Ése es mi caso. No necesito cuantificar o medir nada de lo que me rodea para ser feliz: ni el dinero, ni el amor, ni el trabajo, ni los amigos, ni la familia, ni el reconocimiento, ni tan siquiera el sexo; todo tiene valor en sí mismo. No siempre fue así, lo reconozco, pues hubo un tiempo en el que la posesión material o afectiva eran el objetivo a conseguir, la razón de mis despertares y el recuento habitual de mis noches en conversación con la almohada, o el perro, o el gato.
Si no he tenido hijos ha sido porque, aún pudiendo haberlos tenido, no encontré la persona con la que me apeteciera compartir tal responsabilidad; también puede ser que no quisiera encontrar a nadie por ser yo quien no quisiera asumir tales obligaciones, cuestión que no descarto. Tuve un marido que me duró tres años en los que envejecí diez de tanto librar batallas estériles. Estudié la carrera que deseaba creyendo que ser licenciada me aportaría mayor grado de reconocimiento y sólo conseguí que, dada mi tendencia a decir lo que pienso, me ningunearan allá por donde aterricé, salvo honrosas excepciones que nunca olvidaré. Mi carácter coloquial y expresivo tampoco ayudó a que se fijarán más en mis circunvalaciones cerebrales que en otras que considero innecesario especificar. Eran otros tiempos aunque no demasiado diferentes de los actuales aunque algo hayamos avanzado a fuerza de legislación.
Bebí (quizá para olvidar o para sobrellevarme) durante muchos años y aterricé algunas veces en mi cama sin darme tiempo ni a encender la luz; también empalmé la juerga nocturna con el trabajo y a pesar de los vaivenes de mis neuronas cumplí como debía aunque a disgusto. De una forma u otra siempre procuré vivir a mi manera aunque mis maneras, por estar las más de las veces al margen de la ortodoxia imperante, me acarrearan más perjuicios que beneficios, pero no supe valorar ni lo uno ni lo otro porque la práctica del pragmatismo nunca fue mi fuerte, como tantas otras cosas; al menos eso me procuró no deber nada a nadie ni que nadie me debiera nada a mí.
Mi suerte es que, con más inconsciencia que conciencia, fui forjándome un carácter independiente y rebelde que me ha permitido ser autónoma y autodidacta en casi todo. He hecho profesión de fe de mi libertad para acertar y para equivocarme y los años me han enseñado que perdí muchos de ellos en búsquedas inútiles por infructuoas y que querer tener los bolsillos atiborrados no es más que un lastre que acaba dañando las vértebras lumbares.
Mi suerte es haber ido despojándome de lo que sonaba a hueco y haberme quedado con la melodía que invita a bailar a los sentidos y al corazón. Desechar lo fútil es desprenderse de la soga que te aprieta hasta robarte el aire, renunciar al tedio o a la desidia y recobrar la mobilidad de la mente y del cuerpo. El cuerpo no nos puede ser ajeno cuando el desvarío nos acosa porque es su primera víctima. El Yo es nuestra principal responsabilidad y llevarlo a navegar por aguas serenas con el viento a favor es cumplir con una responsabilidad obligada. Un Yo sin carta de navegación ni brújula aboca a la nave al hundimiento seguro.
Mi suerte es haber conseguido asumir la responsabilidad que tengo respecto a mí; mirarme en el espejo y encontrarme sin dejar de enamorarme de sus brillos, descubriendo miles de vidas más allá de los perfiles de mi imagen. Mi suerte es haber llegado a ser como siempre soñé ser y mostrarme sin miedos.
He crecido (y seguiré creciendo) hasta donde he podido: soy una viruta de grano en un silo a rebosar, pero la pequeñez es lo que menos me importa porque seré la primera en salir volando cuando se abran las puertas.
Suerte y poesía.
13 comentarios:
Je, je... nos parecemos.
Un besazo, reina.
Yo creo que cuidar de uno mismo es lo más difícil, porque nosotros no nos vemos con objetividad, nos vemos desde dntro. Y sialguna vez aprendiera a ser responsable de mi misma, estaría más que orgullosa, así que, enhorabuena. :D
Un beso.
PD: ¿Y si me enfado sólo con algunos científicos?
Te repito lo mismo que ya te dije, tienes realmente una suerte inconmensurable, poca gente asume el mayor y principal de los compromisos, y el más duro, Uno Mismo.
Envídio tu entereza y aprendo de ella, mi querida Isabel.
Besos excepcionales para una "viruta" excepcional.
Marian
... como la zarza que baila con el aliento del mundo.
Montones de besos.
Es solo literatura, por supuesto que para nada sois todas unas putas. Conoces mi devocion por todo lor elacionado con el sexo opuesto ;-)
¡Qué precioso lo que dices! ¡Bellísimo! Darse cuenta de que has llegado a TU libertad a TU yo. Genial. Muchos besotes, M.
¡Cuánto de mí! Gracias. Àngela
Agradezco vuestra sensibilidad. Sois un lujo.
ÁNGELA, no me des las gracias. Siempre que escribo estas cosas me acuerdo de ti porque sé cuánto tenemos en común.
Te echaba de menos.
Por todo eso haces bien en llegar a tu presente y poder reírte, feliz, en un autobús. Qué miren. Que envidien.
Besos.
Has vivido y sigues viviendo.
Yo, aún ignoro todo "eso". Quizás seas tú la cara y yo soy la cruz. Mi "yo" no sé dónde está o no lo reconozco o se disperso en cinco cachitos.
Isabel, ya no me busco.
Mañana vuelvo al hospital, por la mañana y estoy aterrada, me dirán, creo, ya, los resultados. Piensa mucho en mi, eh!!
Te quiero, nena.
Miles de besos directos a tu corazón
Y yo tuve la suerte de encontrarte en este madejón entreverado...un abrazo enorme, amiga!
Besos del REL
..."seré la primera en salir volando cuando se abran las puertas"...
y si así saldremos todos, algunos a empellones... ¿para qué tanto formulismo y convencionalismo que como bien dices nos ahoga tanto?...
No obstante los hijos no se pueden obviar, están aquí porque fue nuestra voluntad. Y si existen, hay que ponerse ciertos límites para que no salgan corriendo...
Bellísimo texto.
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