Bitácora de Isabel Huete
22 junio 2007
Trabajar como chinos y como esclavos.
Hay ocasiones en las que me gustaría dimitir de este mundo, no por desear morirme sino por encerrarme en otro mundo más solitario, el mío, mezclándome conmigo misma como única opción para no desvariar, convertirme en mi único interlocutor y en mi más preciado bálsamo. Pero sé que por huir de la realidad no se es más feliz, sino afrontándola y luchando por cambiar aquello que nos parece injusto o, sencillamente, un despropósito.
Y en este país, en la pequeña parcela de este mundo que nos ha tocado vivir, convivir y compartir, se dan situaciones que hacen que me hierva la sangre y reniegue por un tiempo de todo el género humano.
No niego que ante según qué noticias veo, oigo o leo, las tripas se me revuelven con demasiada facilidad y algunas veces se me salta alguna que otra lágrima, a veces de tristeza y otras de impotencia. No sé por qué, pero en esos momentos en vez de desear compartir mi desazón lo que siento en lo más profundo es una terrible soledad, como si el horror de los otros fuera mi propio horror y sobre mí cayera la responsabilidad de tener que solucionarlo, aunque la poca cordura que la razón me permite mantener me diga que no es así.
Y uno de esos momentos lo viví hace dos días asistiendo a unas Jornadas sobre "Inmigración y salud laboral". Ya de por sí, el hecho ser emigrante por necesidad, el tener que abandonar practicamente todo para buscar en otro lugar lo que en el tuyo se te niega; el tener que mendigar unos derechos que por el simple hecho de reunir la condición de ser humano deberían ser incuestionables y respetados vengas de donde vengar, sea tu piel de un color u otro o practicar cualquier religión o ninguna. Pero no, no nos medimos de igual a igual los que acogemos con los que piden ser acogidos, porque la medida no se toma partiendo del valor de la condición humana, sino del poder que da el estatus económico y social. Y como nosotros estamos desarrollados (se supone, porque nuestro cerebro se va pareciendo cada vez más a una diminuta pelota de corcho), pues a sufrir, negrata de mierda, que ya te puedes dar con un canto en los dientes de que te permita ser mi esclavo, de que puedas dormir cuatro horas al día y refugiarte bajo un chamizo asqueroso. Y si no te gusta deshidratarte bajo los plásticos mientras trabajas, pues vuélvete a tu país, que aquí las cosas son así, y si quieres lo tomas y si no lo dejas; y no se te ocurra desmayarte porque te quedas de patitas en la calle. Me da igual lo que comas, lo que duermas o cómo vivas, porque aquí lo que importa es obtener el máximo rendimiento con el mínimo gasto, ¿o es que creías que esto iba a ser jauja? Además ni se te ocurra tener un accidente laboral ni a exigirme medidas que puedan evitarlo, porque sin papeles no tienes derecho a protestar ni a disfrutar de una baja médica...
En esta línea fueron los testimonios de Cira, Marco, Claudio, Ivan, Mario, Salvador, Patricio... Y callaron durante mucho tiempo por temor a ser despedidos o descubierta su condición de ilegales. Nos escandalizamos de que un empresario cabrón chino, de la construcción, tuviera esclavizados y encerrados en barracones, sin apenas alimento ni las más mínimas condiciones de vida, a sus trabajadores, pero los mismos medios que han mostrado las imágenes y se han rasgados las vestiduras por la situación, luego les importa una mierda el calvario por el que pasan muchos inmigrantes que han venido a España creyendo que aquí estaba su salvación, que en él recobrarían la dignidad que les habían arrebatado en su propio país. Nos llegan comentarios, alguna que otra noticia de un empresario desaprensivo, parece que "la mala suerte" se ha cebado en los currantes extranjeros porque mueren en el tajo en mayor proporción que los españoles... No sé, no sé, ¿quizá habría que poner medidas más drásticas para que esto no ocurra?... Vaya, qué pena ese pobrecillo ecuatoriano que ha dejado mujer y cuatro hijos en su país... Se ha sabido que llevaba trabajando un año en la construcción, en una subcontrata de otra subcontrata, que a su vez dependía de una tercera, y claro, ya se sabe, utilizan personal poco cualificado, sin papeles, y luego pasa lo que pasa... ¿Y DONDE COÑO ESTÁ EL EMPRESARIO CABRÓN QUE NO PONE LAS MEDIDAS DE SEGURIDAD NECESARIAS? ¿Y EL HIJO PUTA QUE LO CONTRATÓ POR CUATRO PERRAS SABIENDO QUE DE LA CONSTRUCCIÓN NO SABÍA NADA? ¿Y EL INMORAL QUE SE APROVECHÓ DE LA NECESIDAD DEL OTRO PARA ENRIQUECERSE A CUALQUIER PRECIO? ¿SE PUEDE SABER EN QUÉ CÁRCEL LOS HAN METIDO?
Un testimonio parecido fue el de Agustín Romero Guzmán, indio, argentino, cuyo hermano estaba trabajando en la construcción en Granada y murió al caerse de un andamio que no tenía las sujeciones de seguridad correspondientes. Llevaba un mes trabajando sin papeles, diez horas diarias, por 500 € al mes. Lleva Agustín dos años reclamando que se haga justicia, que se pague la indemnización correspondiente y se condene al empresario por hijoputa e inmoral. Porque nuestro "modélico" constructor testificó que no era un trabajador de su empresa, que el chico sólo había ido a pedir trabajo a la obra y, "de pronto", se subió al andamio y se calló. Y no sólo eso: al producirse el accidente, en veinticuatro horas, antes de que apareciera la inspección de trabajo para averiguar lo que había ocurrido, había puesto todas las medidas de seguridad exigibles para la obra. Y lo más terrible: el silencio de los compañeros por temor a perder su trabajo, por quedarse sin sustento para ellos y para sus familias.
Pues sí, al escucharlos se me saltaron las lágrimas y quise dimitir de este nuestro mundo, quizá para intentar disipar mis peores instintos, el deseo incontrolable de "ejecutar" sin misericordia a todo hijoputa empresario explotador, empalándolos a ser posible. Hay veces que uno también debe huir de sí mismo para no sentirse como una hiena.
Justicia y poesía.
Publicado por Isabel Huete en 12:35
Etiquetas: derechos, dignidad, estatus, Impotencia, inmigración, poesía, salud laboral, subcontrata
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