Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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22 enero 2008

Por una ley de plazos

¡Qué país este! Ayer se manifestaban los fachas reivindicando no sé qué medidas contra la inmigración disfrazados de caperucita roja, pero con el lobo gruñéndoles dentro, a dentellada partida, gracias al permiso de los jueces... Y mañana lo hacen las mujeres para exigir una Ley de plazos y contra el acoso de la Comunidad de Madrid, disfrazada de dama pero con el cutrerío rebosándole las entrañas, a las mujeres que han abortado y a las clínicas que practican el aborto. No saben, ¿o sí?, lo cerca que están los unos de la otra.
Abortar por necesidad es como una puñalada que una se asesta para no recibir mil más. Quedar embarazada sin desearlo puede ser una irresponsabilidad de la mujer, del hombre, o de los dos. Y muchas veces ni siquiera eso. Las zancadillas del destino existen, y los que recurren al lloriqueo "es que con el preservativo no lo siento igual", los mentirosos y los violadores, también. Pero la cuestión va más allá de las causas, lo que importa son los efectos. Y la libertad de poder decidir debiera ser incuestionable. Casi ninguna mujer, si de ella dependiera exclusivamente, abortaría. Y digo "casi" porque hay excepciones sustentadas por el simple miedo a lo desconocido.
¡Pues haberte puesto un imperdible, niña!
¡Pues no me salió de los ovarios, ¿vale?!¡Que se hubiese puesto él un tapón!
Pues jódete...
No, si jodida ya estoy, pero no pienso estarlo toda la vida.
Deberías tenerlo y asumir tu responsabilidad.
¿Y tú qué coño sabes de esto? ¡Tenlo tú!
Yo no puedo, soy hombre.
Pues entonces cierra esa boquita de una vez porque nunca podrás saber de lo que estoy hablando, y menos aún lo que estoy padeciendo.
Y se puede padecer por cuestiones morales, o religiosas, o sociales, o familiares, o de pareja, o por un sin fin de circunstancias... que están ahí, inamovibles, señalándote con el dedo acusador. A partir de ahí se va disolviendo tu yo como un azucarillo. Has pasado de ser una mujer libre a una mujer atrapada en tu circunstancia. En lo que menos piensas es en que estás concibiendo un hijo/a, sino en que dentro de ti empieza a desarrollarse otra vida, que es tuya, con alma o sin ella, eso es lo de menos. Y piensas que si tu madre hubiese abortado de ti no estarías planteándote nada de esto, sencillamente no existirías, serías parte de la nada. No puedes evitar preguntarte cómo sería ese niño/a si naciese, qué cariño le darías y cuál recibirías. Siempre lo/la imaginas bellísimo/a, tierno, inteligente, cariñoso. Pero hay que renunciar, no puedes con ello por las razones que sean, sólo tienes una puerta de salida y hay que traspasarla, no hay otra. Y le escribes una carta a ese hijo que no va a nacer pidiéndole perdón por no haber podido, o sabido, contar con él. Cuando la acabas sientes una especie de liberación, como si hubieses limpiado una mancha resistente, aunque sabes que nunca desaparecerá del todo. También sabes que el tiempo es un bálsamo. La decisión está tomada.
Y sales por la puerta de la clínica mirando de frente pero con las gafas oscuras puestas, por si alguien te mira. Cuando llegas a casa te las quitas, y vas al cuarto de baño a mirarte en el espejo. Sigues siendo tú, compruebas. Y sonríes.
Pasan los años y ya todo es un mal recuerdo que espantas en cuanto aparece, pero viene un poli mandado por la derecha más hipócrita, por la derecha que aborta tanto, o más, que los demás, y te dice que pudiste cometer un delito, que el juez quiere interrogarte, que tu vida de ahora no le interesa, que si superaste aquél mal día hiciste mal, que, como en las pelis, el pasado siempre vuelve, que la mancha está más negra que nunca. De nuevo el ¡jódete!
No todo está perdido: me he enterado que hay toda una Iglesia rezando el rosario por ti, por la salvación de tu alma pecadora, para que no te condenes en el fuego eterno.
Libertad y poesía.

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