Cuando vi esta imagen la primera vez me recordó la visión que tenía de pequeña de que el mundo estaba dividido en dos partes: en una estaba yo y en la otra todos los demás. No es que creyera que esta división me había venido dada sin que nadie contara con mis deseos, más bien todo lo contrario: era yo la que buscaba esa ubicación, supongo que para poder lamerme las heridas más agusto. Lo tengo escrito en el último y único diario que conservo de todos los que escribí, que no es que fueran muchos pero sí bastante extensos porque mi afición por la lectura y la escritura viene de antiguo, lo que tiene mucho que ver, precisamente, con mi aislamiento del mundo que me rodeaba. Digo yo que por algún lado tenían que salir las sesiones de centrifugado de neuronas a las que me sometía a todas horas, y dejar constancia de ellas en algún sitio.
Aunque pueda parecer lo contrario, el elegir esa forma solitaria de afrontar la vida me hacía sentir más fuerte que los demás. Puesto que sobrevivía a pesar de las dificultades que todo eso entrañaba, creía que podría con todo y a la inversa: que nadie podría conmigo puesto que no los necesitaba... Evidentemente sufría una distorsión de la realidad tan enorme que no es que con el paso de los años me dejara huella, es que me dejó surcos que para sí quisiera la superficie de Marte. Lo peor de sufrir no es el hecho en sí mismo sino desconocer que se sufre porque, entonces, los mecanismos de superación quedan anulados. Y yo -he comprendido después- sufría como una condenada, como una tontorrona doncella medieval recluida por propia voluntad tras los muros de un castillo para protegerse de cualquier ataque, pero a la vez asomada todo el día a la ventana contemplando con melancolía los amaneceres y los atardeceres. Creo que en el fondo lo que más deseaba es que ocurriera algo o apareciera alguien que me sacara de mi encierro... Cuando leí El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, pensé que bien podría haber sido el personaje principal, esperando día tras día la llegada de unos tártaros que no existían aunque se deseara que existiesen para darle sentido a la espera. Pero claro, las cosas no son así, y hasta que no comprendí que o me ponía yo solita a la faena de desmontar la muralla piedra a piedra o se me iba a pasar el arroz de la vida, no empecé a disfrutar de lo que había al otro lado. Salirse de uno mismo, perder el miedo a afrontar el miedo, y dejar que la piel del otro se roce con la tuya aunque sea para después marcharse y no volver, es un reto que no hay que dejar pasar. Es puro condimento, puro saborcito, puro disfrute.
Patitos a la mar... Y poesía.
2 comentarios:
Preciosa reflexión Isi, honesta y muy reveladora. Me encanta como escribes pero sobre todo como sabes desnudar tu alma, sin ninguna reticencia... y con toda la ternura. Enhorabuena por ser tan valiente.
Besos
Gracias Al por tu comentario ¡y por visitar mi blog! Es un regalo saberte ahí.
Un requetebeso
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