Cada mañana, cuando me levanto, escucho la SER. Es una costumbre que llevo practicando desde hace dos o tres años, no más. He vuelto a descubrir el poder y la atracción de la radio porque no sólo la escucho por las mañanas sino también en el coche (KissFM, Radio8O, antiguallas para algunos, quizá) cuando viajo. Y cuando digo que "he vuelto a descubrir" es porque el primer contacto que tuve con la radio de una forma propia, personal, escuchándo lo que yo quería y cuando quería, fue a los 11 años durante una hepatitis que padecí como consecuencia de la quinina que debíamos tomar para combatir, en lo posible, los riesgos de la malaria debido a nuestra estancia en Guinea Ecuatorial; terrible enfermedad que llevó a la muerte a una de mis hermanas con apenas cinco años y por poco se lleva a otra. Yo la padecí varias veces pero ya se sabe: bicho malo nunca muere... Los seis meses, aproximadamente, que me obligaron a permanecer en cama (entonces la hepatitis "se curaba" con medicamentos y mucho reposo) me llevaron a utilizar la radio como arma de entretenimiento. Me la ponía debajo de la almohada con el oído muy pegado a ella para que mi madre no supiera lo que estaba escuchando, sobre todo cuando por las tardes pretendía que rezáramos el rosario mientras ella se paseaba por el pasillo. No sé cómo lo hacía, pero balbuceaba las oraciones mientras escuchaba la radio. Mamá nunca se dio cuenta.
Escuchaba embobada todos los seriales habidos y por haber (no aptos para niños, claro), mucha música ¡y fútbol! No me perdía ningún partido que se retransmitiera, ni de la liga ni los internacionales. Fue entonces cuando me hice del At. de Madrid, porque me dio tanta rabia que perdiera contra el Tottemham de Inglaterra por 6-1 (si no recuerdo mal) que lo convertí en mi equipo favorito. Una constante de mi vida ha sido arrimarme a los perdedores, no sé si por aquellos de "mal de muchos, consuelo de tontos" o porque tengo un ojo... Quizá ni lo uno ni lo otro y mi sentido de la solidaridad sea mayor de lo que yo creo. Quizá.
Hoy un sociólogo que participaba en la tertulia, que se retransmitía desde San Sebastián, junto a Josu Jon Imaz y Patxi López, decía que la violencia era un síntoma de la impotencia. Me he quedado con esa frase de todas las que se han vertido porque he empezado a memorizar situaciones de violencia que he vivido en mi vida personal y que sigo viviendo, no ya en lo personal (la edad es un grado) sino en lo público y he llegado a la conclusión de que, efectivamente, la impotencia, entendida como incapacidad para/imposibilidad de conseguir los fines que uno se propone, si no se es capaz de aceptar la realidad, puede desembocar en algún tipo de violencia (hay muchos). Y esto lo enlazo con un reportaje que, ya empezado, vi ayer por la noche en Localia sobre el nazismo: espeluznante, demoledor. Un desfile interminable de soldados de todo tipo, con distintos ritmos y gestos con los brazos, al paso de la oca algunos, otros acompañados de música y tambores, otros de estandartes imitando a las legiones romanas, todos altaneros, ante un Hitler terriblemente complacido, sonriente, admirado, implacable con su brazo en alto, junto a toda su banda de generales, mariscales, ministros y demás afines. Y la gente, en las aceras y balcones, alegre, aplaudiendo o levantando el brazo entusiasmada. Luego, un discurso de Hitler en un congreso nacional-socialista que no sé si fue el primero o uno de los primeros después de hacerse con el poder; un discurso, como no podía ser menos, xenófobo y defensor no sólo de la pureza de sangre sino, además, de que unos pocos, los auténticos arios y pertenecientes al partido, la minoría, fueran los únicos legitimados para mandar y convertir por milenios y milenios a Alemania en la dueña del mundo. Se me infartó el alma como se me infarta cada vez que veo algo así, por muy sabido que lo tenga, pero no quiero que se me olvide que alguna vez todo esto ocurrió y que sigue ocurriendo todavía en algunas partes del mundo en mayor o menor medida.
Me dediqué a observar la cara de Hitler, tanto durante el desfile como durante su discurso, para intentar comprender a través de sus gestos, de su mirada, qué era eso que le podía mover a protagonizar semejante infamia, el horror en esencia pura. Me sorprendí diciendo: "es una mierda, es puro teatro". Lo más cercano a la psicología que he estado en mi vida fue cuando estudié Psicología Social en la carrera y mis sesiones personales de terapia psicológica cuando lo he necesitado. No soy, por tanto, ninguna experta, pero presumo de ser tremendamente intuitiva y la cara de ese monstruo me decía que la seguridad no era su fuerte, ni la templanza, ni la fortaleza interior, ni la sabiduría, justo todo lo contrario de lo que pretendía transmitir. En definitiva, que era un incapaz, un impotente mental (sexual he leído que también, pero no es lo que me interesa porque bien pudiera ser "derivado de", precisamente). Esa incapacidad/impotencia bien pudo ser la causa de su violencia, de su destrucción de todo aquello que pudiera sacarla a la luz, la debilidad de "los otros" pudo hacerle creer que aumentaba la suya, ya de por sí bastante alta. No estoy estableciendo ninguna teoría (sería pretencioso por mi parte y, sobre todo, ingenuo) sino que quiero encontrar una respuesta, algo que me lleve a comprender qué hay detrás de todo acto violento, terrorífico, indiscriminado, y qué mueve a quienes lo abanderan y lo practican. Pienso que la mente es el motor de todo lo que hacemos y sentimos, y los actos y pensamientos aberrantes surgen cuando somos incapaces de controlarla, de encauzarla, de interpretarla en sus manifestaciones racionales y/o sentimentales. Asumir la realidad es el primer paso para alcanzar la cordura, ¡pero qué difícil nos resulta comprender eso! Y si no, que se lo pregunten a Aznar, y a Rajoy, y la Batasuna, y a ETA, y a los maltratadores y asesinos de mujeres, y a Bush, y a los de la COPE, y a Bin Laden y seguidores, y a todos los torturadores, y a los dictadores y fascistas que aún quedan en el mundo... No todos son iguales, por supuesto, ni siquiera comparables, pero sí manifiestan distintas formas de violencia, unas verbales y otras físicas en mayor o menor grado, con las que pretenden ocultar su impotencia, su incapacidad, su miedo al otro y, sobre todo, a sí mismos. ¡Qué pena!
¡Hay que ver a lo que me ha llevado una frase dicha en una tertulia de la radio por un sociólogo!
Lluvia y poesía.
2 comentarios:
No deja de sorprenderme como sigues sumando vida a los años y no solo años a la vida. Bsitos, preciosa.
Pues Alberto, cariño, ahora tengo un lío enorme porque por el comentario podrías ser cualquiera de los dos Albertos que conozco... A los dos os quiero mucho, aunque no igual, y sé que soy correspondida por ambos, aunque tampoco igual. Jajaja, ¡qué lio!
¿Eres Alberto o Al?
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