Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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05 junio 2007

El finde y,¡cómo no!, la Administración

Esta foto la hice el año pasado durante los quince días que estuve en Isla Antilla, en la casa de mi querida Eva Vaz, también querida y admirada poeta. Es de Isla Cristina, de los arenales que separan el pueblo del mar. Es casi un desierto donde una barca parece varada en la inmensidad de la nada. Sentí cierta nostalgia, y me ensimismé en pensamientos que mucho tenían que ver con la soledad, como me pasa la mayoría de las veces que me decido a disparar la cámara. La soledad del mundo, el granito de arena que somos entre las estrellas y, a la vez, la pertenencia al cosmos como un todo, partícipes de su esencia queramos o no, tan frágiles y tan fuertes... Somos vida, millones de vidas fundidas en una espiral que no controlamos y, por lo que parece, a la que subestimamos dado el ímpetu que ponemos en destruirla. No somos una parte de la materia, sino la materia misma, y todo lo que hagamos por no conservarla, por no mantenerla viva, tendrá un efecto bumerang, nos golpeará sin piedad. Mal asunto éste.
Tuve un finde interesante, y yo llamo interesante a todo aquello que me enseña algo nuevo o que me permite perfilar y completar ideas que aún tengo por desarrollar o que todavía permanecen difuminadas, como inmersas en una especie de duermevela. Lucas, nuestro particular Koala, me envió una invitación para una especie de recital poético-musical en La Fídula. Hacía mucho tiempo que no iba a este emblemático sitio para la gente de izquierdas, de la época de la transición y de después. Luego todo eso se perdió, aunque sigue siendo un lugar donde se permite que la gente muestre sus habilidades literarias y artísticas. Hubo un poco de todo: poesía "tradicional", musicada, acompañada de diversos sonidos, polifónica, en francés, en inglés, y dos clarinetes que me sonaron a gloria. De todos los instrumentos de viento quizá sea el clarinete el que más me gusta, por sus tonos cálidos y melancólicos. Cuando lo escucho siempre me viene a la mente la clásica imagen del músico tocándolo bajo una farola, de noche, como si en vez de melodías interpretara lamentos. ¿Y qué mejor colofón para la música del clarinete que escuchar después la del didgeridoo? Otro instrumento-lamento que toca como nadie Lucas. Es un regalo y un lujo escucharlo, más aún después de haber recitado un poema que acababa de componer en la barra y al que, como siempre, no se le podía poner ningún pero, salvo que, en mi caso, me supo a poco. Valió la pena.
Allí mismo, antes de que todo empezara, me reencontré con una pequeña-gran-amiga. Al verla la abracé y, al ser pequeñita, se me perdió entre los brazos. Cuando la aparté de mí tenía los ojos húmedos, se había emocionado. Pero la emoción no era a causa mía, sino porque estaba disgustada y mi abrazo le hizo soltar las emociones más tristes. Cuando nos sentimos heridos no hay nada como una caricia o un abrazo para que nos volvamos pequeños, niños, y la lágrima se vuelva fácil. Sé lo que le pasa y creo que conozco la solución porque todos, como si fuéramos clones, pasamos por experiencias parecidas a lo largo de la vida y, precisamente por eso, por esa actitud mimética, nunca la cabeza ajena nos parece digna de imitar, es lo que hacemos todos. Tremendo, y también esclarecedor, que tengamos que llegar a una cierta edad para darnos cuenta de que a los 25 años... y más... no sabíamos nada. Nada de lo que otros nos dicen llegamos a asimilarlo, sólo aprendemos después de darnos de hostias al tropezar con las piedras del camino. Intenté convencerla de que soltara lastre, pero creo que no me hizo mucho caso. El corazón a veces bombea demasiada sangre e inunda sin remedio la razón.
Y el domingo estuve en Getafe, viendo la cabalgata de final de las fiestas desde el balcón de la casa de una gran amiga, un peazo persona es mi Lola. También celebrábamos el cumple de su hermano y de Mª Jesús, su otra hermana, otro portento. Niños, abuelos, padres, amigos, todo entrañable, con sandwiches y limonada de acompañamiento. Y una cabalgata como las de toda la vida, de pueblo auténtica: carrozas artesanas y no tanto (El Corte Inglés, por supuesto), con premios, con accesits, y sin ninguna de las dos cosas; de casas regionales, de empresas, y muchos caramelos y chuches. Algarabía generalizada, y no podían faltar las majorets (¿se escribirá así?). La iluminación de las calles a lo Feria de Sevilla, la orquesta de la plaza tocando lo más pachanguero que existe en el repertorio de la España más cañí; las parejas, bastante talluditas todas, bailando como siempre se ha hecho: mal pero sin complejos. Y mucha risa, sobre todo mucha risa. Somos un pueblo único a la hora de ocupar y arrasar la calle. Me divertí cosa buena.
Y en medio de toda esa manifestación festiva era paradógico contemplar, todavía, un enorme cartel electoral presidiendo el fiestorro con las fotografías del entonces candidato a alcalde de Getafe (ganó, como siempre), del PSOE, y de su mentor (hoy dimitido) Rafael Simancas. Es evidente que su "fiesta" en este momento ya es otra, y lo siento por él, pero es el desalmado juego de la política, al que se apuntó, que cada vez empieza a parecerse más a un juego de rol. Rafa se ha dejado guillotinar, y me parece bien; lo malo es que otros, con mayores motivos que él para que sus cabezas rodaran, permanecerán anclados al sillón, bien embadurnados de "Loctite" para no ser despegados. Ser miserable viene de miseria, y cuando la miseria se instala en el alma la razón se vuelve mierda.
Me gustaría hablar de Clara, la hija mayor de Lola, una preciosa rebelde de quince años que adora el teatro y está aprendiendo a interpretarlo con poderío. Pero eso será otro día porque me estoy muriendo de hambre.
Y la Administración también tendrá que esperar.
Fiesta y poesía.

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