Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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01 septiembre 2008

Bajo tu ventana

Calle Fuencarral (Madrid). Fotografía de Isabel Huete manipulada digitalmente.

Casi todos los días, cuando me dirijo al trabajo, paso bajo tu ventana. Llevo muchos años haciéndolo. Hoy también lo he hecho pero me he enterado por la prensa que tu marido te ha asestado varias puñaladas y has muerto. Cuando llegaron los del SAMUR te encontraron tumbada en el sofá envuelta en un charco de sangre, ya sin vida. Hacía al menos una hora que habías muerto y fue ese mismo cabrón con el que te casaste y tuviste tres hijos el que los llamó. No parece que le temblara el pulso, ni cuando cogió el teléfono ni cuando levantó el cuchillo. Todo estaba planeado con antelación: las gemelas que vivían todavía con vosotros confirmaron que iban a salir de marcha, y vuestro hijo mayor ya había roto el cordón umbilical.

Nada voy a descubrirte que tú no sepas, aunque ahora, si es que la muerte te ha llevado a algún otro puerto que no sea el de la perpetua paz, es probable que te des cuenta de que si la muerte es una dama sin alma, la vida puede ser también una compañera mentirosa y cruel. Es probable, también, que aquél día que te vestiste de blanco y del brazo de tu padre te pusiste al lado de ése a quien le diste el sí, creyeras que eras la mujer más feliz del mundo, que nada ni nadie podría ensombrecer tus sueños, que la entrega a ese imbécil hasta que la muerte os separara era lo mejor que podías hacer en la vida, que la renuncia a tu libertad para compartirla con él valía la pena. En la mitad de los casos, y creo que me excedo, esos sueños acaban en el cubo de la basura. Entre lo que deseamos y lo que en realidad ocurre, a veces hay un abismo insuperable. Es una ficción, un espejismo del que nos cuesta mucho apearnos.

Como todas las noches, te echaste en el sofá para ver la tele y te acabaste quedando dormida. Te imagino descalza, de costado y con las piernas encogidas y reposando la cabeza sobre un cojín, quizá de rayas o quizá de flores. Sospecho que esa costumbre tenía que ver con las pocas ganas que tenías de compartir la cama con ese hijo de puta que ha hecho eterno tu sueño; si se dormía pronto, furtivamente podías entrar en la habitación para cambiar el cojín por tu almohada y como un fantasma echarte a su lado sin moverte, sintiendo su peste pegada a la nariz, su respiración de hombre satisfecho de sí mismo, de quien siente el poder de su fuerza en las manos y en los testículos.

Demasiadas noches, al llegar a casa, se desencadenaba la tormenta. Tenía que controlar tus movimientos, saber de dónde venías y a dónde ibas, con quién compartías tus momentos, quién era ese conductor de autobús que te daba todas las mañanas los buenos días cuando te subías, o el tendero de la esquina que elegía los mejores productos para ti, o el peluquero que te dejaba el cabello tan brillante los viernes por la tarde, o el basurero que recogía los papeles de la acera cuando tú ibas a pasar.... Tu amo y señor, que es como probablemente se tenía a sí mismo, no quería perderte, no quería que pudieses disfrutar ningún momento de tu vida en libertad o en compañía de otros que no fueran él; ni en el trabajo, si lo tenías, ni detrás de otras paredes que no fueran las de tu casa, las de su reino, las de su cárcel.

Se sentía un mártir, menospreciado, incapaz de estar a tu altura, lleno de rencor y de miedo, inseguro, pero con el corazón tan podrido como para esperar que estuvieses dormida, indefensa y sola. No sé si te dio tiempo a gritar o a soltar un lamento, quizá tan solo sentiste que tu sueño se interrumpía para entrar en otro más profundo y definitivo. Si fue así, me alegro de que no vivieras el horror de ver su ira y su cobardía reflejados en sus ojos. Quizá después de su venganza se parara unos minutos para comprobar si respirabas, temiendo que abrieras los ojos y apareciera la pena infinita dibujada en ellos.

Yo he pasado muchos días por delante del 29 de la calle Cobarrubias, bajo tu ventana, en un distrito de nivel medio-alto donde no es habitual que las broncas familiares acaben manchando de sangre los portales, aunque estoy segura que hay tantos canallas como en cualquier otro barrio de Madrid o de cualquier ciudad. El veneno del machismo circula por cualquier cerebro adicto a la posesión y no distingue categorías sociales, ni niveles culturales, ni estatus profesionales de ningún tipo. No sé, ni me importa, si eras buena, mala o regular; una bruja o una santa; simpática o antipática; buena madre o un desastre; limpia o una guarra; educada u ordinaria; culta o analfabeta; buena amante o con la libido en el congelador. Fueras como fueras, no merecías morir a manos de tu marido, del hombre de quien esperaste un día, y quizá años, todo y, probablemente, a quien le dabas todo. Y si no se lo dabas, que se hubiese ido a buscarlo a otra parte, pero no tenía el más mínimo derecho a adueñarse de tu vida hasta el punto de  quitártela,  y a destrozar la de sus hijos. No lo denunciaste nunca, posiblemente porque tampoco nunca imaginaste que llegaría a tal monstruosidad, o quizá porque le temías, o porque pensabas que algún día las cosas podrían cambiar, o porque le querías a pesar de todo, o creías que le querías. 

No es un consuelo decir que ojalá seas la última, porque esto es un chorreo de mujeres muertas que no para, ya sea este año o cualesquiera otros años. Más bien es un desconsuelo difícil de superar. ¿Ante las noticias de otras muertes, te sentirías alguna vez reflejada en el espejo? Creo que no, porque de ser así nunca te hubieses quedado dormida en el sofá teniendo al monstruo dentro.

Lo que no sé es cómo lo van a superar tus vecinos, esos que una noche sí y otra también os oían a través de la ventana del patio discutir a gritos, repitiendo siempre él que de dónde venías, que dónde estabas, que con quién. El silencio cómplice también es culpable. Si descubrieran a un chaval meándose en el portal es seguro que llamarían a la policía, o si la marcha nocturna del bar de enfrente les impidiera dormir (lo cual puedo comprender), pero los insultos y los gritos de la casa de enfrente parece que no nos molestan, que no desprenden ningún olor fétido, que no dañan nuestros oídos, que no nos conciernen en definitiva. Deja, deja, que yo no quiero líos... Miseria tras las puertas, mirillas oxidadas de no abrirlas nunca para escuchar al otro, para amplificar sus lamentos y que nos lleguen al corazón, pero sobre todo al cerebro. Hay quien lo tiene necrosado de por vida.

Ese cabrón podría haberse cortado la yugular después de matarte, hasta podría haberlo hecho con cierta dignidad, si es que le queda alguna. Pero no, no ha tenido valor, y ahora tendremos que pagarle entre todos su estancia en la cárcel. No siento ninguna pena por él, ni la más mínima piedad. No deseo que le maten, pero no me importaría un bledo asistir a su entierro, ni al de ningún otro maltratador y asesino de mujeres. Sé que lo que digo es fuerte, pero no me arrepiento ni quiero desdecirme

¡Que se pudra!

Desconsuelo y poesía.

12 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Debería haberse cortado la yugular antes.
¿Cuándo parará esto?

Emilio Calvo de Mora dijo...

Vi anoche Sólo mía, un docudrama escalofriante sobre la pandemia de la tortura (no es maltrato, es tortura) sobre las mujeres. Tu escrito me ha reconciliado con el mundo. Sensible. Estricto.Un abrazo.

Teresa dijo...

Impresionante imagen
impresionante texto
ya no nos impresiona la realidad.
Lo vivimos tan a menudo que se hace cotidiano, anodino y pasa desapercibido.
Quizá habría que revisar el santo sacramento del matrimonio, la institución procreadora de hijos y establecer un contrato en el que las partes se obligan durante x años y tienen que estar de acuerdo ambos para suscribirlo.

Creo que la equivocación es tratarlo como "víctimas de género". Son asesinos como el resto de asesinos, a los que habría que añadirles la pena por "tortura física y psicológica" agravada por el número de años de convivencia.

Sólo nos queda la impotencia y la frustración porque nunca intentan suicidarse ellos primero.

Silvia_D dijo...

Sabes? el miedo huele, se siente en el aire, oprime, estrangula hasta dejarte sin respiración... el estómago se te encoge y agujas se clavan atravesándote como cuchillos... el sudor frío te recorre todo el cuerpo y las gotitas perlan toda tu piel, la adrenalina se dispara y llega a tu corazón en forma de taquicardia y retrocedes, retrocedes, hasta intentar desaparece,te duele hasta el alma, sientes que vas a caer y caes, hasta un pozo sin fondo, del que nunca sales realmente porque allí se ha quedado tu esencia machacada para siempre, los golpes no duelen, eres insensible, no sientes nada, solo miedo...

Nunca, nada, volverá a ser igual, se pierde la fe en todo... sí quizás vuelvas a sonreír, eso si no te matan, pero tu verdadero "yo" ya habrá mutado para siempre, ese miedo, nunca te abandonará y en cada hombre que se te acerque, verás un posible futuro maltratador, ante la más mínima señal "extraña".

Tu vida se convierte en una espiral donde esperas que se "repita la jugada"... y lo malo es... que a veces, pasa.

Nena,tu entrada me ha hecho llorar, pero pienso que mejor es que él se hubiera cortado el cuello antes y dejarla vivir a ella... ahora en 3 días está en la calle, que asco.

Besos y buenas noches

viejos miedos dijo...

la piel de gallina.

y tristemente tenemos que soportar las mismas muertes día tra día...hasta cuando?

espero que no te importe que me haya pasado.

Anónimo dijo...

A cada cerdo le llega su San Martín ... aunque a veces le llegue tarde.
Mierda de educación machista.

Un beso.

Cesc

Isabel Huete dijo...

Antes que nada quiero decir que la historia del asesinato de esta mujer es real en lo que respecta a los hechos básicos: donde y cómo fue asesinada, los hijos que tenía y los comentarios de los vecinos; también es cierto que paso todos los días por delante de esa casa y eso me impresionó especialmente, sin que ello merme en absoluto la desolación que me produce cualquier noticia que conozca sobre el maltrato y asesinato de otras mujeres.

PEDRO: tiene que cambiar mucho esta sociedad respecto a la igualdad y respeto entre hombres y mujeres para que esta lacra termine de una vez. No es fácil, pero creo que cada vez es más necesario que los hombres os involucréis más en la defensa de estos derechos, aunque también es cierto que cada vez sois más los que lo hacéis. Hay que cortar de raíz cualquier alusión o comentario degradante, insistir hasta la saciedad en educar a los hijos/as en estos valores y dar ejemplo dentro de las familias. De poco sirve la educación escolar si luego en sus casas siguen viendo desigualdades y menosprecios. No es fácil, pero tampoco hay que rendirse.
Llevas razón: debería haberse cortado la yugular antes.
Besotes.

EMILIO, gracias por tus palabras y por visitarme. Llevas razón respecto a Sólo mía. Cuando yo la vi me impactó muchísimo por su realismo y crudeza. Y es que este asunto no tiene matices.
Me alegro haberte reconciliado con el mundo y también espero que sigas en ello.
Un besazo.

BIPO, llevas razón al decir que son pura y simplemente asesinos, pero con el agravante de que utilizan muchas veces la mentira, el arrepentimiento falso, el poder de seducción, la degradación de la autoestima de la mujer, el chantaje de los hijos y su mayor fuerza física para perpetrar el asesinato.
Bajo mi personal punto de vista, el problema de la pareja (casada o no) es no ver al otro como un ser diferente y libre al que se debe respetar y al que nunca se debe intentar poseer o volver a la imagen y semejanza de cada uno. Y saber aceptar que cuando el amor se muere la convivencia se vuelve suplicio y lo mejor es intentar retomar la vida de otra manera. A veces el sentimiento de fracaso y el miedo a la soledad puede llegar a obsesionar hasta llegar al trastorno total. Si hay complicidad todo va sobre ruedas, pero cuando ya no se tiene nada que compartir el carro se para y vuelca. Hay que apearse antes.
Besazos.

Dianna, cielo, no sabes cómo siento haberte hecho llorar. Tenía un nudo muy cabreado en la garganta y tenía que expulsarlo como fuera. Al ver tu entrada, maravillosa por la sensibilidad de tu poema, todavía me encorajiné más. Desde que leí la noticia llevaba pensando que tenía que escribir sobre esa mujer y tú fuiste el revulsivo final.
No conozco el miedo a la brutalidad de una pareja, pero sí el que viví en mi infancia respecto a mi padre... Te marca, sin la menor duda, y el resto de tu vida cualquier tipo de brutalidad la vives en primera persona aunque no seas la víctima directa. Pero se puede vivir con ello con dignidad, luchando contra los fantasmas y reforzándose por dentro. Y también se puede llegar a perdonar, aunque nunca a justificar.
Eres un cielo. Un besote grande.

VIEJOS MIEDOS, bienvenido a tu casa y gracias por entrar, ¿cómo crees que me podría importar?
Te digo lo mismo que a Pedro, no sé hasta cuándo durará esta espiral de violencia machista, pero no hay que dejar de concienciarnos y concienciar a quienes nos rodean, de denunciar la barbarie, de afear comportamientos degradantes hacia las mujeres. No hay que rendirse aunque todavía no veamos la luz al final del camino.
Un besazo.

CESC, ¡quién pudiera atajar estas cosas antes de que se produzca! Y lo peor es que demasiadas veces son previsibles y no se hace todo lo que se podría hacer para evitarlo. Es difícil, requiere muchos medios económicos y humanos, pero no parece que sea mucho más difícil que poner las carreteras llenas de cámaras (que me parece muy bien). Ya que no se les puede poner una cámara o un policía a cada una, yo armaría a las mujeres con más peligro aunque parezca una burrada esta afirmación. Es su vida la que está en peligro y no podemos conformarnos con verlas morir y lamentarnos después.
Besórrimos, como diría Andreu :-))

Teresa dijo...

El cariño que nace muere por muchos motivos, no necesariamente desde dentro de la pareja. Sí, es cierto, hay que apearse del carro, pero a veces uno analiza los sentimientos desde los años y no percibe ese menoscabo en el día a día.
La falta de cariño no implica violencia.

La violencia la producen las drogas, el alcohol, la incultura, el carácter propio... estos monstruos, que quizás algún día fueron personas, y llegan a ser asesinos, porque en el momento del crimen y en el día a día, saben perfectamente lo que quieren hacer, son conscientes de su acto.

Las mujeres que los padecen no son cobardes, son muy fuertes. Hay que estar en su piel y recibir los golpes y los agravios, a veces por proteger a sus hijos. Yo conozco a una mujer así y la admiro y la quiero por todas las vejaciones que sufrió y aguantó. Y muchos días pienso en la vida tan perra que tuvo, porque hace muchos años que es libre y en los golpes que ocultaba pero que conocíamos. Y a mi siempre me pareció una mujer muy muy valiente

Isabel Huete dijo...

Bipo, por supuesto que la falta de cariño no implica violencia porque de ser así no morirían 100 mujeres al año, sino miles.
Es bueno tener perspectiva tras los años de convivencia porque las cosas, entre ellas el cariño, no se fraguan ni mueren en un instante. Fero los años, la experiencia, no sólo nos debe servir para analizar lo vivido sino también para pensar que se puede vivir otras vidas más gratificantes, por no decir más felices.
Yo también conozco a una mujer como la que tú describes, y la admiro profundamente.
Un besazo.

Merche Pallarés dijo...

Precioso tu texto, Isabel. Reconozco que en mi vida he sido MUY afortunada porque mis hombres jamás me han maltratado ni física ni psicólogicamente y en mi casa nunca presencié malos tratos (mi padre, la verdad, era un santo) pero sí es cierto que no hay derecho y esos asesinos deberían estar encerrados para siempre. Leí esa terrible historia en El País pero tu relato ma ha dado escalofrios... Muchos besotes querida, M.

jg riobò dijo...

No podemos esperar otras cosas de la inmoralidad reinante y el consumismo desaforado.
No hay esperanza y esto irá a más.

Isabel Huete dijo...

¡Ay, Javier! Cuando me dices estas cosas sé que en parte llevas razón al tener esa visión tan negra de la vida, pero te aseguro que hay otras cosas bellísimas en el otro plato de la balanza. Si no fuera así no podríamos sobrevivir.
Un besazo.

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