Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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18 agosto 2008

Quiero ser como Luis Felipe Comendador

Sí, sí, no es broma, quisiera ser tan inteligente, culto, elegante, comprometido, amigo de sus amigos y buena gente como es él, tener su bonhomía. Y, por supuesto, me encantaría saber de poesía y escribirla como él. Pero sé que nunca llegaré a ese nivel ni aunque me lo proponga, porque la sabiduría en general, y la literaria en particular, se consigue tras mucho esfuerzo, tras mucha observación, tras muchas vivencias y tras mucha lectura, y todo ello sabiéndolo asimilar y no alardeando de nada.

Yo observo todo lo que me rodea cual ojo de diosa (con el de Dios no me atrevo), he vivido hasta la extenuación queriéndome comer el mundo, he leído a la luz de la luna cuando no me permitían en el colegio tener la luz encendida hasta altas horas de la noche, he asimilado por todos los poros de mi piel cuanto me ha acontecido, he sido incapaz de alardear de nada porque nada de lo que tuviera o supiera me parecía realmente importante, pero ni me he esforzado lo suficiente ni he sabido plasmar poéticamente aquello que ha ido sedimentando en el fondo de mi experiencia. Por eso dudo mucho que consiga ser o saber como Luis Felipe Comendador. Y es que yo lo admiro, y le quiero, más aún si cabe por la distancia intelectual que nos separa.

Todo esto viene a cuento por cosas que se dicen o se escriben sobre los triunfadores de los JJ.OO.


Son los nuevos héroes, los nuevos modelos a imitar, los inalcanzables, los admirados, los venerados, los imbatibles, los grandes de los grandes, los dioses del Olimpo, los que ocupan todas las portadas. Nada más lejos de mi intención que comparar a Luis Felipe con ninguno de ellos, ¡faltaría más! (lo digo a favor de él, claro). Pero viene a cuento porque todos, en algún momento hemos querido ser como, o más que, otras personas que hemos conocido y admirado, incluso sin conocerlas. No es malo ni criticable siempre que no se convierta en una obsesión o en la única meta para conseguir la felicidad o la parte de ella que nos permitan disfrutar. Admirar a un deportista es realmente sano, querer imitarlo también, pero la cuestión es el porqué y el para qué.

- ¿Y tú qué quieres ser de mayor, Ramoncín?
- Pues yo quiero ser campeón como Nadal, abuelita.
- ¿Y por qué quieres ser como Nadal?
- Para que me den muchas medallas de oro y salir en todos los periódicos.
- ¿Y tú tampoco querrías ir a visitar los museos como él?
- ¿Qué son los museos? Yo lo que quiero es jugar a la Play, como hace él.
- Pero es que para ser como Nadal tendrás que trabajar muchas horas y ser muy disciplinado, y hasta que llegues a ello pasarán bastantes años... ¿Tú estarías dispuesto a sacrificarte así?
- .......

Y entonces la abuelita se convierte en el lobo y se lo come...

- Oye, tío, ese tronco del Phelps es un crak...
- ¡Joder, cómo se lo ha montado el tío: ocho oros y sin que se le menee un pelo!
- ¡Ya te digo, siendo yanky ya podrá, con la pasta que atienen!
- ¡So pringao, que eso no es cuestión de pasta!
- ¡Qué hostia, pues entonces el pringao es él!

Y entonces vino una ola enorme y se los llevó mar adentro...

Demasiado fácil enamorarse del oro, o de los oropeles, y qué difícil saber reconocer el esfuerzo y el tesón, y más aún saber y querer imitarlos. Cuentan las marcas, los tantos, las brazadas, los segundos, los metros, los goles, los rankings... El éxito está lleno de medidas, de números, de fama, de podiums y de himnos y banderas. Así nos lo están vendiendo, así nos lo están inoculando en dosis bajas pero de manera efectiva. Empezó con "la roja", con toda la parafernalia, para que una TV ganara audiencia y ahora a todos los equipos, sean del deporte que sean, se les llama "la roja" aunque vayan de azul, en pelotas o estén debajo del agua. El "podemos" o "lo conseguiremos", o frases parecidas, se han creado en un estudio de marketing bien aleccionado. El objetivo es vender el vencer, ser los primeros, luchar sin descanso para ser reconocidos, todos unidos bajos los símbolos patrios, ¡todos a por ellos! Lo que no se ve, lo que hay detrás, que cada uno se lo imagine y si no, al contenedor de basuras por piciarla.

Y luego, cuando todo acaba, nos quedamos con cara de tontos en la soledad del salón, frente a ese televisor superguay que nos hemos comprado a unos plazos insufribles para ver a nuestros ídolos. La euforia ha desaparecido de repente, ¿y ahora qué hacemos hasta que nos chorreen con otro evento? Hemos dejado de leer (quien lea), de ir al cine o al teatro (quien acostumbre a hacerlo), de pasear al atardecer (quien le guste), de echarnos esa siesta tan estupenda (quien no lo pueda remediar), de dormir muchas noches para ver las retransmisiones en directo... Y no nos hemos dado cuenta de que el chute olímpico, o el futbolero, o el que sea que nos inoculen, nos estaba dejando vacíos por dentro, sin defensas ante tanto ataque.

Y digo yo que por qué no pondrán tanto empeño los gobiernos y los medios de comunicación en inocularnos cultura a todas horas, en hacernos amar la literatura, el arte, la música, la danza, el cine, el teatro, todas las artes en general. Por qué no crean también un Comité Olímpico de la Cultura que organice una Olimpiada donde se midan los saberes... La imaginación, el discurso, la palabra escrita, el color, el movimiento, las notas musicales, la interpretación, el espacio, el tiempo, el conocimiento, la sensibilidad, la creatividad, la habilidad, la imagen, el cuerpo, y quizá hasta el alma.

Y entonces vinieron los defensores de la realidad y la encarcelaron por subversiva.

Siendo bastantes años más joven de lo que lo soy ahora, quería ser Emily Brönte, también Enid Blynton, y Christian Andersen, y Richmal Crompton, y Emilio Salgari, y Pablo Neruda, y Gustav Klimt, y Mª del Mar Bonet... Quise ser todos aquellos y aquellas que me habían entusiasmado después de leerlos, escucharlos o verlos. Creía que era fácil escribir, pintar o interpretar como ellos lo hacían, y empecé cuentos, y novelas, y poemas, y me compré una guitarra y un manual de aprendizaje, y pinté cuadros y dibujé retratos... pero me faltó disciplina y esfuerzo. Entonces comprendí que querer ser como aquellos a los que admiraba implicaba hacer las cosas también (y tan bien) como ellos, con la misma dedicación y entusiasmo, y no sólo centrarme en sus obras acabadas.

A día de hoy... pues quiero ser como Luis Felipe Comendador, que es, para mí, uno de los grandes. Pero no sólo quiero escribir como él y ser tan disciplinada, también quisiera ser tan gran persona como él lo es.

También quiero ser como José Mayoral, y como Lucas Rodríguez, y como Alberto Gª Sánchez, y como Andreu Navarra, y como Ángel Petisme, y como Yolanda Pérez... y como todos a los que admiro, pero son tantos y tan buenos que no creo que tenga fuerzas para conseguirlo. Quizá las fuerzas deba dejarlas para seguir siendo como yo soy.

Cultura y poesía.

10 comentarios:

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Luis-Felipe es un hombre admirable, extraordinario.
Saludos,
Diego

jg riobò dijo...

Nos criamos juntos y yo también quiero ser como él.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

A mí me bastaría con ser su amigo y compartir horas sin reloj junto a él y a ti.

Psiko dijo...

Está bien tener personas que por su excelencia nos motiven a ser mejores.
Por mi parte intento ser yo mismo, lo que tampoco es nada fácil, hay demasiadas interferencias que me distraen y equivocan.
No conozco a Luis Felipe, pero me propongo arreglarlo.

Besos

Isabel Huete dijo...

Diego, te había contestado (creo) pero ahora no sé si lo he hecho en tu blog o aquí. En todo caso, me ha faltado tiempo para bajarme el vídeo de una interpretación tuya. No te imaginas lo satisfecha que me siento de haberte descubierto, o más bien de que te hayas descubierto. Miles de gracias.
Un besote.

Javier, ¿no crees que es un privilegio conocer a gente así, tan especial? Estas son las pequeñas, o grandes, cosas de las que me gusta alimentarme por dentro.
Besitos.

Pedro, no creo que eso sea tan difícil, basta con fijar el lugar y la hora olvidándose después del tiempo. ¡Ya me gustaría que todo fuera tan fácil como eso! Cúrratelo.
Besazos

Anónimo dijo...

Vaya! Isabel! menudo lujo que te pases por mi casa. Me ha hecho mucha ilusión.
Me he permitido hacer un link al tuyo, espero que no te moleste.
Lo de poeta me queda un poco demasiado enorme.
Sigo releiendo las fichas de "Fiebre y Ciudad" y enganchándome en sus paisajes abruptos. Me enganchais.
Os vuelvo a felicitar.
Un beso.

Cesc

Isabel Huete dijo...

Psiko, eso tiene fácil arreglo: visita su blog. Creo que te gustará porque es de una clarividencia y de una ternura acojonantes.
Besotes.

Cesc, cariño, por supuesto que puedes linkearme. Yo lo he hecho con el tuyo. Y, por fa, no me digas eso del lujo que me da vergüenza, además el lujo eres tú que escribes, pintas, haces música... Yo me engancho a la gente interesante, a la que no se rinde.
Un besazo.

Teresa dijo...

De lo que no se sabe nada es mejor no opinar. Habrá que visitar su blog.

Teresa dijo...

Quizás lo que se sale de madre es el pastorrón que ganan los deportistas por hacer lo que les gusta
(Se forran con la publicidad).


Aunque en este caso también se encuentran los dioses del séptimo arte, la música, la pintura.. quizás no tan descarado, pero una vez que suben arriba del todo... todo lo que tocan es oro.

Isabel Huete dijo...

Bipo, harías bien en visitar su blog porque vale la pena. Es una gran persona y dice cosas muy lúcidas.

Y llevas razón: todos los "popes" de cualquier actividad acaban llevándose todos los oros. No me parecería mal si los del campo intelectual y artístico dejaran de poner trabas a los que les puedan hacer sombra.
Besucos.

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