Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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21 junio 2007

Siempre es hoy

Cuando duermo mal me suelo levantar como si estuviese sobre la cubierta de un velero perdido en el mar y azotado por un huracán. Pudiera parecer divertido tener la sensación de que una camina sobre el techo mientras que el suelo, como por arte de magia, es el que se coloca por encima de la cabeza y las paredes giran alrededor cual acelerado tiovivo. Pero a mí, la verdad, me divierten otro tipo de situaciones menos agitadas, aunque he de acostumbrarme a que el deterioro de mis cervicales y el cortocircuito que se produce en la conexión de mis neuronas cuando se saturan a causa de una noche en vela me jueguen esta mala pasada. En mi caso, sufrir este tipo de molestias son pecata minuta comparadas con otras que he padecido y me han enseñado que la vida es hoy, sólo hoy, y nada más que hoy, y que ese hoy-ahora es el momento más dulce y maravilloso que uno pueda desear y tener, aunque no haya dormido.
Vivir con un ojo en la nuca para no olvidar lo que nos dolió ayer y otro en la frente, a modo de webcam, para llegar más allá de lo conocido, queriendo atrapar un futuro que sólo puede ser un mal holograma, es propio de la condición humana pero no deja de ser un corsé con el que comprimimos el presente y nos condena a una inevitable parálisis racional y emocional. Tendemos a creer que el futuro posiblemente será mejor o, por el contrario, que lo mejor fue el pasado... como si el presente no fuese más que un diminuto paso, el inevitable tránsito entre el uno y el otro, casi una invisible gota de agua en medio de un diluvio. Y es curioso, porque el presente es la esencia de lo que fuimos y de lo que seremos, de lo que hemos vivido y de lo que viviremos. El hoy es la célula primigenia, ésa que se reproduce constantemente y conforma el ser; es la que deja tras de sí una estela de células-hijas y, mientras avanza, va creando otras nuevas, pero todas son ella misma y con ellas va creciendo. El hoy se transforma en ayer a medida que va transcurriendo y, al tiempo, se transforma en mañana porque es la materia prima que va conformando lo que seremos, lo que querremos, lo que ansiaremos, lo que amaremos y lo que odiaremos. Dependiendo de cómo se disfrute cada momento, del sentido que se le dé a cada vivencia, el siguiente hoy, si no se rompe la cadena, lo viviremos con plenitud o hundidos en la más absoluta miseria.
Por eso no creo que imponerse metas a plazo alguno sea positivo, ni tampoco lamentarse de lo pudimos haber hecho y no hicimos, porque el pasado, ayer, hace un minuto, no se puede modificar, y lo que pase mañana o dentro de una hora es pura incógnita. Sin embargo, disfrutar, vivir con intensidad este momento de sol, de silencio, de lluvia o de ruido, en sentido tanto real como metafórico, es lo que da auténtico valor a esto que llamamos vivir. Y vivir en color es una necesidad y una obligación; entre intentar extraerle una micra de dulzor a la fruta más amarga o negarse a comerla, existe la misma diferencia que entre querer vivir o dejar pasar la vida.
Esto parece un manual de autoayuda, un gramo de filosofía barata... quizá. Pero han pasado tantos años por mi vida sin enterarme que, cuando en un momento dado creí que el fin de mi mundo había llegado, me di cuenta que no se puede desperdiciar ni una milésima de segundo en lamentarse, y aprendí a destripar la realidad hasta encontrar en ella una razón, por pequeña que fuese, para no perder nunca la sonrisa.
La sonrisa es la fuente de la que mana todo amor.
Querer y poesía.

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