Esta mañana, temprano, caminaba por el Paseo del Prado entre Neptuno y Cibeles y el olor a tierra mojada me ha devuelto a la infancia, cuando iba con mi abuela a jugar al Retiro, que estaba cerca de mi casa. ¡Dios, era el mismo olor! No sabes por qué unas veces un determinado olor no te retrotrae a nada o a ningún lugar especial y, sin embargo, en otros momentos, quizá porque nuestra mente está más receptiva o la sensibilidad a flor de piel, vuelves a sentir dentro de ti algo que te devuelve a otros tiempos con toda la intensidad. Eso me ha pasado hoy, y es que alrededor del pequeño jardín que rodea el monumento a los caídos estaban los aspersores puestos a todo meter, cruzándose los chorros de agua unos con otros y recreando un ambiente de pequeña cascada vaporizada que invitaba a meterse debajo. El sol, todavía templado, se filtraba entre las hojas de los árboles formando, al reflejarse en el agua, una cortina brumosa blanquísima, tamizada por las diminutas gotas. En algún momento, un pequeño arco iris sobre el césped. Magia, pura magia, en medio de la ciudad, con los coches trotando a mis espaldas, y yo sin poder quedarme allí hasta que la magia pasase.
No llevaba la cámara de fotos y me he llamado jilipollas.
Magia y poesía.
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