Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

SOLIDARIDAD CON HAITÍ
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01 octubre 2007

Luces y sombras

Así se mostraba la luna este sábado a las 6:15 de la madrugada, hermosa en su cuarto menguante y sombría a la vez por la amenaza de las nubes, negras en la foto por el contraluz pero blanquísimas y algodonosas en la realidad. El cielo estaba bellísimo en la parte despejada, cuajaito de estrellas, limpio y transparente. Como tantas otras veces y en tantas otras cosas, no siempre todo es lo que parece. Quizá sea por eso que yo siempre tiendo a relativizar las cosas, sobre todo las que vienen, supuestamente, mal dadas. Quizá, también, es por eso que siempre digo que no deberíamos conformarnos con ver sino aprender a observar y a discernir; a quitar la paja, lo superficial, y centrarnos en el núcleo de lo que nos acontece o nos concierne. Yo no es que sepa hacerlo a las mil maravillas, ni mucho menos, porque no es fácil, pero pongo todo mi empeño en ello, sobre todo porque me he equivocado demasiadas veces por precipitarme, por centrarme en las formas de las cosas y no en su color, y también por pecar de listilla.

Para mí la naturaleza, cuando la observo, es fuente de conocimiento, me enseña muchas cosas de la vida porque es ejemplo y otras veces también paradigma de todo cuanto ocurre en el Universo del que, no nos olvidemos, somos parte, parte ínfima aunque nos creamos el centro del mismo. Y no sólo ínfima, quizá también la más vulnerable, la más ignorante y, por tanto, la más idiota por creer que sin nosotros nada existiría o que, por que existimos, existe lo demás... Pero no nos culpemos porque si caemos en esa actitud prepotente y totalmente fuera de la realidad es debido a lo que nos han inculcado los padres de la Iglesia para tenernos cogidos por los ovarios/huevos por los siglos de los siglos... Antes de que aparecieran estos aprovechados y feos señores (¡que mira que son feos y cebones todos ellos!), el hombre se miraba en el espejo de la naturaleza, la amaba y la respetaba, y también la temía. Pero vinieron los visionarios con sus revelaciones (¿a qué me recuerda eso?) y el cuento de las tablas de la ley, para someternos, para intimidarnos, para castrarnos. Y no me meto con Dios, que soy agnóstica, sino con los que dicen los que se autodenominan sus representantes, que soy anticlerical hasta la médula, salvando, claro, a todos aquellos que se dejan la piel por los más desfavorecidos, pero es por su calidad de seres desinteresados y nobles y no por lo que representan. Claro, que quizá al dios que representan se parezca poco al que nos ha enseñado la curia más reaccionaria e insolidaria que se pueda conocer. Por algo será que a sus congéneres defensores de los débiles los tienen estigmatizados, anatemizados, marginados y hasta insultados. No sé si lo saben, pero no nos engañan.

La naturaleza es vida, es nuestra vida, de la que partimos y en la que desaparecemos; desde el mosquito más cabrón al oso panda más entrañable; desde la planta más venenosa hasta la flor más bella; desde el aguacero más intenso hasta el sol más luminoso; desde el desierto más árido hasta la selva más exultante; desde el pensamiento más recóndito hasta la sonrisa más abierta. Por eso observarla y aprender de ella, de cómo se comporta, de cómo evoluciona, de cómo se protege y de cómo se enfurece, de cómo se nos muestra en definitiva, es una manera muy gratificante de alimentarse por dentro, y por fuera. La naturaleza no necesita voceros y sus leyes las llevamos impresas en la mente y en el corazón. Hay que aprender a escucharse aislándose del ruido de fuera, de lo que nos distrae y confunde, de lo que nos venden como panacea ya sea de una forma u otra.

Yendo en el metro, un día volaba una mariposa dentro del vagón atestado de gente. Era de esas pequeñas y amarillentas, casi blancas. No comprendo cómo pudo meterse en ese infierno. La pobre debía estar la mar de asustada en un sitio tan extraño para ella, seguro, con aquella iluminación, aquel olor a humanidad y el vocerío habitual. Hubo un momento que descendió y revoloteó cerca de mis pies y decidí cogerla antes de que muriera por aplastamiento o por ahogo, y allí la mantuve, en el hueco de mis manos juntas, hasta que salí en la Plaza de Castilla. Entonces la solté deseándole suerte. Ahora, cada vez que veo una de ellas la recuerdo, y me pregunto si les habrá contado a sus compañeras que la salvé. Ella ya vive en mí porque vive en mi recuerdo, ¿tendrá ella también memoria? Me gusta hacerme la ilusión de que sí. Podría ser un cuento, pero no lo es. Las mariposas son una de mis debilidades: son bellas, las sientes libres, tienen armonía, se visten de todos los colores, transmiten alegría, se alimentan de las flores, no son agresivas... Tienen todo lo bueno que hay que ser y desear, por dentro sobre todo.

¿Y qué hacía yo a las 6:15 de la madrugada tomando fotografías desde el corral de la casa de Mayoral, en Tembleque, puerta de La Mancha? Pues algo tan simple como "mariposear" haciendo tiempo para ver la carrera de Fórmula1 que se retransmitía desde Japón a las 6:30. Vaya, quién lo iba a decir, tú, niña, dándotelas de espiritual y enganchada a esas máquinas infernales... Pues sí, tengo mis debilidades, soy humana. Hay que disfrutar de todo sin complejos, y hay que dejarse llevar por lo que nos provoca emociones. Y es que a mí la velocidad siempre me ha gustado, aunque cuando cojo los mandos sea muy responsable. Amando la vida no podría ser de otra manera.

Pero es que, además, aunque me cueste mucho y lo haga menos que poco, me encanta ver amanecer y las carreras de coches me servía también de excusa para disfrutar una vez más de la salida del sol. He aquí una muestra de lo que pude captar esa madrugá:

Madrugá y poesía

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FOTOLIA