Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

SOLIDARIDAD CON HAITÍ
PINCHA EN LA IMAGEN Y SI TE INTERESA MANDA TU COLABORACION A diointer@wanadoo.es (copia y pega la dirección de e-mail)

02 julio 2007

ITV, Café Gijón y Telemadrid

Pasar una ITV personal cada seis meses, ésa a la que te obligan las taras del cuerpo a pasar, produce una sensación extraña. Por un lado sientes unos días antes un inevitable resquemor a que el buen trato al que sìempre lo tienes sometido no haya sido suficiente y aparezca cualquier fisura, por pequeña que sea, por la que se puede haber colado uno de esos los miles de "bichitos" que pueden joder una vida en un plis-plas. Yo sé que soy una privilegiada porque, después de cada revisión, me paso cinco meses y tres semanas antes de la siguiente sin pensar en ello, eso sí: cada mañana, cuando me levanto, saludo al sol por poder seguir disfrutando de su luminosodad y de su calor; después me miro en el espejo y me digo que un cuerpo serrano como el mío está hecho para renegar de y negar cualquier poder ajeno a mi voluntad que pretenda fastidiarlo. Tolerancia zero con los invasores o posibles infiltrados malignos. Y a otra cosa, que hay muchas de las que ocuparse. Esta es mi octava ITV y, por lo que se ve, el motor funciona a pleno rendimiento.

Pues estaba yo tan contenta después de mi paso por el taller de reparación corporal que decidí volverme al trabajo caminando por el Paseo de Recoletos, tan lleno de luces y sombras en este inicio del verano, oyendo el bullicio de los trinos de los pájaros y el caer del agua en esa especie de fuente en cascada que casi parece una piscina si no fuera porque el fondo está lleno de cantos rodados, lo que le da un aspecto de pequeño río artificial bastante agradable. Lástima que en los parterres al Ayuntamiento de nuestro queridiiiissssssssimo Gallardín no se le haya ocurrido otra cosa que poner las flores formando los colores de la bandera española... ¡Qué pena tener que identificarlos siempre con esa banda que se aloja en la calle Génova!

Entré en el Café Gijón a tomarme una cerveza, la ocasión valía la pena. Al medio día el Café está tranquilo. Algunas mesas están ocupadas por parejas de extranjeros de edad avanzada y otras por personas solitarias leyendo el periódico con un café y un vaso de agua delante. A esas horas el sol entra por los ventanales hasta casi la mitad de la sala y se crea una atmósfera muy acogedora y algo mágica, de café con solera, como si los años apenas hubiesen pasado por él. Los camareros vestidos con pantalones negros y chaqueta blanca de botonadura dorada, como siempre ha sido, tal y como los vieron tantos y tantos hombres y mujeres de la cultura, las artes y las letras, y la política, desde que se abrió, allá por... creo que 1898. Las mesas siguen siendo de mármol y los sofás se mantienen tapizados de un terciopelo rojo que, junto a los enormes espejos que cuelgan de sus paredes y las lámparas antiguas, forman un decorado tan emblemático como su pedigree intelectual.

Una vez lo conté en una de las tertulias a las que asistía, hace ya bastantes años, los viernes por la tarde: la primera vez que entré en el Café Gijón, siendo una adolescente bastante tontorrona y con ganas de llamar la atención, pedí un cointreau, una bebida horrible pero que por razones que no recuerdo, bebía siempre. Cuando el camarero me lo trajo, yo, en un alarde de autosuficiencia (jilipollez lo expresaría mejor), supongo que para impresionar a los amigos y amigas que me acompañaban, después de probarlo le dije que me lo cambiara porque era de garrafa... El hombre me miró como quien mira a una cucaracha y mis amigos se miraron entre sí con un grado elevado de vergüenza ajena, pero yo, genio y figura, me mantuve en mis trece e hice que el siguiente cointreau que me sirvieran fuera después de desprecintar una nueva botella. Ya lo dije en otra entrada de este blog: tardé bastantes añitos en soltar el lastre del pijerío más insano que una persona puede soportar, ¡pero lo hice! Y me felicito infinitas veces por ello porque creo que es un mérito nada despreciable. No quiero ni imaginarme cómo sería ahora con ese pijo-poso circulando libremente por mi red de neuronas... Esa sí que sería una verdadera tara que no creo que pasara el corte de una ITV personal.

Pasados bastantes años volví al Café para participar en la tertulia que dirigía Meliano Peraile. Había pasado de niña pija a mujer interesada por las letras, con sueños de escritora y hambre de aprendizaje y conocimiento. A Meliano me lo presentó Pepe Tarduchy (entonces alma mater del Ateneo 1º de Mayo de CC.OO. porque lo rescató del abandono al que lo tenía sometido la dirección del sindicato de Madrid) en la clausura del taller de creación literaria en el que yo me había apuntado para, supuestamente, adquirir cierta técnica en eso de escribir cuentos, o relatos cortos que es como prefiero llamarlos. Me sentí muy honrada cuando me invitó a su tertulia en el Café Gijón aunque, como luego pude constatar, tenía todo de tertulia menos de literaria. Pero también he de reconocer que me lo pasé bastante bien en los casi cuatro años que estuve asistiendo, entre otras cosas porque conocí a algunas personas muy interesantes que ahora puedo considerar como buenos amigos y a otras continúo recordándolas con verdadero cariño, como son todos aquellos que estuvieron vinculados a la vida diaria del Café y ya han desaparecido para siempre, entre otros a alguien que fue uno de los personajes más queridos para propios y extraños: Alfonso, el cerillero, cronista inigualable e inimitable de los días del Gijón. A pesar de que los cerilleros, o cerilleras, habían dejado de existir en los cafés más antiguos de Madrid, Alfonso se mantenía como un icono de la resistencia a desaparecer. Además de persona, era personaje indispensable de la trayectoria vital del Café; de hecho, para los que lo conocimos, entrar ahora en el Gijón y no encontrarse con Alfonso a la entrada, a la derecha, sentado frente a su pequeño boureau de tabacos, cerillas, mecheros y demás artilugios del fumeteo, es como leer un libro incompleto.

Sí, el otro día volví a sentir la ausencia de Alfonso, y la de Antonio Artero, un cineasta anarquista y radical que se escabullía con suma habilidad cuando le preguntabas por sus proyectos porque no quería decir que nadie le producía ninguno de los que presentaba. En vez de responderte se reía como si guardara un gran secreto, para dejarte con la duda de si en realidad tendría alguno pero no le estaba permitido revelarlo. ¡Qué divertido era con ese juego a las adivinanzas, tan infantil! Y también se marchó Meliano, buen escritor de relatos y novelas cortos, sin duda, pero con un lenguaje tan depurado y perfeccionista que resultaba tremendamente anticuado para los tiempos que corren. Leía de forma incansable pero la frustración de no ser reconocido a los niveles que él creía que debería de serlo le llevaba a un exceso de crítica, cuando no de descalificación, hacia el resto de escritores actuales. Si dejé de ir a la tertulia fue precisamente por eso, porque era imposible hablar de la obra de cualquier escritor sin que se le tachara de ignorante, petulante, lameculos, aprovechado, deber al marketing su éxito... y ya ni recuerdo las barbaridades que podían salir por su boca. La puntilla fue el día que le regalé a otra tertuliana, por el día de su cumpleaños, un libro de Benedetti y Meliano lo trató, entre otras lindezas, de basura mediática: me levanté, le llamé frustrado de mierda, y me fui para siempre. Estaba hasta las tetas de tanta miseria humana.

Goyo era un poeta triste, solitario, silencioso, que iba casi todas las tardes al Gijón a sentarse con los amigos, a escuchar, porque apenas hablaba, y a beberse unas copas de mal vino. Resulta curioso que siempre que recuerdo la época en la que iba al Gijón, Goyo se haga presente a pesar de haber jugado siempre a ser un invitado de piedra. Creo que a mí su silencio y su expresión de tristeza me inquietaba aunque no recuerdo que cruzara nunca con él una sola palabra, pero es que imaginar el fondo del salón cualquier tarde de las que yo asistí sin que aparezca la figura de Goyo entre todas las demás me resulta casi imposible. Cualquier fotografía de este recuerdo estaría incompleta sin su triste figura reflejada en los espejos.

Apenas voy ya al Café más emblemático de Madrid, aunque su cueva-restaurante fue precisamente el escenario de la presentación de los primeros libros-objeto de Diógenes Internacional, aquellas dos fundas conteniendo seis cuadernillos cada una, todos de autores diferentes, casi todos amigos del Gijón. Todo hecho a mano, sin apenas medios, fotocopiados textos y portadas, pero con una gran ilusión por editar que todavía no he perdido ni creo que pierda. Nos los presentaron Lourdes Ortíz y Javier Macua, y fue un éxito de público, todos amigos, claro, como siempre, y que no falten nunca.

Por hoy está bien de nostalgia (a la que hay que manejar en pequeñas dosis porque a lo peor se desmadra), así que voy a lanzar la pregunta del millón:

¿ALGUIEN SABRÍA DECIRME POR QUÉ TELEMADRID, TV SUPUESTAMENTE PÚBLICA, NO TRANSMITIÓ DE PRINCIPIO A FIN LA CABALGATA DEL DÍA DEL ORGULLO GAY COMO HIZO CON LAS MANIFAS DEL PP Y DE LOS OBISPOS POR SER NOTICIA DE INTERÉS GENERAL PARA LA CIUDADANÍA Y, ADEMÁS EN ESTE CASO, DE PROYECCIÓN INTERNACIONAL?

No sé, quizá es que realmente soy cortita...

Café y poesía.

No hay comentarios:

FOTOLIA