Eso es lo que voy a hacer: salir corriendo este finde largo pa no ver ondear las banderas de la estupidez por las calles de mi Madrid, calles que, para mayor desasosiego, encima están pegaítas a mi casa. Jamás en mi vida he empuñado una bandera ni símbolo alguno. Miento, llevé una vez un pin de la bandera de Escocia porque me la regaló Campbell, un noviete escocés de juventud... que era una delicia de persona aunque algo cervecero, y era capaz de beberse él solito todos los bidones de cerveza de un pub. También llevé una vez, por unas horas, una banderita bávara que me regalaron en una cervecería de Múnich.
No creo en los símbolos patrios, ni me gustan. Bueno, es que en realidad me la repampinflan. Nunca me he sentido de ningún lugar determinado, o más bien puedo decir que me he sentido de todos. Si he ido a Japón me he sentido japonesa (¡que mira que es difícil!); si ha sido Francia, francesa; si Guatemala, guatemalteca; si Cataluña, catalana; si Murcia, murciana... Y así en cualquier otro lugar al que haya viajado. Nunca he alardeado de española porque me parece de una estrechez mental apabullante y más aún en mi propio país. Me siento tan bien y tan mal (según en qué momento) en España como me puedo sentir en cualquier otro país. Y ahora, en estos días donde los despropósitos se agigantan, en los que un vocero, o el padre de todos los voceros, un señor al que le gustaría más que a un tonto un palote gobernarnos, con ínfulas de caudillo y la bandera de telón de fondo (le faltaba el palio), al que cuando miente (que son muchas veces) se le dispara de pronto el ojo izquierdo como si se le hubiese incrustado una viruta y adquiere aspecto de sátiro, el que está levantando su propia cruzada contra las supuestas ordas separatistas como antaño se levantó contra las republicanas; ese señor cuya única misión parece ser, en aras de hacerse con el poder, provocar el miedo y el desconcierto al tiempo que proyecta sus obsesiones sobre los demás; ese patriota con complejo de vampiro que lo mismo le da chupar la sangre de los vivos que de muertos (los de la memoria de la guerra y los del terror etarra); ese buen ciudadano cristiano que defiende con pasión la enseñanza de la religión (supuestamente la única y verdadera) y denosta con idéntico ímpetu la enseñanza cívica; ese cateto nacionalista español, papizotas, que niega el derecho a que otros defiendan el suyo (aunque yo no comparta ningún nacionalismo, niego aún más los que son excluyentes); ese rancio demócrata que recurre leyes sobre la libertad y la igualdad de las mujeres; ese machote de pacotilla que quiere impedir que las parejas homosexuales tenga los mismos derechos que las demás; ese sucio navajero de la política, mire usted por dónde, pretende que yo se siga, que me adhiera a sus posiciones alucinatorias, que renuncie al más elemental sentido común, que castre mi cerebro, que defienda una tal España que no solo nunca ha existido sino que nunca podrá existir salvo por la fuerza, como lo hizo ese dictador al que sólo condena "un poquito" no vaya a ser que los fachas no le voten; ese doloroso personaje -porque me duele lo que dice y hace- quiere que yo y otros muchos como yo le votemos... A mí, aparte de dolerme, me insulta con su estupidez y su banalidad. No sé si ganará las próximas elecciones, pero si lo hace creo que sentiré unos irreprimibles deseos de marcharme a otro país en el que no me maltraten. Lo malo es que no me lo podré permitir.
Me queda el recurso a la pataleta, y aunque no es precisamente el mejor, al menos me quedaré más agusto. Y lo hago con esta foto que me han enviado y la cual he manipulado cambiando la bandera y poniendo una blanca, la de la paz, la de la convivencia, la del respeto, la única que todos deberíamos defender, la única que yo sí enarbolaría.
¡Y un huevo si piensa que yo le voy a votar!
Libre pensamiento y poesía.
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