Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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25 febrero 2008

Tío bueno y ensoñaciones


Mercedes me ha enviado una presentación en la que la cuestión a dilucidar es qué se considera la "perfección total". Aparecen varias posibilidades (mansiones, paisajes, coches, motos, etc.), hasta que aparece este peazo tío y, claro, para ella la perfección es esto, como para mí y, supongo, para otras muchas. Objetivamente creo que es un bellezón y no niego que me recreo al mirarlo, pero también confieso que no es mi tipo, ni creo que si lo tuviera delante me levantara alguna pasión. Me parece una especie de maniquí, con ojos de ensueño pero sin vida; con un alma constreñida a las líneas que dibujan su cuerpo. Y no es porque sea una simple foto, porque una buena fotografía puede transmitir alma, pero es que este pobre y guapo muchacho no transmite nada. Al menos para mí. ¿Será que estoy mayor? No creo. Siempre tuve una idea de belleza masculina mucho más "interior". De hecho, cuando era más joven -y ahora- mis actores favoritos nunca fueron los más guapos, sino los más intensos, los que me parecía que tenían una personalidad más acusada, los que me hacían soñar que si me los encontrase en cualquier esquina, el mundo se paralizaría, mi mundo. Entonces me gustaban Marlon Brando, Montgomery Clift o Peter O'Toole, y ahora Sean Penn o Daniel Day-Lewis, por poner varios ejemplos. Lo que he perdido con los años es la ensoñación. Ahora no imagino que me los encuentro; son tiempos en los que ni dispongo de un hueco en la imaginación para dedicárselo, ni me apetece.
Los sueños se van perdiendo al mismo ritmo que se pierden las conexiones neuronales. Cada cortocircuito neuronal conlleva una nueva pérdida imaginativa. La razón se impone, y también el equilibrio, y la templanza. No dejamos de soñar, tan solo -¿tan sólo?- soñamos de forma diferente. Ahora sé cuándo estoy soñando, y puedo bajar a la tierra de puntillas, sin darme el batacazo. Los despertares pierden dramatismo y eso me permite ver más allá de las estrellas, traspasar el horizonte y vislumbrar otras bellezas que puedo incorporar a mi bolsa de viaje y alimentarme de ellas.
Ya no sueño, como antes, con un mundo mejor; ahora trabajo para que el mundo sea mejor, desde mi insignificancia, pero con todo el amor. No me desespero. Espero.
Esperanza y poesía.

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