Bitácora de Isabel Huete

SOLIDARIDAD CON HAITÍ

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06 enero 2010

Creación del Club de las Personas Positivas






Pues esto se acabó, se marcharon los reyes y esta noche las luces de todas las ciudades se apagarán hasta que finalice este nuevo año 2010. Yo debería hacer lo mismo con los adornos de mi casa pero sé que tanto por nostalgia como por pereza seguiré disfrutando de ellos hasta final de mes... Si tuviera espacio mantendría el árbol y el belén durante todo el año, ¿por qué no si me gustan? En mi familia ha sido tradición poner el nacimiento, después vino el árbol, y con los años me dieron el título de "ponedora de Belenes" porque lo hago con mucho detalle y mimo; soy manitas y me encantan las miniaturas, así que intento reproducir con la máxima fidelidad el ambiente del momento que representa. Cada año compro pequeños detalles nuevos en el mercadillo navideño de la Pl. Mayor y poco a poco la familia belenística va aumentando, lo que implica cada vez más espacio y complejidad pero yo disfruto con ello y pienso que, en definitiva, es lo único que importa.


He pasado unas fiestas bastante simpáticas en las que he reído mucho y creo haber reído bien, lo que no deja de ser un lujo. Noche Buena y Navidad con mis hermanas y algunos sobrinos en Murcia, Fin de Año en Madrid, en casita, con personas que quiero, y Reyes en el pueblo disfrutando de la tranquilidad y del silencio, con roscón incluido. He comido y bebido sin exceso; he dado y recibido besos y abrazos a/de gente de bien, de esa de la que no puedes prescindir; he repartido los regalos de la manera que más equitativa me ha parecido; he jugado a la lotería y sólo me ha tocado el reintegro de la del Niño pero no me quejo; no he hecho propósito ninguno para el nuevo año porque casi nunca los cumplo salvo, quizá, el proponerme serenidad de cara a mi salud cuando en febrero me vuelvan a hacer pruebas. Nada va a cambiar especialmente mi vida en estos próximos 12 meses excepto los tres libros que tengo pendientes de editar y que ya empiezo a preparar, alguno con un retraso considerable (¿me perdonarás querida amiga que no viniste a Madrid aquel sábado de diciembre?). 


Mis deseos son mantener mi amor a la vida, el sentido del humor, disfrutar de lo bello, ser mejor persona en la medida de lo posible, conservar y mimar a mis amigas y amigos, seguir viendo el mundo con los colores del arco iris aún en los momentos en los que parezca que sus pilares se derrumban y contribuir a sostenerlos con mi pequeño granito de arena. Y lo que deseo para mí se lo deseo a todas/os los que quieran unirse al Club de las Personas Positivas, a esas personas cuyo corazón es capaz de latir ante las pequeñas cosas y en su mirada no tienen cabida las tormentas destructoras.




Fuerza y poesía.

18 septiembre 2008

Elogio de mi madre

Fotografía extraída de Internet


Como siempre, mientras esperaba el autobús en el Pº del Prado (esta vez el 37, que tarda tanto como el 3 que cojo habitualmente), me he puesto a observar mi entorno y a comparar las cosas con otros aspecto de la vida. Esta vez han sido los enormes árboles que serpentean el bulevar central del Paseo, a los que se llaman vulgarmente "plátanos" aunque no tengan nada que ver con las plataneras ni con sus frutos. Los comparé con la personalidad de mi madre: inmensos y erguidos, bellos, cuajados todavía de verdes hojas estrelladas, finos de talle y generosos de sombra. Mi madre es así, la siento ahora así.

No siempre fue igual: no siempre sentí admiración por ella ni la quise con la intensidad que lo hago ahora. Eran otros tiempos, mucho más oscuros para todos y mucho más contenidos. La oscuridad te invita a tropezar con cada obstáculo, no te da la menor cancha y se ríe de tu torpeza y de tu miedo. Todos éramos más torpes y miedosos porque sabíamos mucho menos que ahora, desconocíamos no sólo dónde se ubicaba el interruptor de la luz sino que temíamos también que, de encontrarlo, éste no llegara a encenderla. Tan perdidos estábamos.

Mi educación familiar se sustentaba en tres patas: disciplina, acatamiento y buenas maneras. Y sobre estas tres patas debíamos hacer equilibrios imposibles para no caer ya que las consecuencias habitualmente eran bastante dolorosas, pero no voy a entrar en detalles porque las heridas están más que cicatrizadas y han dejado de doler, aunque todavía no hayan descubierto el remedio para hacerlas desaparecer, al menos en mi caso. Mis padres no pudieron, o no supieron, calzar la cuarta pata: la del amor. Y nosotros, sus hijos, tampoco pudimos, o tampoco supimos, devolverles algo que desconocíamos, o que en tonces no tuvimos conciencia de recibir. Quizá los árboles no nos permitieron ver el bosque y pesó tanto el dolor y la incomprensión que nos hizo inmunes a cualquier otro sentimiento. Si hubo amor, nuestra piel no lo reconoció.

El resentimiento y los reproches crecieron a la misma velocidad que nuestros cuerpos, pero a mí me llegó un momento en el que el peso de tanta miseria me impedía seguir creciendo, no tanto por fuera como por dentro, y tomé la decisión de intentar comprender, de abrirle las puertas al perdón, a ése que había tenido encerrado bajo siete llaves por miedo a que me debilitara, como una metáfora de los efectos que ejerce la criptonita sobre Supermán. Al fin y al cabo, mi vida se había desarrollado como una historieta de cómic.

Con mi padre surgió de forma casi imperceptible cuando cayó enfermo y en la demencia, quizá instigada por la petición que a su vez nos hizo de ser perdonado. Algo le debía martillear por dentro cuando lo hizo en uno de los pocos momentos de lucidez que tuvo. No podía negarme, y no me negué. No conseguí llorar con su muerte porque no sentí el dolor de la pérdida, pero sí encontré la paz que buscaba, la que había firmado al final de sus días con él. La muerte a veces tiene consecuencias insólitas.

Con mi madre el proceso fue más largo, incluso más difícil. El abandono y la falta de diálogo a la que la sometí durante la enfermedad de mi padre y en los dos años posteriores que conviví con ella me hicieron sentir el ser más despreciable de la tierra. Era un desprecio que se mordía la cola con la necesidad de huir de cualquier roce con ella. Huía porque me despreciaba y me despreciaba porque huía. La ausencia de cualquier queja por su parte empeoraba todavía más mi sentimiento de culpabilidad. Y decidió irse a vivir a casa de otra hija, supongo que con la esperanza de ser mejor tratada. Me pareció la mejor decisión para liberarse y liberarme de la angustia que ambas padecíamos en esa convivencia que parecía distanciarnos cada día más. Con su ausencia y ante mi propia soledad empecé a pensar, a comprender y a recordar todo lo que no había pensado, comprendido y recordado nunca.

Pensé en los muchos aspectos de su vida de los que nunca había alardeado o, en su caso, quejado. En la entereza que siempre había demostrado. En la paciencia que había tenido con su marido. En la violencia verbal y psicológica a la que había estado sometida durante su matrimonio. En la soledad en la que había vivido sin saber a quién acudir. En las veces que había hecho de pantalla entre la violencia de mi padre y el miedo de sus hijos. En la pérdida obligada de su personalidad alegre e innata. En su orfandad total a los 15 años como consecuencia de la guerra. En su lucha por la supervivencia. En su fortaleza.

Comprendí entonces las razones por las que no había sabido ser más tolerante, más comprensiva o más cariñosa: salvo en su infancia y preadolescencia, no había encontrado demasiados motivos para ser feliz, al menos ese tipo de felicidad que todos imaginamos cuando somos jóvenes que llegaremos a alcanzar en algún momento. Ahora la realidad la palpamos casi desde el mismo momento que alcanzamos el uso de razón, pero en aquellos años la sociedad estaba instalada en el limbo, las costumbres eran castrantes y las mujeres meros instrumentos para la procreación. Mi madre, como tantas otras madres de la época, fue un producto de su tiempo, incapaz de desincrustar de su cuerpo y de su mente tanta roña. Su marido, mi padre, no fue precisamente el revulsivo que ella hubiese necesitado para cambiar su mentalidad sino todo lo contrario. Él estaba cabreado con el mundo y consigo mismo y ella, con la "inestimable" ayuda de su fe, creyó que su destino era meterse en el ojo del huracán y compartir con resignación la devastación. A pesar de todo, sobrevivió bajo las ruinas y cuando recobró su libertad de pensamiento y de obra, tuvo el valor de luchar denodadamente por recomponer su casa y cobijarnos de nuevo a todos. Y nos ha dado todo el amor que antes no supo dejar aflorar pero que ahora estoy convencida de que nunca le faltó.

Con los años, muchos tuvieron que pasar, he conseguido recordar momentos en los que, enmedio del espanto, ese amor se manifestó: los cuentos que me contaba (maravillosamente) por las tardes mientras me acariciaba la cabeza, que yo reposaba en su regazo; sus abrazos cuando, convaleciente yo de una enfermedad infantil, dormía con ella en la misma cama en ausencia de mi padre; las carreras y las risas por el pasillo de casa huyendo de sus manos en ademán de hacerme cosquillas; los vestidos que primorosamente me confeccionaba aunque siempre me quejaba de ser un poco ñoños; sus caricias, tsiempre en la cabeza, cuando me echaba en la cama llorando después de tener una bronca con mi padre; los tebeos y libros que me compraba cuando con doce años sufrí una hepatitis y me obligaron a permanecer en cama durante meses; las propinas a escondidas; algunos secretos que supo guardarme, aun sin estar de acuerdo, para que no me castigara mi padre... Los años, que supuestamente promueven el olvido, a mí me han ayudado a recordar y, quizá también, a ser justa con ella.

Los últimos quince años nos han hecho cómplices, amigas, compañeras de paseos, de risas e, incluso, de alguna que otra copita de más. He descubierto a una mujer interesante, cautivadora, vital, sensible, divertida, generosa, necesitada de mucho cariño y capaz de darlo sin pedir nada a cambio. Ha sabido hacerse flexible, aunque sin perder la tozudez de todo buen maño y, aún hoy, me dedica las mejores caricias de cabeza porque sabe que con ellas me relajo y llego a perder hasta la consciencia. Y yo me dejo hacer porque sentir su piel pegada a la mía me devuelve a la niñez, a esa que siempre quise tener, y consigue reconciliarme con la vida.

Mi madre se ha reinventado y me ha ayudado a reinventarme, o quizá podría decir, mejor, que ha conseguido que seamos el verdadero invento que somos. Ahora, cuando la abrazo, se hace miniatura y siento la necesidad de protegerla, de llevarla en la palma de mi mano y pasearla por todos los mundos posibles. Pensar en su pérdida, inevitablemente cercana, me aterra, y sé que debo ir preparándome para pasar ese luto.

Yo no sé si es la madre más buena del mundo, pero me gustaría que todas las madres del mundo fuesen tan buenas como ella.

Mi madre es poesía.


25 octubre 2007

Es saludable retroceder en el tiempo... a veces.

La lluvia de estos días y el frío con el que hemos despertado hoy invitan a la reflexión, a desear acercarse al fuego con un buen vinito y un cigarrillo en la mano, a conversar con uno mismo escuchando Los nocturnos de Chopin, por elegir una de las composiciones que más me han relajado en momentos de tensión, o también a mantener una conversación íntima con los amigos sobre la vida que nos pasa y se nos pasa.

Ángela es una amiga de esas que llamamos de toda la vida, o casi, y que siempre tiene un espacio en mi memoria aunque vayan pasando los años y nos comuniquemos muy de tanto en tanto; quizá ahora un pelín más porque nos reencontramos hace como tres años en Tarragona, donde nos conocimos y compartimos muchos momentos, buenos y malos, y ahora me sigue en este blog. Como buena sentimental que soy, nunca olvido a mis amigos, a los buenos, a la buena gente que se ha cruzado en algún momento en mi camino. Son muchos, y todos, pasen años o siglos, ocupan una habitación en el motor de mi cuerpo, ese que late miles de veces al día, unas con pasión, otras con rabia y muchas con sosiego. Lo cuido mucho porque siempre he pensado que es lo mejor que tenemos.

Me llamó antesdeayer para decirme que me seguía en el blog y quería agradecerme las cosas que digo sobre mi padre porque a ella le hacían pensar y revolver el recuerdo del suyo, del que tan poco cariño recibió (tampoco de su madre), sin poder superar la frustración que lleva acarreando, como un fardo pesado, durante toda su vida, con el agravante de que no se atreve a "vomitarlo", a verbalizarlo con nadie ni ante nadie. Para sus amigos, que son muchos y la quieren, su vida familiar es como si no existiera. No le preguntan y ella no cuenta. No puede. Y al leerme se identifica conmigo. Me emocionó que me dijera estas cosas.

Es curioso porque siempre he sabido de la existencia de sus conflictos familiares pero nunca he conocido los detalles. Los años que compartimos correrías nos contábamos las broncas con nuestras respectivas familias, pero creo que nunca llegamos a profundizar en la desolación, la impotencia y la rabia que todo esto nos producía. Sufríamos, pero eran unos años en los que huíamos de los malos momentos buscando paliativos con otras experiencias vitales. Teníamos en común la rebeldía y el deseo de libertad, también la necesidad imperiosa de ser respetadas y queridas. Yo llegué a casarme (mal) y ella no lo hizo nunca. Tres años de matrimonio y el posterior divorcio fueron suficientes para tener claro que ése no era un estado que me hiciese feliz, que no tenía espacio en mi armario para compartirlo con nadie, al menos en plan pareja convencional. Cada uno en su casa puede ser más llevadero. Las soledades impuestas que viví en la infancia y juventud me convirtieron de mayor en una persona solitaria por vocación y libre por elección. Y autodidacta en casi todo. Nunca he querido depender de nadie ni que nadie dependiera de mí, salvo en esos casos en los que la necesidad de otros y mi sentido de la solidaridad con ellos me han llevado a darles cuanto ha estado en mi mano, incluso refugio temporal. Son circunstancias inevitables de las que he aprendido mucho.

Ángela también vive sola, pero creo percibir que los fantasmas la acompañan demasiado a menudo. Nuestros padres se equivocaron, nos dolió en el alma su actitud para con nosotras, nos dejaron secuelas difícilmente borrables, pero yo, con el tiempo, le he encontrado su lado positivo: nos hicimos fuertes, resistentes, y también flexibles. Me recuerdo ahora, siempre frente a un paisaje inmenso, de esos que tanto me ha gustado contemplar, preguntándome una y otra vez el porqué de ese desamor familiar que no sólo me afectaba a mí sino también a todos mis hermanos, aunque quizá yo me llevé la peor parte porque me rebelaba más ante lo que me parecía injusto o arbitrario, y eso tenía una penalización extra... Los castigos o las palizas no eran lo que más me afectaba (que también, por supuesto), sino la humillación que sentía por no ser escuchada, comprendida, ni valorada en lo más mínimo. Cuando yo le quería explicar a mi padre que mi conciencia me empujaba a pensar, a decir o a hacer determinadas cosas, el me decía "Tú no tienes conciencia, en esta casa tu conciencia soy yo", o aquella "flor" que me lanzó cuando me fui definitivamente de mi casa, cuando ya no pude más: "Puedes irte tranquila, porque si crees que en esta casa tienes un padre que te quiere estás muy equivocada, sólo hay un señor que te aguanta".

Así era mi viejo, ¡todo ternura!, pero lo curioso es que mientras durante muchos años el rencor dominó parte de mis pensamientos, cuando murió tras un año y medio de deterioro a causa de un infarto cerebral, el recuerdo de él se volvió amable, cariñoso, casi tierno. Quizá porque en los últimos años de su vida, sin dejar de tener el mismo carácter agrio y opresivo, volcó su confianza en mí como nunca lo hizo con ninguno de mis hermanos. No sé si es que pensó que el haberme puesto a hacer una carrera y terminarla después de mi divorcio, eso me volvía inmune ante la irresponsabilidad o ante la falta de seriedad, o que creyó vislumbrar que yo no era ninguna loca de la vida (bastante más de lo que él se creía, por cierto), o que no me había echado a la calle en brazos de "cualquiera" que pasara por allí... No sé qué pasó por su mente para que su actitud para conmigo cambiara, no tanto en el aspecto afectivo como en el de respeto hacia mí. Cuando ya estaba medio demente a causa de su enfermedad y apenas veía, se le iluminaba la cara cuando me escuchaba llegar con mi madre. Me llamaba muchas veces, como intentando comprobar si seguía allí, cerca. También me impresionó que en un momento de medio delirio nos pidiera perdón a todos sus hijos por haber sido tan duro con nosotros. En el fondo de sí mismo él sabía que nos había fallado, y a mi madre también porque con la pobre tampoco fue un bendito, aunque ella, llevada por el miedo e iluminada por la resignación cristiana le soportó lo indecible. Nunca se atrevió a enfrentarse a él (creo que su educación y sus creencias se lo impedían) y muchas veces nos protegió mintiéndole o, mejor dicho, ocultándole la verdad. Pero no lo odiaba y cuando murió me impresionó ver hasta qué punto se le fue parte de su vida también. Ahora, con los años, ha recuperado la vida y es un portento de mujer.

Le vi morir pero su muerte no me afectó. En el fondo me sentí liberada, pero lo que más peso ha cobrado en mi recuerdo son sus últimos meses de fragilidad, ver cómo su fuerza se iba quedando en nada, su necesidad de compañía y cariño, todo eso que, mientras estuvo sano, nunca supo pedir ni dar. Y me dio pena, mucha penita. Ya no lo veía como un monstruo sino como un ser desvalido, perdido y sometido a su destino. Debió de sufrir mucho durante toda su vida para ser incapaz de controlar su agresividad y volcar su dolor de forma tan despiadada hacia su familia (con los amigos no es que fuera una perita en dulce, pero se hacía el simpático), hacia quienes estábamos más cerca, hacia los que le podíamos dar más cariño, hacia quienes más lo necesitábamos. Pero se quedó solo, con mi madre.

Ahora, a veces, cuando me siento angustiada por alguna cosa, recurro a él y le suelo decir que si es que está en algún sitio, perdido por el universo entre la maraña de estrellas, que me eche una manita... No sé si ese sitio existe, pero a mí me relaja pensar que me escucha.

Mi psicóloga me decía que eso es una regresión... ???

Me olvidaba incluir un poema (malo, como todos los míos) que dediqué a mi padre, más o menos al año de que muriera:

Díselo, padre, ahora que estás perdido
en la penumbra
de un mundo desconocido,
en la vorágine de la nada donde el amor
-dicen-
navega sin rumbo fijo.

Díselo, padre, si es que Dios
te ha invitado a su cena
y te ha ofrecido esa nata que,
al convertirla en plata,
espanta todas las penas.

Cuéntale, padre, que cada día
la sangre y la miseria nos inundan
al abrir la puerta,
que los niños lloran entre bombas
y ruinas
convertidos en despojos de sus propias vidas,
que tiemblan sus cuerpos al son
de un ritmo loco, de metralla,
con el hambre entre las manos
y la mirada helada,
que el dolor dibuja sus rostros con surcos
de mis batallas libradas por otros hombres
para conquistar la nada.

Cuéntale, padre, que el amor
ha desertado, agotado de ver
sufrir y morir,
de tanto asco,
de recoger las migajas que cada día
reparten quienes se esconden
tras los colores de muerte de un viejo
estandarte,
que la justicia se ha dejado arrebatar
la venda de los ojos, para poder llorar,
que la libertad es sólo un sueño agostado
en la memoria,
un nudo seco que atenaza
el eco de los que quieren gritar.

Cuéntale, padre, si es que ahora
compartes su mesa,
que cada mañana, cuando bajo la escalera
me fundo en la espesura de un mundo
invadido de tristeza,
que la paz se ha convertido en un bien
escaso
y por eso cada noche me emborracho
en la oscura soledad
de mi cuarto.

Díselo, padre,
ahora que puedes llorar sin reservas.

Familia y poesía.

24 mayo 2007

Tucha, soledad y Don Miguel

Subiendo esta foto que me envió mi recién conocida amiga Marta Torre-Marín (porque nos conocimos en Edita, este año), Marta-Tucha para los amigos, creo que es una B y B (buena y bella) manera de comenzar este blog que me trae por la calle de la amargura porque soy una auténtica paleta en esto de interpretar el lenguaje y los códigos informáticos. Eso sí, experimento, me equivoco, reparo, me cabreo y al final me harto y me fumo un cigarrillo por aquello de que estimula no sé si las endorfinas o cualquier otra proteína, o lo que sea. Luego continúo y, por fin hoy, me decido a publicar aunque todavía tenga muchas cosas que aprender para modificar, porque soy una tiquismiquis inaguantable y nunca me quedo satisfecha del todo... Lo cual no creo que sea lo mejor. Lo importante es que aquí estoy.
La foto me encanta por esa sensación de desmadejamiento y pasotismo que transmitimos. No creo que ninguna de las dos seamos demasiado pasotas, pero creo que a ambas nos gustaría serlo un poco más.
Tucha ha sido un descubrimiento la mar de interesante. Además de divertida, buena gente y con un discurso digno de tenerse en cuenta, es una magnífica pintora. Algunos la recordaréis porque nos repartió unos cuadernos para que espontáneamente escribiésemos, si queríamos, un poema sobre la soledad. Siendo la soledad un tema que me interesa y practico de forma habitual (soledad buscada y querida, nada de mal rollito), con un poco de retraso le escribí el mío. Y digo con retraso porque no me considero ni mucho menos poeta aunque la poesía me entusiasme (no toda, la verdad), y me carcomía el gusanillo del miedo a hacerlo mal, a no estar a la altura (como siempre, con la autoestima "bien alta" :-)). Pero batallé contra el miedo y en 15 minutos del domingo 29 de mayo, desayunando en la terraza de una cafetería de Punta Umbría, escribí este poema, o lo que sea, que someto a vuestra lectura:
Te voy a decir una cosa:
por más que te empeñes
nunca caeré en tus brazos,
y si lo llego a hacer
será cuando yo quiera.
Si comparto mis días contigo
es porque yo te he elegido,
porque te saqué de la nada,
porque eres lo que yo quiero que seas.
Por eso eres mi tiempo
y mi silencio,
cuando yo quiero.
Y también, aunque te fastidie,
la risa que me da cuando hierve la leche
y rebosa el cazo;
y el ruido de la calle que ahoga la música.
Eres el hombro
en el que vomito cuando la vida
se me indigesta.
Tú sabes - y si no lo sabes te lo digo yo-
que si te permito dormir a los pies de mi cama
es para echarte a patadas
cuando me molestas.
Además te huele el aliento y eso es
motivo suficiente para el divorcio.
Me cansa tu insistencia,
ese frenesí que muestras
por ocupar mis horas,
por seguirme a todas partes.
El trato fue que no te inmiscuirías
en mi vida,
que yo gozaría de total libertad para usarte
a mi antojo,
pero tú erre que erre...
Ah, y no pongas ojos de carnero degollado
cuando te digo estas cosas
o cuando te doy la espalda,
porque cualquier día te dejo
de patitas en la calle.
Me cansas,
me aburres,
soledad,
porque nunca me dejas estar a solas.
Tiene Miguel de Unamuno un ensayo sobre la Soledad, con este título, que es una maravilla. Os lo recomiendo a quienes estáis/os sentís solos y a quienes no. A mí es que D. Miguel "me pone", siempre me ha puesto desde que me obligaron a leerlo para hacer un trabajo de literatura en el colegio. Hay escritores que, al menos en mi caso, es difícil que pasen por mi lectura y mi vida de puntillas. Unamuno me parece un paradigma de la libertad de pensamiento y de la rebeldía. Claro, que ser así a principios del s. XX no tiene que ver nada con serlo en estos tiempos, ni la forma de expresarlo. Trasmutó en cosas bastante contrapuestas a lo largo de su vida, pero quizá ese sea su mayor encanto, las muchas contradicciones en las que incurrió. Era humano y nunca alardeó de estar en posesión de la verdad, ni siquiera de ser coherente. Él, que participó en política al mismo tiempo que fue tremendamente crítico con ella, no sé qué hubiera dicho de esta campaña electoral que estamos sufriendo, al menos yo.
Estudiamos Espe y yo en el mismo colegio... privado, de señoritas bien, religioso por supuesto (eran otros tiempos, peores). No es que mis padres fueran de la alta burguesía, ni mucho menos, pero tenían la idea de que educarte en el mejor de los colegios posibles y relacionarte con gente de postín te educaría mejor y la vida te abriría mayores y mejores caminos. Supongo que eso se puede traducir en que querían lo mejor para nosotros y todo esfuerzo económico bien valía la pena para tan noble fin... La verdad es que los cinco hermanos que somos aprovechamos bastante poco las oportunidades que nos dieron y hemos salido todos un poco vainas. También coincidí con Espe bastantes años después en el Club Liberal de Madrid... porque yo en aquél tiempo era liberal... de lo que no reniego porque aprendí muchas cosas, entre otras que no tenía ni puñetera idea de lo que era la política ni de quién era yo o lo que quería en realidad ser de mayor. Me caí del caballo, como San Pablo, en la Universidad, cuando conocí a tantos compañeros y compañeras de extractos sociales de muy diversa índole, personas comprometidas, solidarias, con conciencia de clase, luchadoras y tremendamente respetuosas. Nada que ver con el pijerío con el que me llevaba relacionando desde mi más tierna infancia y al que creía pertenecer sin hacerme la más mínima pregunta, aunque he de confesar que en según qué situaciones me sentía bastante incómoda, pero era incapaz de preguntarme el porqué y menos aún de darme una respuesta. No es que fuera o pareciera tonta, es que no me habían enseñado a cuestionarme nada; las cosas eran como debían ser, punto pelota. En todo caso me alegro haber hecho después el requiebro más importante y saludable que he hecho en mi vida para encontrar la senda por la que más agusto camino: la de la izquierda.
La pena es que algo conseguido con bastante esfuerzo porque una ha tenido que ir desmontando ladrillo a ladrillo (ahora tan de moda, para peor) los cimientos sobre los que le construyeron la vida para, desde la desprotección y desnudez más absoluta, volver a construirlos en otro terreno menos encharcado, más firme, aunque también menos protegido, pero más interesante, ahora tenga que compatibilizarlo con un señor llamado Miguel Sebastián... Un cretino crónico que aspira a la alcaldía de Madrid desde... la izquierda... Zapatero estuvo "sembrao" al designarlo...
La cuestión es que Espe y Gallardín me dan nauseas y Sebastianín diarrea; Sabanés me gusta y Angel Pérez no, tampoco Izquierda Unida (el PC, su brazo más largo, es un santuario de elefantes momificados, y no soy comunista). Así que para el próximo domingo vuelvo a estar en la misma disyuntiva que estuve en el 96, cuando no quería que gobernara la derecha pero tampoco aquel PSOE que FG y adláteres dejaron sembrado de iniquidad. Conclusión, que creo que tiraré una moneda al aire: cara, abstención; cruz, no lo sé. Es que me jode que la derecha ,y Aznarín a la cabeza, puedan utilizar mi voto, y el de muchos otros, torticeramente si me abstengo.
Me voy a fumar un cigarrillo porque pensar en esto no sé si me aburre, pero lo que es seguro es que me cansa.
Paz y poesía.

FOTOLIA