Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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19 junio 2007

La ceguera


Venía en el metro a trabajar y delante de mí iba sentada una mujer muy joven, con los ojos casi en blanco, típico de la ceguera. Escuchaba algo a través de unos auriculares y por su forma de vestir y de moverse, de no ser por sus ojos, nadie hubiese podido sospechar que era invidente. Incluso al llegar a cada estación giraba la cabeza hacia el andén de la misma manera que hago yo cuando quiero averiguar la estación en la que estamos. Y me he puesto a pensar cómo debe ser la vida en negro, ni siquiera en blanco y negro. He intentado imaginar mi vida sin miles de momentos, de instantáneas, que han pasado por delante de mí y con las que me he deleitado al visionarlas. Recordaba miles de sonrisas con las que me he cruzado, o esas miradas cálidas, o cómplices, de personas queridas con las que he intercambiado confidencias. También percibí miradas de desprecio, de ira o de deseo. Miradas todas que me dijeron muchas cosas de las personas que tenía delante y que produjeron en mí sentimientos encontrados, sensaciones muy diversas que contribuyeron, y siguen haciéndolo, a llenar la mochila de mi experiencia.

También he recordado muchas imágenes capturadas con mi cámara de fotos: de personas, de amigos/as, de familia, de ciudades, de rincones acogedores, de cielos imposibles, de soles poniéndose tras el horizonte del mar, tras un árbol o tras los montes; de bosques sombríos o montañas rodeadas de niebla, de árboles solitarios o de rocas de formas esculturales, de flores con cualquier de los colores del arco iris, de mares, ríos y pantanos, de momentos mágicos, de días de lluvia, de Nikko, mi cocker ya en el otro mundo, de Fígaro, mi gato, de mariposas, de delfines, de lunas crecientes al anochecer, incluso de una luna llena en Mallorca que llevé durante mucho tiempo de fondo de pantalla en el móvil. También he retratado miles de monumentos, de edificios, de estatuas, de ruinas, de calles empedradas, de balcones, de puertas, de ventanas... De rostros conocidos y desconocidos, unos ajenos a mi objetivo y otros preparados para ser retratados; muchos sonrientes y otros sin poder disimular la huella de la tristeza. Nunca he dejado de reflejar con mi cámara todo aquello que me ha llamado la atención cuando he viajado, todo lo que, a través de la vista y de la mirada, me ha producido alguna impresión o algún sentimiento. Y todo eso lo guardo y lo vuelvo a mirar de vez en cuando porque no quiero olvidarlo... ¿Cómo podría vivir sin todo eso? ¿Cómo se puede vivir sin los colores, la luz o las formas? ¿Quién puede imaginar, sin haberlo visto antes, una hoja amarillenta volando arrastrada por el viento o las estrellas brillando en el cielo de una noche oscura? ¿Se puede amar un libro sin ver su letra impresa? ¿Es lo mismo la vida sin ver un Vangogh o un Velázquez, o un Klimt? ¿Y sin una mirada o una sonrisa?

Es evidente que se puede vivir porque imagino que lo que no se conoce no se desea ni se añora, ¡pero qué vida más incompleta y más árida!

Todo esto pensé en el tiempo que transcurrió a lo largo de las cinco paradas del metro que hay entre mi casa y mi trabajo, y cuando salí de nuevo a la calle y la luz del sol me hizo guiñar los ojos para no deslumbrarme, di gracias a la vida por tener tanto: la vista.

Colores y poesía.

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