expulse de su iglesia a todos los viciosos y pederastas y a quienes les han defendido
cese a toda la canalla de obispos y demás jerifaltes que han escondido bajo la alfombra el delito más vergonzoso y repugnante que un ser humano puede cometer
presente querellas criminales ante los tribunales civiles contra los delincuentes sexuales que se esconden en sus conventos y ejerza la acusación particular en los procesos representando los intereses de las víctimas
pida perdón públicamente y sin ambages a las víctimas y sus familiares, a todos los creyentes y fieles de su iglesia y a toda la humanidad, y prometa que perseguirá sin piedad en el futuro a todos los que cometan tales tropelías
y después, si aún le queda algo de dignidad, ¡DIMITA!
Bitácora de Isabel Huete
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30 marzo 2010
Ratzinger
Sr. Ratzinger
Soy una ciudadana que figura en sus archivos como católica por el simple hecho de haber sido bautizada sin que nadie le pidiera permiso y, aunque divorciada, sigue casada por su iglesia porque intentar deshacer el entuerto le supondría un coste que no puede pagar, para menor aumento de sus arcas. Por eso, porque me guste o no sigo siendo burocráticamente católica, me considero con el derecho de hacerle llegar mis “inquietudes” sobre la actuación de esta iglesia que su divina inteligencia preside con mano manchada de escándalos. Y también porque soy ciudadana de un país en el que su organización eclesial todavía pinta mucho y habla más de la cuenta entrometiéndose cuanto puede en las decisiones que toma el poder civil, creyéndose todavía un poder más del Estado como en su día, bajo palio, le permitieron ser. Y tengo que escucharles, me oponga o no, y padecer sus diatribas, sus juicios sobre lo humano (porque sobre lo divino tienen todo el derecho) y sus intromisiones en todo aquello que no se ajuste a sus creencias, las cuales intentan imponer contra viento y marea después de llenar sus bolsillos con las aportaciones económicas de este Estado al que tanto critican y que pagamos todos los españoles aunque no queramos, independientemente de las contribuciones voluntarias en la declaración del IRPF que, por supuesto, hace muchos años que yo destino a otros fines sociales más acordes con posiciones menos radicales.
Me parece estupendo que todos ustedes, los mandamases de su iglesia, protejan a los suyos hagan lo que hagan -¿qué madre de familia no lo haría por cualquiera de sus hijos?- y oculten sus vergüenzas ante las miradas aviesas y faltonas de una sociedad a la que ustedes tachan de vergonzosamente materialista y desalmada que está imbuyendo de inmoralidad, de instintos asesinos y de individualismo desaforado las conciencias de sus miembros y, por tanto, no tiene derecho a tirar la primera piedra sobre aquellos –ustedes- que sólo pretenden reeducarla y llevarla por el buen camino.
Yo, que salvo que apostate sigo siendo una de los suyos, siento cierta desazón ante las noticias que, día sí día no, aparecen en los medios de todo el mundo destapando las desvergüenzas de unos pobres seres humanos cuyo único pecado ha sido aprovecharse de la inocencia y miedo de unos niños a su cargo metiéndoles mano y otras cosas mayores en sus intimidades bajo la excusa de que eso les llevaría a alcanzar con mayor derecho el reino de los cielos o vaya Ud. a saber qué otros reinos menos lejanos; y todo por no saber dónde desaguar sus pasiones más inconfesables, con lo fácil que hubiese sido practicar el onanismo – o paja- en la soledad de sus celdas.
Sé lo difícil, si no imposible, que es conseguir que a mí y a tantos otros nos escuchen desde sus púlpitos y palacios episcopales quienes forman parte de una organización empresarial como la suya, disfrazada de espiritualidad y en absoluto democrática, donde se practica descaradamente el nepotismo, se asciende a dedo en el escalafón y se excluye a las mujeres en cualquier órgano de poder por ser las causantes de llevar a los hombres a la perdición, tal y como quedó demostrado en ese Paraíso al que estábamos todos destinados antes de que una maquiavélica y pervertida mente femenina acosara, tentara y convenciera a un desvalido varón a cometer el mayor de los pecados de la Historia, el cual heredamos todos sus descendientes y por eso estamos aquí, desterrados, sufriendo la ira de Dios de por vida.
Pero hete aquí que ahora resulta que la peor tentación que sufren sus asociados no proviene de la compañía de pérfidas mujeres de muslos redondeados y pechos seductores sino de la visión de los cuerpos de púberes niños –y menos que púberes- confiados por sus padres a sus instituciones religiosas para recibir una educación acorde con sus creencias y a resguardo de la impiedad y excesiva libertad que se practica en los centros seglares. Y claro, ¿quién se resiste a no abrazar y manosear a tan tiernas criaturas de piel fina, mirada cándida y educada docilidad? ¿Cómo no expresarles un paternal amor, el deseo de poseerlos, las ansias de compartir sus más escondidas intimidades? Ya ve que le comprendo perfectamente cuando grita usted a los cuatro vientos que “tenemos que aprender a ser intransigentes con el pecado, empezando por los nuestros, e indulgentes con las personas que los cometen”, pero, curiosamente, es ahí donde comienzan todas mis dudas porque, siendo usted el máximo representante de Dios en la tierra, el guía espiritual de todos sus seguidores o, metafóricamente hablando, el gran jefe de la manada, ¿cómo no condena al destierro de su reino a todos esos pecadores, pervertidos y pervertidores de niños, como hizo su súperjefe con toda la humanidad por un simple pecado de desobediencia?, ¿o como es posible que nieguen el pan y la sal de su fe, es decir la comunión, a esos políticos católicos que votaron a favor de la ley del aborto y a su ejército de curas abusones y pederastas sólo les trasladan de castillo en castillo en la oscuridad de la noche para que nadie se entere de sus tropelías, permitiéndoles no sólo que sigan impartiendo la comunión a sus nuevas víctimas sino que también la reciban ellos? Ya ve que mis dudas y temores son inmensos y han empezado a agravarse aún más desde que, como colofón, citó usted al Hijo de Dios al decir que hay que “aprender de Jesús y no juzgar y condenar al prójimo”. ¡Señor, qué terrible tortura estoy padeciendo por ser incapaz de practicar la misma benevolencia que usted!
Yo intuyo que si usted tuviera la valentía de aclarar mis dudas me diría que el aborto y la pederastia son comportamientos incomparables porque en el primero se mata y en el segundo no, y de hecho algunos de sus subordinados ya ha apuntado algo en ese sentido, pero no dejo de preguntarme cómo catalogar el daño psicológico infringido a los niños durante días, meses o años por parte de sus educadores con alzacuellos… Niños y jóvenes que piensan, que tienen sentimientos, conciencia, que callan por miedo o por imposición; esos niños, ahora hombres adultos, han sufrido el infierno en vida acompañados por los peores fantasmas, arrastrando la humillación y la violación de sus espíritus, de sus almas –da igual la denominación- como muertos vivientes. Pero están vivos, dirá usted, y se irá a rogar por su salvación ante el Altísimo.
Supongo que su Código Canónigo, ése que dicen ustedes que les obliga a ser muy cautos y garantistas porque protege al máximo los derechos y la intimidad de los acusados, no contemplará pena alguna para los encubridores, para los mentirosos y para los estafadores ¿porque qué otra cosa es sino una mentira y una estafa a sus confiados fieles la ocultación de delitos tan repugnantes? Y ya no digamos lo que tal permisividad y ocultación significa para la sociedad en general a la que se pasan el día intentándole afear cualquier acto, por nimio que sea, que no se ajuste a sus código moral, ése que ustedes han demostrado ser los primeros en vulnerar.
Me voy a atrever a decirle, Sr. Ratzinger, lo que yo creo que debería hacer para salir más o menos airoso de esta vergüenza aunque sepa que no es exclusiva de su papado pero, qué le vamos a hacer, le ha tocado:
A pesar de ustedes, sigue habiendo poesía.
Publicado por Isabel Huete en 13:49 21 comentarios
Etiquetas: Iglesia, pederastas, Ratzinger
18 marzo 2009
Sigo aquí, leyéndoos cada día y especialmente cabreada
Me pregunta Cesc si estoy perdida... No exáctamente, algo desconcertada con algún que otro problemilla laboral e intentando solucionarlo. Parece que pronto se arreglará.
Yo creía que los fantasmas eran los únicos que incordiaban de vez en cuando mi sueño, pero les ha salido un potente competidor: la dichosa Iglesia. Cada día me pone más enferma. Soy antropológicamente anticlerical. Los curas son como los bancos: chupasangres, indecentes, tramposos, aprovechados. Nacen, crecen, se reproducen y mueren a costa de nuestros bolsillos y, encima, nos quieren condenar al infierno.
¡Pobres linces, la que les ha caído!
¡Aborto libre de una puñetera vez!
Y encima el papá Papa les dice a los camerunenses que no se pongan preservativo, que es pecado, que se hagan un nudo ellos o se cosan las entrañas ellas, o que se mueran de sida por promíscuos, por gañanes, por pobres, por miserables. Vergonzoso.
La Iglesia católica no es poesía.
Yo creía que los fantasmas eran los únicos que incordiaban de vez en cuando mi sueño, pero les ha salido un potente competidor: la dichosa Iglesia. Cada día me pone más enferma. Soy antropológicamente anticlerical. Los curas son como los bancos: chupasangres, indecentes, tramposos, aprovechados. Nacen, crecen, se reproducen y mueren a costa de nuestros bolsillos y, encima, nos quieren condenar al infierno.
¡Pobres linces, la que les ha caído!
¡Aborto libre de una puñetera vez!
Y encima el papá Papa les dice a los camerunenses que no se pongan preservativo, que es pecado, que se hagan un nudo ellos o se cosan las entrañas ellas, o que se mueran de sida por promíscuos, por gañanes, por pobres, por miserables. Vergonzoso.
La Iglesia católica no es poesía.
Publicado por Isabel Huete en 02:34 14 comentarios
Etiquetas: Iglesia
22 mayo 2008
Dios, qué mal me expreso
Pues sí, debo expresarme fatal cuando alguno/a de los amigos/as que me visitaron ayer no comprendieron el sentido irónico que quise dar a eso de que "Dios me está castigando...". Aclaro: soy agnóstica y como tal, ni niego ni afirmo la existencia de Dios; puede que exista y puede que no, aunque tampoco me preocupa demasiado. En todo caso me resulta imposible creer en el Dios que ese invento que crearon unos listillos, llamado Santa Madre Iglesia, nos ha enseñado; de tan contradictorio es inverosímil. Yo tengo mi propia teoría (nada original, por otro lado), sobre ese Dios que, en caso de existir, sólo podría concebirlo como una forma de energía que todos los seres, humanos o no, compartimos, y de la que nos alimentamos y aprovechamos con mayor o menor fortuna. También creo que en la misma medida que la utilizamos, nos desprendemos de ella. Sería una energía universal y ordenada, autoregulada, inagotable y diversa, con polo positivo y negativo (otra vez el yin-yang), y dependiendo del uso que hagamos de ella sus efectos serán beneficiosos o perjudiciales para uno mismo y para los demás. Y en caso de que Dios no exista, pues más o menos lo mismo, porque creo que la vida es pura energía y que todos la compartimos utilizándola según nuestro saber y entender, es decir, regimos nuestra existencia; nuestros actos, desde el momento que tomamos conciencia del yo, dirigen nuestro destino, y éste depende del grado de razón y/o de pasión que pongamos al realizarlos. Creo que la razón es una enorme víbora, silenciosa y traidora, dispuesta a clavarnos sus colmillos al más mínimo descuido; mientras que la pasión es como un águila real, acechante y ágil, siempre dispuesta para lanzarse en picado en busca de su presa.
De mí digo muchas veces que practico el juego de la esquizofrenia conmigo misma: Isabel es mi personaje pasional y Huete es el racional, y entre ellos algunas veces se entablan conversaciones la mar de interesantes; en otras ocasiones son verdaderas luchas a muerte. Y yo enmedio... No hay dos sin tres, dicen.
En fin, que aunque la psiquiatra me diga que estoy deprimida, yo no me lo acabo de creer. Cierto es que en algunos momentos, y ante determinadas cuestiones (algunas, por no ser mías aunque me afecten, no me considero libre para contarlas), me llego a sentir como encerrada en un enorme barril al que no puedo levantar la tapa porque me fallan las fuerzas, pero aún sintiendo la opresión sobre mi ánimo, la realidad es que nunca pierdo el espíritu de lucha. No sé reafirmarme de otra manera que no sea manteniendo las espadas en alto. Esa expresión de "estoy bregada en mil batallas" creo que la crearon para mí; mi vida ha sido una lucha constante y es normal que de vez en cuando me sienta desfallecer. De ser de otra manera me consideraría una extraterrestre, u otra "cosa rara".
Ayer un amigo me decía: "Si tú vives muy bien, no? Qué te falta a ti? No te quejes". Me alucinó que después de tantos años de amistad aún no hubiese descubierto que mi fortaleza es consecuencia de mi debilidad, que yo, por encima de cualquier otra cosa, necesito paz. Sin paz la vida se desgasta con mucha más rapidez. ¿Se puede ser feliz sin encontrar la paz? Yo no sé qué es la paz, ésa que brota de dentro, ¿alguien me lo puede decir?
Jo, tanto filosofar me ha dejado exhausta...
Lucha y poesía.
Publicado por Isabel Huete en 00:25 11 comentarios
Etiquetas: depresión, Dios, Iglesia, lucha, pasión, paz interior, razón
22 enero 2008
Por una ley de plazos
¡Qué país este! Ayer se manifestaban los fachas reivindicando no sé qué medidas contra la inmigración disfrazados de caperucita roja, pero con el lobo gruñéndoles dentro, a dentellada partida, gracias al permiso de los jueces... Y mañana lo hacen las mujeres para exigir una Ley de plazos y contra el acoso de la Comunidad de Madrid, disfrazada de dama pero con el cutrerío rebosándole las entrañas, a las mujeres que han abortado y a las clínicas que practican el aborto. No saben, ¿o sí?, lo cerca que están los unos de la otra.
Abortar por necesidad es como una puñalada que una se asesta para no recibir mil más. Quedar embarazada sin desearlo puede ser una irresponsabilidad de la mujer, del hombre, o de los dos. Y muchas veces ni siquiera eso. Las zancadillas del destino existen, y los que recurren al lloriqueo "es que con el preservativo no lo siento igual", los mentirosos y los violadores, también. Pero la cuestión va más allá de las causas, lo que importa son los efectos. Y la libertad de poder decidir debiera ser incuestionable. Casi ninguna mujer, si de ella dependiera exclusivamente, abortaría. Y digo "casi" porque hay excepciones sustentadas por el simple miedo a lo desconocido.
¡Pues haberte puesto un imperdible, niña!
¡Pues no me salió de los ovarios, ¿vale?!¡Que se hubiese puesto él un tapón!
Pues jódete...
No, si jodida ya estoy, pero no pienso estarlo toda la vida.
Deberías tenerlo y asumir tu responsabilidad.
¿Y tú qué coño sabes de esto? ¡Tenlo tú!
Yo no puedo, soy hombre.
Pues entonces cierra esa boquita de una vez porque nunca podrás saber de lo que estoy hablando, y menos aún lo que estoy padeciendo.
Y se puede padecer por cuestiones morales, o religiosas, o sociales, o familiares, o de pareja, o por un sin fin de circunstancias... que están ahí, inamovibles, señalándote con el dedo acusador. A partir de ahí se va disolviendo tu yo como un azucarillo. Has pasado de ser una mujer libre a una mujer atrapada en tu circunstancia. En lo que menos piensas es en que estás concibiendo un hijo/a, sino en que dentro de ti empieza a desarrollarse otra vida, que es tuya, con alma o sin ella, eso es lo de menos. Y piensas que si tu madre hubiese abortado de ti no estarías planteándote nada de esto, sencillamente no existirías, serías parte de la nada. No puedes evitar preguntarte cómo sería ese niño/a si naciese, qué cariño le darías y cuál recibirías. Siempre lo/la imaginas bellísimo/a, tierno, inteligente, cariñoso. Pero hay que renunciar, no puedes con ello por las razones que sean, sólo tienes una puerta de salida y hay que traspasarla, no hay otra. Y le escribes una carta a ese hijo que no va a nacer pidiéndole perdón por no haber podido, o sabido, contar con él. Cuando la acabas sientes una especie de liberación, como si hubieses limpiado una mancha resistente, aunque sabes que nunca desaparecerá del todo. También sabes que el tiempo es un bálsamo. La decisión está tomada.
Y sales por la puerta de la clínica mirando de frente pero con las gafas oscuras puestas, por si alguien te mira. Cuando llegas a casa te las quitas, y vas al cuarto de baño a mirarte en el espejo. Sigues siendo tú, compruebas. Y sonríes.
Pasan los años y ya todo es un mal recuerdo que espantas en cuanto aparece, pero viene un poli mandado por la derecha más hipócrita, por la derecha que aborta tanto, o más, que los demás, y te dice que pudiste cometer un delito, que el juez quiere interrogarte, que tu vida de ahora no le interesa, que si superaste aquél mal día hiciste mal, que, como en las pelis, el pasado siempre vuelve, que la mancha está más negra que nunca. De nuevo el ¡jódete!
No todo está perdido: me he enterado que hay toda una Iglesia rezando el rosario por ti, por la salvación de tu alma pecadora, para que no te condenes en el fuego eterno.
Libertad y poesía.
Publicado por Isabel Huete en 13:37 0 comentarios
Etiquetas: aborto, Comunidad de Madrid, Iglesia
01 octubre 2007
Luces y sombras
Así se mostraba la luna este sábado a las 6:15 de la madrugada, hermosa en su cuarto menguante y sombría a la vez por la amenaza de las nubes, negras en la foto por el contraluz pero blanquísimas y algodonosas en la realidad. El cielo estaba bellísimo en la parte despejada, cuajaito de estrellas, limpio y transparente. Como tantas otras veces y en tantas otras cosas, no siempre todo es lo que parece. Quizá sea por eso que yo siempre tiendo a relativizar las cosas, sobre todo las que vienen, supuestamente, mal dadas. Quizá, también, es por eso que siempre digo que no deberíamos conformarnos con ver sino aprender a observar y a discernir; a quitar la paja, lo superficial, y centrarnos en el núcleo de lo que nos acontece o nos concierne. Yo no es que sepa hacerlo a las mil maravillas, ni mucho menos, porque no es fácil, pero pongo todo mi empeño en ello, sobre todo porque me he equivocado demasiadas veces por precipitarme, por centrarme en las formas de las cosas y no en su color, y también por pecar de listilla.
Para mí la naturaleza, cuando la observo, es fuente de conocimiento, me enseña muchas cosas de la vida porque es ejemplo y otras veces también paradigma de todo cuanto ocurre en el Universo del que, no nos olvidemos, somos parte, parte ínfima aunque nos creamos el centro del mismo. Y no sólo ínfima, quizá también la más vulnerable, la más ignorante y, por tanto, la más idiota por creer que sin nosotros nada existiría o que, por que existimos, existe lo demás... Pero no nos culpemos porque si caemos en esa actitud prepotente y totalmente fuera de la realidad es debido a lo que nos han inculcado los padres de la Iglesia para tenernos cogidos por los ovarios/huevos por los siglos de los siglos... Antes de que aparecieran estos aprovechados y feos señores (¡que mira que son feos y cebones todos ellos!), el hombre se miraba en el espejo de la naturaleza, la amaba y la respetaba, y también la temía. Pero vinieron los visionarios con sus revelaciones (¿a qué me recuerda eso?) y el cuento de las tablas de la ley, para someternos, para intimidarnos, para castrarnos. Y no me meto con Dios, que soy agnóstica, sino con los que dicen los que se autodenominan sus representantes, que soy anticlerical hasta la médula, salvando, claro, a todos aquellos que se dejan la piel por los más desfavorecidos, pero es por su calidad de seres desinteresados y nobles y no por lo que representan. Claro, que quizá al dios que representan se parezca poco al que nos ha enseñado la curia más reaccionaria e insolidaria que se pueda conocer. Por algo será que a sus congéneres defensores de los débiles los tienen estigmatizados, anatemizados, marginados y hasta insultados. No sé si lo saben, pero no nos engañan.
La naturaleza es vida, es nuestra vida, de la que partimos y en la que desaparecemos; desde el mosquito más cabrón al oso panda más entrañable; desde la planta más venenosa hasta la flor más bella; desde el aguacero más intenso hasta el sol más luminoso; desde el desierto más árido hasta la selva más exultante; desde el pensamiento más recóndito hasta la sonrisa más abierta. Por eso observarla y aprender de ella, de cómo se comporta, de cómo evoluciona, de cómo se protege y de cómo se enfurece, de cómo se nos muestra en definitiva, es una manera muy gratificante de alimentarse por dentro, y por fuera. La naturaleza no necesita voceros y sus leyes las llevamos impresas en la mente y en el corazón. Hay que aprender a escucharse aislándose del ruido de fuera, de lo que nos distrae y confunde, de lo que nos venden como panacea ya sea de una forma u otra.
Yendo en el metro, un día volaba una mariposa dentro del vagón atestado de gente. Era de esas pequeñas y amarillentas, casi blancas. No comprendo cómo pudo meterse en ese infierno. La pobre debía estar la mar de asustada en un sitio tan extraño para ella, seguro, con aquella iluminación, aquel olor a humanidad y el vocerío habitual. Hubo un momento que descendió y revoloteó cerca de mis pies y decidí cogerla antes de que muriera por aplastamiento o por ahogo, y allí la mantuve, en el hueco de mis manos juntas, hasta que salí en la Plaza de Castilla. Entonces la solté deseándole suerte. Ahora, cada vez que veo una de ellas la recuerdo, y me pregunto si les habrá contado a sus compañeras que la salvé. Ella ya vive en mí porque vive en mi recuerdo, ¿tendrá ella también memoria? Me gusta hacerme la ilusión de que sí. Podría ser un cuento, pero no lo es. Las mariposas son una de mis debilidades: son bellas, las sientes libres, tienen armonía, se visten de todos los colores, transmiten alegría, se alimentan de las flores, no son agresivas... Tienen todo lo bueno que hay que ser y desear, por dentro sobre todo.
¿Y qué hacía yo a las 6:15 de la madrugada tomando fotografías desde el corral de la casa de Mayoral, en Tembleque, puerta de La Mancha? Pues algo tan simple como "mariposear" haciendo tiempo para ver la carrera de Fórmula1 que se retransmitía desde Japón a las 6:30. Vaya, quién lo iba a decir, tú, niña, dándotelas de espiritual y enganchada a esas máquinas infernales... Pues sí, tengo mis debilidades, soy humana. Hay que disfrutar de todo sin complejos, y hay que dejarse llevar por lo que nos provoca emociones. Y es que a mí la velocidad siempre me ha gustado, aunque cuando cojo los mandos sea muy responsable. Amando la vida no podría ser de otra manera.
Pero es que, además, aunque me cueste mucho y lo haga menos que poco, me encanta ver amanecer y las carreras de coches me servía también de excusa para disfrutar una vez más de la salida del sol. He aquí una muestra de lo que pude captar esa madrugá:
Madrugá y poesía
Publicado por Isabel Huete en 12:24 0 comentarios
Etiquetas: Curia, Dios, F1, Iglesia, La Mancha, luna menguante, mariposa, Naturaleza, Tembleque
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