Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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05 diciembre 2007

Ese tal Ratzinger (o como se escriba), o ese tal Papa

Tenía previsto seguir hablando de México pero llevo dos días dándole vueltas al último documento, recomendación, Encíclica, o lo que sea, que ha lanzado ese tal a sus seguidores cual bomba ovo-biológica, que diría Jorge Kleiman, uno de nuestros autores publicados. Siempre me pasa cuando voy en Metro: me bullen en la cabeza las cuestiones que más me enconan; será quizá por lo poco que me gusta ese medio de transporte, por los apretujones, alborotos de adolescentes incontrolados, calor asfixiante y esas escaleras que a veces parecen interminables, pero como cualquier "proleta" no me queda otra que cogerlo porque la pasta no me llega pa más, más ahora que le debo 1000 € a la puta Hacienda.
Pues eso, que ayer y hoy venía a trabajar calentándome la cabeza en el Metro con lo que dice ese tal: que si no hay salvación fuera de la fe católica porque, entre otras cosas, sin Dios no hay justicia; que si vamos al caos y a la perdición con el laicismo político (la Revolución Francesa fue la manzana podrida que lo originó), que si la razón humana es caca de la vaca; que los malos nos quemaremos en el infierno...; que si los no creyentes o los laicos se imponen el mundo se hundirá en las tinieblas más oscuras... En fin, que ni el propio Dios nos salvará porque para eso nos echará la bronca en el Juicio Final, que se producirá y nuestra cabeza rodará sin remedio.
Los que hemos crecido bajo la imposición de las enseñanzas judeo-cristianas tenemos señales en cuerpo y en el alma difíciles de borrar. Bueno, quizá no deba generalizar aunque haya compartido con muchos/as amigos y conocidos esa opinión, así que hablaré al respecto en primera persona. Desde el "Jesusito de mi vida" de rodillas ante una imagen antes de meterme en la cama cuando era niña, pasando por todos los colegios religiosos en los que estudié y la idea a los 15 años de que mi destino era ser monja para expiar mis muchos pecados; los rosarios y misas diarias a los que nos obligaban las monjas y las confesiones por supuestos comportamientos malignos que hoy me dan risa; el miedo a la muerte por creer que mi rebelde y "disipada" vida me llevaría a consumirme irremediablemente en el fuego eterno; el sentimiento de haber perdido la obligada pureza que toda mujer debía conservar desde que me morreé (sin lengua, eh?) por primera vez a los 11 años con un siempre recordado Fernando Solís Pintor, de 12; el sentir que era poco menos que una perdida porque pintarse era poco más o menos algo que sólo las "furcias" (como las llamaba mi padre) hacían; el pensar, después de la primera experiencia sexual (¡a los 22...!) , que además de haberme convertido en algo más que una puta, si tomaba anticonceptivos recibiría algún castigo divino (aunque los tomé... con verdadera aprensión); y así hasta el infinito, hasta que todo se me vino abajo cuando empecé a tomar conciencia de la injusticia que existe allá donde mires, a poco que dejes de mirarte el ombligo y empieces a mirar el de los otros, que también tienen.
Todo eso, creo que especialmente a las mujeres, nos ha afectado y marcado de manera indeleble. Yo me he sentido, y aún en algunas situaciones me sigo sintiendo, como si llevara puesto un sello en el culo al modo como los nazis marcaban con una estrella de David a los judíos, salvando las diferencias, por supuesto.
A pesar de todo, y después de haberme hecho verdaderos autolavados de cerebro para desprenderme de tanta mierda una vez que descubrí que tenía razón y podía pensar y decidir por mí misma, nunca he podido decir que soy atea. Me declaro agnóstica porque aún perdura la duda: puede ser que Dios no exista, o puede que sí, porque el conocimiento de esa verdad me parece imposible de alcanzar a través de la razón y de la experiencia. Por tanto respeto todas las creencias, eso sí: sin me quieran imponer ninguna. Y es que ese tal está empeñado en que pasemos todos por el aro y eso, como cualquier otro tipo de imposición, ya sea política o familiar, me pone de los nervios. Y no digamos cuando los integristas de cualquier signo salen al patio a manifestarse por sus únicas verdades menospreciando a quienes no se someten o no comparten su opinión. Me da lo mismo que el integrismo sea católico, musulmán o chavista: todos tienen el ramalazo del fascismo ondeando sobre sus cabezas.
Y yo pienso, en todo caso, que si hay un Dios, es imposible que sea como el que nos pintan y nos han pintado: tan poderoso y perfecto como prepotente y cruel, y eso me resulta indigerible. Y si no lo hay, la auténtica divinidad es el corazón del ser humano: a veces bello y otras monstruoso. Por eso también creo que pretender alcanzar un mundo perfecto, sin guerras y sin destrucción de ningún tipo es imposible, porque es imposible sumar los contrarios: frente a la generosidad, la solidaridad, el respeto, el amor, siempre habrá el egoísmo, el interés, la traición, el odio... Y yo me pregunto de qué lado está realmente ese tal, que predica lo que no cumple.
Somos producto del big-bang, de la explosión que provocó el nacimiento del Universo, y por ello no somos ajenos a su parte más luminosa, pero también a la más oscura y misteriosa. Nadie está libre de ninguna de las dos y creo que quizá exista una verdad creíble: que aceptándolo seremos más felices.
Por cierto, ¿alguien sabría decirme por qué se me ha desconfigurado la imagen y el título con los que empieza mi blog? No consigo arreglarlo. ¿Será un castigo divino por no ser sumisa? :-))
Libertad y poesía.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Tienes razón: los que tenemos una edad llevamos marcas imborrables en las que se nos confundían las creencias y la moralidad, lo público y lo privado, la censura ceñuda de todos los actos. Y esa gran losa del pecado. Lo que nos está costando quitarla...

Isabel Huete dijo...

Y la de veces que nos ha impedido disfrutar de experiencias estupendas por el maldito sentimiento de culpa... No sé si lo lograré, pero yo no paro de meter el bisturí por si llega el día que reviente el grano por completo y deje salir toda la mierda.
Besos.

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