a pensar que debe ser algún gen que los Huete tenemos averiado, entre otros muchos, en nuestro código genético.

Ya no puedo sentirme libre de escribir lo que quiera si cada vez que desee opinar sobre mis relaciones familiares, hablar sobre cómo las vivo yo (que es una visión tan respetable como la de cualquier otro), a continuación cualquiera de mis hermanos exige el derechos a réplica como ha hecho ahora Carmen, mediante un comentario, respecto a la última entrada que hice hablando de la bronca telefónica que habíamos tenido. Por supuesto le he publicado el comentario y le he respondido escuetamente, porque lo último que quisiera es que este blog se convierta en un "que si tú dijiste" o  "que si yo no he dicho eso". Vamos, que me niego a que esta casa sea un patio de vecindad arrabalero. Como ejemplo, lo primero que ha hecho es llamar a otra de mis hermanas para contárselo y para decirle que a su vez me llamara para decirme que, como consideraba que tenía derecho a replicarme, le publicara su comentario. Como diría ZP, esto es una "absurdidad". ¡Claro que se lo hubiese publicado aunque no hubiese recurrido a Radio Macuto! Otra cosa es que comparta su versión de lo que ocurrió... Pero no voy a entrar en ello.

Éste siempre ha sido para mí un espacio de privacidad salvo para quienes yo he querido que fuera público, entre los que estáis vosotros, personas a las que he cogido un enorme cariño y me generáis confianza. No me importa descubrirme ante vosotros/as, me encanta que entréis y me comentéis; siempre he dicho que esta es vuestra casa  y que la puerta está siempre abierta. Y yo he querido volcar aquí mis inquietudes, deseos, preocupaciones, sentimientos, cabreos y demás neuras, a sabiendas de que no iba a ser juzgada, ni siquiera interpretada. Creo que el respeto entre nosotros es total y es eso quizá lo que más me ha enganchado y lo que más me ha animado a escribir, sin cortapisas, volcando mi razón y mi corazón en cada entrada, no con mi verdad como si fuese la única, porque verdades hay tantas como seres humanos, sino con la mirada que yo he puesto desde mi particular esquina. Y me siento orgullosa de ello.

Quisiera pensármelo un poco más antes de tomar una decisión definitiva y estoy barajando cuatro opciones: 

1. Cerrar este blog e iniciar otro donde mi nombre no aparezca, lo cual os comunicaría para que cambiarais el link.
2. Restringir las visitas en éste (tendríais que hacer un paso más al visitarme), pero eso impediría nuevos visitantes y a mí me gusta que gente nueva me visite y me comente, así como conocer yo sus blogs, que la inmensa mayoría son la mar de interesantes.
3. Pasar de mi hermana y seguir con éste a pesar de los dolores de cabeza que me pueda acarrear. ¡Con dos ovarios!
4. Seguir con éste siendo más "aséptica" en mis entradas, siendo más impersonal.

No sé, todas las opciones tienen su parte buena y su parte mala. Si vosotros/as estuvierais en mi lugar, ¿qué haríais? 

Necesito escucharos.

Dudas y poesía.

¡MAMMA MÍA!


       Buffon                   Luca Toni


No soy una forofa del fútbol, pero he de reconocer que me gusta, y disfruto, viendo los buenos, o supuestamente buenos, partidos. Hoy he visto el Francia-Italia y he de decir que, aparte de la debilidad que siempre he tenido por Italia y los italianos (¡qué penita me dan con ese gobierno que han elegido!), me he regodeado sobre todo viendo a Buffon, el portero de su Selección, y a Luca Toni... ¡Qué cuerpazos y qué bellezones! Y por añadidura, ¡qué grandes jugadores! Han ganado a los franceses jugando bien pero sin demasiados méritos, aunque reconozco que es lo que menos me importaba. El balón sólo me interesaba cuando llegaba a sus manos o a sus pies. Hay muchos tipos de Arte...

Las fotografías las he sacado de internet y son malejas, pero ellos, al natural, están de delirio. ¡Por mi gato!

Me voy a la cunita con el deseo hecho trenzas en mi cabeza.

Delirio y poesía.

17 junio 2008

Yo estuve allí (continuación)

Antes de que pudiésemos ver cómo acababa aquello del destripamiento de sillas, a todos los invitados nos hicieron bajar al vestíbulo de entrada al Congreso, no el principal, que se usa únicamente para las grandes celebraciones, sino al lateral, por donde entran habitualmente los diputados/as. Más que un vestíbulo es un pasillo ancho con sillas pegadas a la pared y alguna que otra pequeña mesa auxiliar. Nos colocaron en dos filas, pegados a las paredes, y nos dijeron que mantuviésemos en la mano el D.N.I. El silencio, salvo las conversaciones que los mandos de la Guardia Civil tenían entre ellos, cuchicheando, era total. Ninguno nos atrevimos a abrir la boca, aunque nos mirábamos unos a otros interrogándonos con la mirada sobre dónde nos podrían llevar. No nos habían dicho nada, salvo que nos pusiéramos allí. Yo, la verdad, me imaginaba metida en una celda y procesada por traidora a la patria o cualquier lindeza de esas que se gastaban los milicos. ¡Era todo tan disparatado! 

Me hubiese gustado recordar qué pensé cada minuto que estuve dentro del edificio, pero sólo consigo recordar las cosas más visuales, y eso que mi cabeza es como una máquina taladradora que se pasa runruneando las veinticuatro horas del día. Conociéndome, intuyo que en aquella época y con aquella edad la situación me debía parecer casi onírica. Y lo digo porque cuando cuento esta historia, me da la impresión de que en vez de haber sido protagonista de ella, la estuviese viendo como una película en la que mi participación fuese de mera espectadora.

Nos tuvieron en el vestíbulo como tres cuartos de hora y, sin ninguna otra explicación, alrededor de las diez de la noche nos dijeron que podíamos marcharnos haciéndonos la recomendación de que no utilizáramos los coches particulares y no fuéramos por la calle en grupos de más de dos o tres personas. Creo que salimos todos como alma que se lleva el diablo y sin acabar de creérnoslo, aunque por otro lado nos temíamos que nos íbamos a encontrar las calles tomadas por el ejército y que, probablemente, nos pararía algún que otro control para pedirnos la documentación. Todo eran incógnitas.

En la calle, el edificio del Congreso estaba rodeado por un cordón de coches del ejército y de policías militares, y detrás de ellos, otro cordón de furgonetas de la Policía Nacional y de mogollón de polis formando fila. ¿Quién y qué protegía cada uno? Raro, raro, raro... Yo tenía mi coche en el Parking que hay justo enfrente, en el subsuelo de la Carrera de San Jerónimo, entre el Congreso y el Hotel Palace, y la verdad es que me daba rabia pensar que si lo dejaba allí me iban a cobrar un pastón al ir a recogerlo al día siguiente. ¡Qué cosas se piensan y preocupan en momentos en los que en lo único que se debería de pensar es en salvar el pellejo! Pues yo, absurdamente, en lo primero que pensé fue en que mi bolsillo no estaba para afrontar semejante gasto, aparte de que la inconsciencia creo que me impedía ver la verdadera gravedad de la situación.

Como me resistía a dejar en el Parking mi coche, me dirigí a un oficial de la Poli (los militares me daban menos confianza... ???) y no se me ocurrió otra cosa que preguntarle si podía retirarlo. Me dijo que sí, que no había ningún problema. Me quedé desconcertada, así que le conté la advertencia que nos había hecho la Guardia Civil antes de salir. Y ya la respuesta me dejó k.o.: "Pues si le han dicho eso dentro, será mejor que no lo coja". No entendía nada, y como desde niña siempre he querido recibir respuestas que me proporcionaran seguridad, que me dejaran claro las cosas, al menos aquellas que no dependían de mí, acabé haciéndole una nueva pregunta: "¿Me podría aclarar si ustedes están de acuerdo con los de dentro o defienden la legalidad?". ¡Qué loca de la vida soy! Pero me lo aclaró: "La Policía Nacional estamos con el Rey". ¡Toma ya, para que te enteres, preguntona! ¡Listilla!

María, la pobre, que estaba a mi lado y no había abierto la boca (cosa rara en ella, por otro lado), no paraba de decirme que nos fuéramos de una puñetera vez. Llevaba toda la razón. Días después me dijo que no podía creerse que estuviera tan loca, pero la verdad es que a mí me parecía que antes de tomar una decisión tenía que estar informada de por dónde iban los tiros. Tanta contradicción no la podía comprender. Quería saber. Lo necesitaba.

Parece anecdótico ahora, pero aquella fue una conversación muy en serio y me tranquilizó lo suficiente como para decidirme a coger el coche. María vivía en la misma Puerta de Alcalá con sus padres, así que antes de irme a casa la dejé allí. Por el camino, aunque es corto, no dejamos de despotricar y de ir calentándonos más y más al comprobar que no sólo no había un alma por la calle, sino que tampoco se veía un sólo militar ni ningún policía. Seguíamos sin entender nada. Si había un golpe de estado, y según los partes que iban transmitiendo Tejero y los suyos en el Congreso, prácticamente todo el país estaba con ellos, ¿no era lo lógico que las calles estuviesen tomadas? Pues no, ni dios, ni siquiera un maldito coche patrulla. Al final comprendimos que todo era una milonga, o al menos lo parecía.

Después de dejar a María, me fui a mi casa sin mayor problema. En el trayecto, que ya era más largo, todo estaba igual de tranquilo, casi diría que demasiado tranquilo. Al llegar, lo primero que hice fue llamar a mis padres porque ellos sabían que yo asistía bastante a menudo a las sesiones parlamentarias y quería tranquilizarlos. La risita tonta de mi padre denotaba a las claras lo contento que estaba, pero ni se me ocurrió hacerle ningún comentario cabroncete aunque se lo mereciera. ¿Para qué? Sólo quería encender la televisión, o la radio, y enterarme de una puñetera vez qué estaba pasando en realidad. Y casi me puse a llorar al comprobar que a medida que habían ido pasando las horas, el golpe se había desinflado. Pero me impresionaron las imágenes de Valencia con las calles llenas de tanques. En Madrid no había visto nada parecido.

Llamé a casa de algunos amigos diputados para hablar con sus mujeres y decirles que al menos hasta que yo había salido del Congreso, ellos estaban bien. Recuerdo que todas me lo agradecieron llorando. No era quién para tranquilizarlas cuando la primera que lloraba era yo. Creo que fue la reacción lógica a una situación extremadamente tensa aunque yo no lo hubiese percibido con claridad, pero también fue de rabia porque nos habían hecho creer que aquello había sido pan comido y en realidad, sin mermarle un gramo de gravedad, se acabó convirtiendo en un golpe chapucero. Claro, que no nos iban a decir: "Miren, váyanse a sus casas tranquilos porque esto no ha sido más que un golpe de mierda".

Apenas dormí, y a eso de las 5 de la madrugada me llamó María, que estaba tan insomne como yo. Quedamos que la pasaba a recoger y volvimos a los alrededores del Congreso para esperar a ver qué pasaba. Ya sabíamos que el golpe había fracasado e intentamos meternos en la cafetería del Hotel Palace, pero habían cortado todas las calles de acceso más directo a la zona y no hubo manera. Recuerdo que inventamos que yo me había puesto malísima para que nos dejaran pasar al Hotel, pero ni flores, y nos llamamos idiotas por no habernos metido allí nada más salir, antes de coger el coche. Luego comprendimos por qué a pesar de poner cara de estar muriéndome nos lo habían impedido: todo se estaba cociendo entre el Congreso y el Hotel, toda la negociación para que se rindieran los golpistas. Lo vimos de lejos, desde la Pl. de Neptuno, junto a mucha otra gente que había ido a apoyar a los diputados y a defender la democracia.

Nos quedamos hasta que, sobre las 10 de la mañana, empezaron a salir los primeros diputados. Fue quizá el momento más emocionante. La gente corría a abrazarlos, a animarlos, aunque los pobres tenían una cara espantosa. Estaban agotados.Luego nos fuimos a mi casa a celebrarlo. Bebimos vodka a palo seco porque no tenía otra cosa, y acabamos dormidas de cansancio y de borrachera. ¡Habíamos ganado! ¿O no habían vencido? Daba igual: volvíamos a sentirnos libres.

Mi padre me dijo después que había sido una pena que no triunfaran, y yo le respondí que la pena era escucharle a él.

No me perdí la mani posterior, y creo que de las muchas a las que he asistido por diversas causas, aquella fue la que me ha dejado más huella. Entonces mi afición a la fotografía no se había despertado todavía, y mira que lo siento. Me hubiese gustado fotografiar a una señora bastante mayor que llevaba una pegatina del Partido Comunista enarbolando a la vez una foto del rey. Había muchos como ella, pero lo que importaba era que todos compartíamos la misma idea: que la dictadura nunca se volviese a repetir. 

Nos quejamos muchas veces, y con razón, del funcionamiento del sistema democrático, de las carencias que tiene, de las distorsiones que sufre, de la actuación de nuestros representantes y gobiernos, y de otros muchos defectos que tiene, pero creo que a pesar de sus limitaciones y de sus errores, es el mejor sistema de todos los posibles, ya sea directo o representativo. En un país como el nuestro no debería haberse olvidado tan pronto lo que significó vivir en la dictadura, lo que es vivir sin libertad. Claro que la libertad no conlleva felicidad extrema, justicia total, pleno empleo, educación y sanidad de inigualable calidad, vivienda barata para todos, etc. La libertad no nos satisfará nunca al completo, pero al menos podemos decidir quién queremos que nos gobierne, aunque los gobernantes se alejen cada vez más de quienes los elegimos. Es la ley de hierro de la oligarquía, de la que hablaba Robert Michels en su libro "Los partidos políticos", en la que se teoriza sobre el comportamiento de las élites de poder: la pirámide social cada vez se ensancha más por la base y, en idéntica proporción, se estrecha más en su vértice. Lo vivimos, lo sufrimos, en el día a día, pero debemos seguir luchando contra ello, luchando por nuestros derechos, haciendo bajar a las élites políticas a la arena, dándoles la espalda cuando se olviden de nosotros. Y sobre todo, luchemos contra la manipulación, combatámosla con las dos mejores armas que tenemos: la educación y la información, esforzándonos en distinguir la rigurosa y veraz de la falaz y mentirosa.

No debemos esperar que nadie nos regale nada, pero en igual medida tampoco creo que debamos dejar de luchar por lo que es nuestro, por lo que nos corresponde como ciudadanos, por lo que pagamos con nuestros impuestos, por aquello por lo que nos dejamos la piel día a día. Más libertad implica más exigencia, pero también mas compromiso.

Democracia y poesía.

16 junio 2008

Yo estuve allí


Hace unos días, no sé si a raíz de algo que vi en televisión o en el periódico, o quizá como consecuencia de alguna conversación que mantuve con algún amigo o amiga, recordé de nuevo una de las experiencias más formidables, y terribles, que he tenido en mi vida. ¡Ah, sí, ya recuerdo!, fue a raíz de conocer la muerte de Calvo Sotelo.

Estaba estudiando la carrera (CC. Políticas y Sociología) y tenía mucho interés en conocer el funcionamiento del Parlamento. Me interesaba saber de primera mano cómo se producía la discusión y posterior votación de las leyes, cosa que, por otro lado, me sirvió para darme cuenta de la diferencia tan enorme que hay entre lo que creemos que pasa y lo que en realidad pasa. Pero por entonces todavía era una idealista y creía que los debates parlamentarios eran unas sesiones sesudas y de alto nivel político de los que podría extraer grandes enseñanzas teóricas y prácticas.

Me pasé dos o tres meses asistiendo a las sesiones plenarias que se produjeron en esos días y ahora, visto desde la distancia del tiempo y de la edad, me pregunto cómo fue posible que me tragara semejantes tomaduras de pelo. El debate apenas se producía, todo estaba más que trapicheado desde mucho antes, y lo único que se podía distinguir con claridad eran brazos de madera levantándose en uno u otro sentido según la señal que con los dedos marcaba el portavoz de cada grupo. Al final sólo iba porque en el fondo me hacía sentir importante saber que estaba a más o menos cinco metros por encima de los padres de la patria, en la tribuna de invitados; y es que para poder asistir, además, tenías que tener algún que otro amigo o amiga diputados que consiguiera una invitación del grupo para ti solita, nominal. ¡Se puede ser más bobalicona! No aprendí nada porque nada me enseñaron, salvo aquél día que fui con mi amiga María Izquierdo, compañera de intereses políticos y de marcha nocturna por todos los garitos de Madrid.

Era la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo y, salvo por esa circunstancia, parecía que todo transcurriría con la misma intranscendencia de siempre. Claro, que asistir a una sesión de ese tipo, por muy aburrida que fuera, tenía indudable relevancia. Así que nos sentamos en el sitio que a mí más me gustaba: en una fila de sillas que ponían pegadas a la barandilla, justo entre los bloques de butacones en los que los invitados solían sentarse por ser mucho más cómodos. Me gustaba ese sitio porque así podía apoyar los brazos en la barandilla y encima de ellos la cabeza, pudiendo abarcar con la vista un mayor número de escaños y, por tanto, "cotillear" más agusto lo que hacían en ellos sus señorías.

Estaban en plena votación cuando después de oír unos sonidos secos que no fuimos capaces de distinguir (eran tiros), entró de golpe un ujier en el hemiciclo gritando "¡Un atentado! ¡Un atentado!". Se armó cierto revuelo, tanto en los escaños como entre los invitados, quizá todos algo desconcertados por la situación, pero al ver entrar segundos después por la misma puerta que el ujier al tristemente famoso Comandante Tejero, pistola en mano, todos pensamos que había venido a proteger y defender el Parlamento de un supuesto ataque terrorista. Bueno, quizá los que ya lo conocían por el asunto de la llamada Operación Galaxia supieron desde el primer momento que aquello nada tenía que ver con ETA, tan activa por entonces.

La ingenuidad de muchos, entre los que estábamos nosotras, quedó patente nada mas escuchar sus primeras palabras, y también el miedo. Recuerdo de forma difusa la intervención del entonces Vicepresidente, el Teniente General Gutiérrez Mellado, exigiendo sometimiento a sus órdenes a los golpistas y la retahíla de disparos que se sucedieron, con metralletas, muchos de ellos sobre nuestras cabezas. No sé cómo lo hicimos María y yo, pero debimos saltar los respaldos de nuestras sillas dando una especie de voltereta hacia atrás para acabar tiradas en el suelo, yo encima de ella. No debí ser muy consciente de la gravedad de la situación al empeñarme en levantarme para saber qué había pasado con los diputados; de lo que sí estaba convencida era de que se había producido una masacre. Menos mal que me equivoqué. María sacaba su brazo de debajo de mi cuerpo tirando de mi chaqueta para que volviese a tumbarme, pero yo seguía insistiendo en levantarme. Mientras nosotras no parábamos de repetirnos una y otra vez que nos habían robado de nuevo la libertad, un señor que estaba a nuestro lado, al parecer un empresario de la COE, también en el suelo, nos agarró a cada una una mano y empezó a rezar un "Padre nuestro", o un "ave María", no recuerdo con exactitud. María y yo nos mirábamos alucinando porque nos pareció un despropósito, quizá porque de lo que en realidad ateníamos ganas era de gritar "¡Hijos de puta!". Indudablemente no estábamos para rezos ni, al menos en mi caso y quizá de nuevo por inconsciencia, en ningún momento pensé que nuestras vidas podrían correr peligro. Me asusté más cuando al girar la cabeza, casi pegada al culo de María, me encontré con una bota militar a menos de tres palmos de mi nariz. Era un guardia civil, precisamente el chulito al que en el vídeo que la televisión grabó se le oye decir eso de "Las manitas fuera", refiriéndose a los diputados, a los que una vez sentados se les hizo poner las manos sobre el respaldo del asiento de delante.

Después de bastante rato sin poder movernos, al fin nos dejaron sentarnos. Un familiar de Calvo Sotelo, creo que su cuñado, que estaba cerca de nosotras, había resultado herido en una pierna del rebote de una bala, y es que justo encima de nuestras cabezas el techo estaba totalmente levantado por los disparos, y así sigue en recuerdo de aquel espantoso acontecimiento.

Después nos agruparon a todos los invitados con los periodistas en la tribuna reservada a la prensa, lo que nos hizo temer que pudiera hundirse porque apenas cabíamos apretados como sardinas. Alberto Aza, en aquel entonces creo que Jefe de Gabinete de Adolfo Suárez, tenía un transistor escondido y nos pudo decir lo del levantamiento en Valencia y la movilización de la Acorazada Brunete de Madrid... Creo que ninguno de los que estábamos allí, o casi ninguno, acabábamos de creernos lo que estaba pasando. Era demasiado tremendo pensar en volver de nuevo a las catacumbas, aunque nosotras todavía éramos demasiado jóvenes, y sobre todo ignorantes, como para saber lo que significaba eso en las propias carnes, más cuando nuestras respectivas familias eran franquistas hasta la médula.

Desde allí vimos cómo se llevaron los guardias civiles a Adolfo Suárez y a Felipe González (no recuerdo si también a Alfonso Guerra) y nos temimos lo peor. No teníamos ninguna duda de que se los iban a cargar. Y resultaba desolador ver a todos los diputados y diputadas con las manos sobre los respaldos de sus compañeros, con la mirada típica del desconcierto y, lo que es peor, de la incertidumbre. Nos fijábamos mucho en Victor Carrascal, amigo nuestro y diputado de Unión de Centro Democrático, que era miembro de la Mesa y quien nos había proporcionado las invitaciones. El pobre, que ya de por sí tenía una cara bastante triste, en aquel momento se podía adivinar el miedo bailándole detrás del cristal de sus gafas. No es de extrañar si se piensa que era quien estaba dirigiendo las votaciones desde la tribuna de oradores cuando empezó todo, y acabó tirado en el suelo junto a las escaleras, con las manos sobre la cabeza, supongo que medio paralizado.

Por fin nos dejaron salir de la tribuna de los periodistas previa muestra de nuestra acreditación como invitados y del D.N.I. María, quizá menos osada que yo, no quiso salir y me fui sola en dirección al bar para tomarme una tila. No es que estuviera especialmente nerviosa (me suele ocurrir ante situaciones difíciles), pero yo creía que estaría mejor con una tila dentro del cuerpo y, además, tenía una absurda curiosidad por saber qué se estaba cociendo fuera del hemiciclo. No me defraudó el paseo porque viví probablemente el momento más siniestro de todos.

Cuando iba acercándome a la zona del bar pude escuchar una algarabía tremenda proveniente de allí, aunque no sabía de dónde exactamente. La puerta, bastante ancha, estaba abierta y entré. La imagen era como de película de exaltación de las tropas nazis. Las mesas ocupadas por decenas de guardias civiles bebiendo y riéndose como si estuviesen en pleno festejo (lo estaban, para qué engañarnos). Parecían tropas de ocupación, aunque quizá faltaba alguna señorita de buen vivir alegrándoles aún más la vida para que la escena fuese completa. 

Nada más entrar yo, se hizo un horrible silencio. No sé si es que les sorprendió ver a una tía pasando por allí, sin saber por supuesto quién era yo. Podría haber sido desde una diputada a una periodista, pasando por una linotipista o cualquier otra cosa menos, quizá, una invitada. Me asusté, claro, pero hay dentro de mí una especie de bichito que me empuja a hacer muchas veces lo contrario de lo que cualquier persona en sus cabales haría, y en ese momento lo suyo hubiese sido darme la vuelta y largarme. Pero no, seguí avanzando hasta la barra y pedí mi tila. Menos mal que el jolgorio volvió enseguida y ya me despreocupé, pero le pregunté al camarero, un hombre de mediana edad, cómo estaba. Me dijo que no le estaban pagando las consumiciones y que le habían robado el dinero de la caja. He oído decir muchas veces que eso era un bulo que se había corrido después de la intentona, pero yo puedo jurar que el camarero me lo contó así.

Cogí mi infusión y me largué a tomármela al famoso "Salón de los pasos perdidos", que mira por dónde no lo hubiese conocido nunca si no llega a ser por encontrarme metida en aquél fregado sin esperármelo, ya que en los días de sesión normales a los invitados no se les permitía circular por el interior del Congreso, y debían permanecer todo el tiempo en las gradas destinadas a ellos. Aquel día, debido a las circunstancias, esa norma no se cumplió y aunque no es la forma ideal de conocer nada, yo tenía curiosidad porque su nombre siempre me pareció muy romántico, aunque me imaginaba algo más recoleto e interesante, pero no deja de ser un mero sitio de paso con una enorme mesa en el centro (ahora no sé si seguirá igual), eso sí, con los tapices, alfombras, adornos y frescos habituales de la parte más antigua del edificio.

Cuando volví a la tribuna de periodistas, en el centro del hemiciclo estaban destripando sillas antiguas y sacándoles la paja, o lo que fuera que tenían dentro, y la verdad es que nos sorprendió mucho porque no alcanzábamos a saber para qué la querían. Más adelante nos enteramos que en previsión de que desde el exterior les cortasen la luz, habían pensado encender una hoguera allí mismo. ¡Menuda panda de cafres! De haberlo hecho aquello se hubiese convertido en una pira humana porque todo son alfombras y madera. Imagino que ahora los materiales de tela los habrán puesto ignífugos, por si las moscas...

Y lo siento, pero me duermo porque son las 02:45 de la madrugada y no pensaba que fuera a recordar tantos detalles. Es la primera vez que lo recuerdo después de mucho tiempo y me hace ilusión contarlo en el blog porque no es un tema del que hable demasiado, más que nada porque no he percibido demasiado interés por él, pero como aquí nadie me puede cortar, pues me aprovecho... Jeje

Mañana continúo

Sueñito y poesía.

14 junio 2008

Han pasado cosas

Me he enterado que mi amigo Eduardo Punset tiene cáncer. También Paul Newman.
Los precios han subido mogollón y nadie sabe si bajarán cuando pase el lío de los camiones.
Bush ha hecho manitas con ese señor de bata blanca y gorrito que manda en el Vaticano.
Europa propone que se trabaje entre 60 y 65 horas en régimen de esclavitud.
Uno de tantos grupos mafiosos rusos ha caído como moscas en la miel.
Los camioneros dicen que ellos son muy buenos y que los piquetes no impiden trabajar a nadie.
Las grandes empresas están aprovechando para hacer regulaciones "temporales " de empleo a causa del conflicto del transporte y nadie sabe si serán definitivas (me temo...)
Los bares y restaurantes siguen llenos a rabiar aunque nadie tiene dinero para nada.
Mi gato casi me habla.
Una señora, harta de su marido, va y lo mata con un cuchillo antes de que él la raje con un hacha.
Pilar sueña con un beso tierno y se siente feliz. No me extraña.
Los ganaderos y agricultores tiran la leche y la fruta por los suelos.
Los Bancos y las multinacionales siguen forrándose incluso en crisis.
Al maltratador del metro de Barcelona a una inmigrante le caen sólo tres años de cárcel.
El agua nos llega hasta las rodillas en toda España menos en Murcia, que es donde viven dos de mis hermanas.
Los irlandeses han decidido mandar a la mierda el Minitratado de la Unión Europea.
Los pescadores no ganan ni para comerse su propio pescado.
El rosal que planté hace dos semanas sigue en pie a pesar de mí.
Este año ya no se puede desgravar en la Renta por alquiler de vivienda habitual y me han jodido.
Las Tablas de Daimiel van a dejar de estar protegidas por la ONU
Después de regar las plantas se ha puesto a llover.
El Gobierno dice que ha actuado con previsión y prontitud para solucionar el conflicto...
La asquerosa verruga que me salió en la mano me la quemaron y se me ha caído esta tarde.
A Luis Felipe Comendador le he contado un cuento de sirenas-tiburones.
Miles de niños siguen muriendo cada minuto en el mundo.
Nada del otro mundo.
Y yo, aquí, escribiendo en mi blog.

Lo de siempre, y poesía.


12 junio 2008

DOMICILIO DE NADIE


Con este título, mañana, día 13 de junio, se presenta en Barcelona la antología de diez poetas catalanes realizada por Andreu Navarra Ordoño.

El lugar es la Galería Arthostal  (C. Basses de St. Pere, 10)

Lo mejor, para saber de qué va y abrir el apetito, es reproducir el prólogo escrito por el propio antólogo y coordinador de la obra.



Presentación:

La ciudad de las repúblicas independientes

Me complace presentar en esta muestra a diez autores que residen o se han formado en la ciudad de Barcelona, y que tienen en común el virtuoso pecado de encajar relativamente mal en el actual mercado editorial de poesía español.
Desde inicios de los años ochenta existe una nómina de poetas llamados “de la experiencia” que, invocando las voces de Antonio y Manuel Machado, Luis Cernuda y Jaime Gil de Biedma, han construido una lengua poética de tono intimista y menor que ha acabado conformando el canon indiscutible del periodo de la democracia. A estos poetas, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal y Jon Juaristi, les ha unido una poética realista basada en la inteligibilidad inmediata de sus textos. En sus manifiestos poéticos, García Montero dice rechazar a quienes “van de héroes” por el hecho de insistir en poéticas del hermetismo, la radicalidad y la ruptura. El crítico Jordi Gracia, en su libro Hijos de la razón (Barcelona, Edhasa, 2001) añadiría que esas actitudes presuntamente “heroicas” de quien continúa adoptando modos de escritura propios de la resistencia, como si aún viviera Franco, resultan anacrónicos en un contexto de democracia consolidada. En suma, quienes se niegan a escribir teniendo relativamente en cuenta al público democrático en vías de crecimiento no tienen derecho luego a quejarse de que no son leídos porque la culpa la tendrían sus propias e injustificadas tendencias a la ilegibilidad.
Estas concepciones, a mi modo de ver, entrañan una serie de confusiones graves, y también algunas consecuencias. La primera es que la imagen internacional de la poesía española se limita a los productos de la escueta nómina consignada, cuando los derroteros por los que hoy circula la poesía están muy lejos ya de esas concepciones más o menos dominantes, aunque a decir verdad siempre fueron menos los que escribieron “poesía de la experiencia”, de la que ya están un poco hasta las narices hasta los mismos poetas de la experiencia.
Creo que es un error garrafal confundir investigación literaria (o experimentación) con “ir de héroe” o practicar un postmodernismo banal, o una encriptación artificial del discurso, o un malditismo de postal. En segundo lugar, una lengua poética experimental no tiene por qué ser “grandilocuente”, no tiene por qué oponérsele un tono menor. Baste el magnífico poema en prosa de Sergio Gaspar que cierra la presente muestra para dar fe de ello. En tercer lugar, puede construirse una lengua poética radicalmente innovadora y a la vez perfectamente inteligible.
Pues bien, ordenados de más joven a mayor, presento una colección de voces pertenecientes a autores que pasan olímpicamente de las directrices arriba consignadas y demuestran que, en una democracia en pleno desarrollo, las afirmaciones de García Montero son totalmente inexactas. De entre ellos, ni los más jóvenes ni los mayores parecen tener en cuenta el modelo de los autores canónicos, pese a que algunos tengan la misma edad que ellos.
El caso de Carlos Vitale es uno de los más claros. Vitale, poeta singular de una autoexigencia ejemplar, poeta llanamente legible, lleva publicando en Barcelona desde 1981 y no ha accedido a ninguna de las grandes colecciones poéticas que conducen a la consagración. Pero es que Vitale no es un hombre que empuje y conspire e insulte lo suficiente como para figurar entre los canónicos.
Pero no es el único. Creo detectar en el trasfondo de la poesía de Eduardo Moga la presencia del mejor Aleixandre y, también, la impronta de la poesía metafísica de Dámaso Alonso y el Blas de Otero de Ancia. Moga es el poeta que logra aunar la ambición metafísica o trascendental con la más íntima de las coherencias poéticas, sin caer en la ostentación orquestal. La poesía de Francisco Javier Cubero explora derroteros similares. Unir sensualidad y perfecto rigor verbal no es nada fácil, y es en este logro donde cobra valor una poesía que no se cierra a ninguna posibilidad temática.
Y es que desde hace años tengo la impresión de que el canon de la poesía española está formado por los que más empujan, más conspiran, más acusan a los presuntos “héroes” cuando son ellos los que han fraguado el binomio falso “poesía de los seres normales” = voz poética de la democracia. Sin embargo, en sus “jardines de intimidad” no puedo ver más que nihilismo, sofocación de la selva intrincada y múltiple de la escritura real que se está produciendo en España y que muy poco tiene que ver con el realismo. Porque los más jóvenes se comprometen algo más con la educación intelectual y los problemas internos que entraña toda democracia deficiente, sin que esto signifique que odien esa democracia y que sus ejercicios irracionalistas sean el lujo frívolo de quien siente nostalgia de las tinieblas elitistas del pasado. La guerra, la alienación, la deshumanización, el desequilibrio y las derrotas cotidianas pueden hacer mella en una lengua poética sin necesidad de que el autor que la maneja se esté disfrazando de Mesías. Quizá se trate de una monomanía mía, pero siempre he preferido que un autor me haga partícipe de su exploración de un conflicto que no de la constatación tautológica y colectiva de que las cosas van mejor que nunca. Sencillamente, una verdad no excluye a otra.
La muestra se abre con las exquisiteces sadianas de Mónica González Caldeiro, escritora que se refugia en la literatura norteamericana y las perversidades del sexo como modo de alejarse de las emanaciones de un país cutre que produce una literatura aún más cutre si cabe.
Rafael Mammos sería el ejemplo máximo de la multiplicidad que intenta recoger el presente volumen. Heredero de la mejor poesía clásica griega y romana, de la que es un estudioso concienzudo, logra fundir la máxima innovación con la apariencia marmórea y la fuerza plástica de la mejor lírica de la Antigüedad. El rigor y la elasticidad son rasgos que Rafael Mammos logra sintetizar en sus versos desmantelando inmemoriales escisiones estéticas.
Irene Jové es quien mejor despliega el verdadero tono menor que el tiempo actual exige: la perplejidad ante el absurdo universal que aplasta la conciencia y la reduce a la imbecilidad mecánica. ¿Qué otro sentido dar sino a sus fascinantes paradojas y juegos de perspectiva? La poesía de Irene Jové es la mejor prueba de que puede escribirse una poesía netamente intimista sin pactar con una realidad que escapa a toda delimitación racional.
Quizá el grupo de la santa rabia torrencial lo representen Francesc Fortuny, Marian Raméntol y Rubén Sáez, cada uno a su modo. Mientras el primero da rienda suelta a sus visiones devastadas y alucinatorias, aquellos exploran la cotidianidad de una forma oblicua y dislocada a través de una acumulación de indudable estirpe irracional.
Los más jóvenes reunidos aquí, no sólo no comulgan con la poética heredada de los 80, el canon artificial del que he hablado, sino que hunden sus inquietudes en tradiciones muy alejadas del conformismo: entre los nombres más invocados estarían Joan Brossa, Antonio Gamoneda, Leopoldo María Panero, y, sobre todo, César Vallejo. Todos ellos ejemplos de investigación literaria totalmente entrañada en lo humano y, lo que es más importante, “legible” y exenta de ostentación gratuita de “heroicidades”.
Pero lo importante, y este es el mensaje con que me gustaría cerrar esta presentación para el lector americano que ha de leer este libro, los autores aquí reunidos dejan rastrear pero no vocean sus afinidades literarias, cada uno las suyas, habilitando su propia posibilidad, y es por no evangelizar ni presionar ni ostentar que tan mal encajan en el mercado editorial maximalista español los diez autores incluidos en esta muestra.

Andreu Navarra Ordoño

Poetas y poesía

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