Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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10 agosto 2007

Descansa de lo tuyo, bonita.

En tiempos como éste, donde el plagio a todos los niveles está a la orden del día y parece que son pocos los que se inmutan, me pregunto por qué no plagiar yo también apropiándome de esta frase que he utilizado como título. Pero no, no sé hacerlo, siento pudor aunque pueda parecer una frase sin importancia. Es el título de una obra de teatro que ponen en el Teatro Español, escrita e interpretada por Sandra Marchena. Al pasar por delante esta mañana me ha llamado la atención porque me va al pelo, expresa con bastante exactitud lo que me digo muchas veces cuando siento que me ocupo, no preocupo, de demasiadas cosas haciéndolas mías, creo que erróneamente, ¿o no tanto?. Porque es que al final el tiempo se me va en lo ajeno porque lo convierto en mío, cuando debería mirarme un pelín más a mí misma, no en plan ególatra, que eso sí que no es lo mío, sino dedicándome a cuidar y mimar mis entresijos, los de más adentro, porque a veces se rebotan por falta de atención y en vez de escucharlos les sello la boca para que no molesten, no vaya a ser que me estropeen ese optimismo en el que me he instalado y que poco a poco se va haciendo crónico.

La verdad es que a veces no sé distinguir bien qué es "lo mío" realmente, o si debo hacer alguna distinción entre lo que pasa a mi alrededor y lo que me fluye por las venas o lo que viaja por mis neuronas, siendo esto último una forma de distinguir lo emocional de lo puramente racional, si es que existen diferenciados, coexisten o, simplemente, no existen. Ya llevo algunos años pensando que si esa teoría es verdadera, yo puedo ser el paradigma de lo contrario y llevarla a su total destrucción. Porque, vamos a ver, según me han enseñado, la observación de la realidad y su asunción es una actividad puramente racional, ¿pero quién no se emociona con ella aunque sea en su vertiente más espantosa? Y creo, además, que es la emoción provocada lo que deja una huella indeleble en nuestro conocimiento, crea nuestro carácter y nos hace aprender.

Yo soy incapaz de enterarme, como lo hice ayer, de que los delfines blancos del Yangtse se han extinguido y no cabrearme... Es una realidad que asumo, vale, ¿pero puedo no sentir ante ello un cabreo enorme? Si ante esta noticia me digo: vale, tía, es horrible pero las cosas van por ahí porque el progreso se cobra, y se seguirá cobrando, estos peajes, así que olvídate que la vida sigue y como estas cosas vendrán muchas más y no puedes pararte a pensar en ellas y, menos aún, a cabrearte porque entonces más vale que no salgas a la calle... ¿seré así más feliz? Pero, claro, para mí (otros son capaces de hacerlo y seguir viviendo como si nada) una noticia como ésta no me impide levantarme y disfrutar de la luz de la mañana, pero también siento que me han quitado algo que forma parte de ese día y de esa luz, y cuando me quitan algo que es mío porque soy tan cosmos como un delfín blanco o como cualquier otra partícula que forme parte del universo, pues tiemblo de indignación.

Y no voy a ser yo quien reniegue del progreso, pero sí del progreso descontrolado, del que es un fin en sí mismo, del voraz y despiadado, del que se salta por ganar un céntimo más cualquier norma de protección y conservación de la naturaleza, esa teta a la que estamos dejando vacía sin preguntarnos qué haremos el día que diga "se acabó, ya no hay más". Ahora, los países limítrofes con el Polo Norte parecen encantados porque con el deshielo producto del efecto invernadero van a poder hacer prospecciones petrolíferas en pocos años, ya que parece que existen grandes bolsas de crudo bajo la tierra que cubre el hielo... ¡Y aquí todos tan felices! ¡Titi, que es el progreso, el futuro de la humanidad! ¿Como es posible que no lo veas, so cateta? ¡Desciende, nena, desciende que te la vas a pegar!

Pues mira, no, bonita, lo mío (eso de lo que debiera descansar) es que ante estas cosas, tan despiadadamente reales, me hierva la sangre y se me cortocircuiten las neuronas. Y no podré hacer nada, salvo pagar religiosamente mis cuotas a Greenpeace y a Médicos sin fronteras que, dicho sea de paso, se lo curran lo suyo, pero por lo menos me puedo permitir el lujo de lanzar desde esta boquita sapos y culebras contra los gobiernos y las empresas sin escrúpulos. Y ahora, como los responsables de la desaparición del delfín blanco son los chinos, porque han diezmado el río más caudaloso del mundo, lo han partido en trocitos construyendo presas sin parar -entre ellas la de las Tres Gargantas, que mira que tiene un nombre bonito y, sin embargo, el daño que hace-, lo que ha reducido a la tercera parte su fauna y privado de sustento a millones de habitantes de sus orillas, además de contaminarlo en un porcentaje enorme su caudal, pues eso, que los chinos son unos canallas por esto y, por supuesto, por su sistema político dictatorial y represor... Y una no puede contener el vómito al ver que, encima, los gobiernos llamados democráticos les estén bailando el agua un día sí y otro también, fundamentalmente porque se ha convertido en una potencia económica y, claro, el mercado, la pela, manda. Da igual que estén apoyando la masacre de Darfur con armas, da igual que le corten la cabeza a los disidentes, da igual que sea uno de los países que más mierda lanza a la atmósfera, da igual cualquier fechoría que cometan si desde occidente nos dejan invertir allí y sacar el mayor rendimiento, sobre todo porque los costes laborales son ínfimos. ¡Que se joda el pueblo chino, nosotros a rapiñear!

Esa es la realidad, la que capto mediante la razón y la que me duele desde la emoción, siendo a la postre esta última la que me da la vida, luego la que realmente me interesa, la que cultivo como el bien más preciado y a la que no quiero renunciar, por eso, por más que mi parte racional me diga que debo descansar de lo mío, bonita, sé que es una entelequia, que mañana mis emociones seguirán en el mismo sitio, en el que siempre han estado, en el que deben estar, en el que en el fondo quiero que estén.

Y en señal de duelo, y también homenaje, por los delfines blancos que fueron parte de nosotros durante millones de años y ya no volveremos a ver nunca más surcando las aguas del río Yangtse, traigo esta fotografía que hice hace años de una manada de calderones del Mediterraneo, primos hermanos de los delfines, en un viaje maravilloso de 11 días desde Torrevieja al Cabo de Gata en un barco ecologista, el Toftevaag (un antiguo pesquero noruego reconvertido, de principios del s. XX), para observar y registrar las manadas de cetáceos. Otro día contaré esta experiencia porque creo que como ella he tenido y disfrutado pocas.

Pues nada, que no puedo subir la foto porque la archivé en casa, en mi MacIntosh, y este PC del curro me dice que no encuentra el programa que la creó. En fin, inconvenientes de trabajar con dos sistemas operativos diferentes. De todas las maneras, contribuiré con otra fotografía de la naturaleza, hecha en el corral de la casa de José Mayoral, mi compi de Editorial, en Tembleque (Toledo), que también es mía y aunque no va de calderones, a mí me gusta mucho porque muestra el despertar de la primavera, la de este año. Vida hasta las cachas.


Todo es poesía.

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FOTOLIA