Bitácora de Isabel Huete
22 febrero 2008
Ir de voyeur
Hay días, como hoy, en los que cuando salgo del metro y me encuentro ante las escaleras, me apetecería sentarme en el primer escalón y pasarme la mañana viendo pasar a la gente. Es, creo yo, como una necesidad de salir de mi propio mundo y adentrarme pacíficamente en el de los otros, sin hacer ruido, intentando adivinar, en ese instante que es su pasar ante mi mirada, lo que ocupa sus cabezas.
La observación de los otros es una costumbre que adquirí siendo todavía una niña, a raíz de la escucha clandestina de un programa de radio; y digo clandestina porque lo escuchaba a escondidas de mis padres, pues se suponía que era para adultos. Claro, que subvertir el orden familiar establecido siempre fue una de mis especialidades. La ficción del programa consistía en que un pasajero del metro, siempre el mismo, mediante la observación de sus compañeros y compañeras de vagón, intentaba adivinar sus vidas mediante la observación de sus caras y ademanes. A mí me apasionaba ese juego de adivinanzas, como si fuese yo la que observaba. Y a partir de entonces, cuando ya tuve edad suficiente para ir sola en metro, lo he practicado con bastante asiduidad. Es una intromisión silenciosa y con buena carga de fantasía, pero hacerlo me ayuda a pensar que mi vida, lo mío, no es más importante, ni menos, que lo que se esconde tras la mirada de los demás. Creo que es un ejercicio de humildad que me reconforta, me hace sentir bien.
Con demasiada frecuencia, lo nuestro, lo que nos ocupa y preocupa, nos parece que es lo único digno de atención, lo más importante que puede pasar, y como lo vivimos con tanta intensidad, nos cuesta creer que no destaque en MAYÚSCULAS, en rojo y negrita, y en primer lugar, entre las prioridades de los demás, ser lo primero que debe ocupar su tiempo y su esfuerzo. Y claro, es difícil que sea así porque la mayoría queremos lo mismo, porque todos pretendemos captar la atención de los otros, ser importante para ellos, convertirlos en nuestros aliados, nuestros protectores, atraer su cariño. Al sentir el posar de su mirada sobre nosotros es como si cobráramos una nueva dimensión, nos creemos más grandes.
No está mal desear todo eso, pero no podemos olvidar que la mirada más engrandecedora es la que nos dirigimos a nosotros mismos, la que anima y perdona, la benevolente y la crítica, la que unas veces odia y otras ama, la que instruye y la que reconoce el error, la que sueña y la realista, la que recuerda y la que olvida... La que, en definitiva, sabe vernos y se apasiona con lo nuestro.
Mirada y poesía.
Publicado por Isabel Huete en 13:30
Etiquetas: Lo nuestro, Metro
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