Bitácora de Isabel Huete
28 agosto 2007
Entre luces y sombras
Miguel de Unamuno
Ya comenté al iniciar este blog mi admiración por el viejo profesor, es por eso que traigo a colación esta frase que, creo, refleja de alguna manera esa ambivalencia que se produce ante lo bueno y lo malo que nos ocurre o que nos rodea. Es la complicada coexistencia entre el lado oscuro y el luminoso de la vida.
La felicidad parece ser que existe, aunque también creo que en ningún caso completa, y quizá sea ese porcentaje de infelicidad que siempre arrastramos lo que la convierta en algo difícil de digerir porque, hagamos lo que hagamos, siempre se nos presenta con alguna tara, inmadura, a medio cocer, quizá demasiado salada o demasiado dulce, o quizá con fecha de caducidad; acaso también la deseamos y perseguimos con demasiada insistencia, sin darnos cuenta de que no es algo que debamos alcanzar sino que hay que desarrollar; que no es un elemento ajeno a nosotros sino que nace, crece, se reproduce y muere en nosotros.
Y para comprender eso deberíamos someternos a nosotros mismos a un tercer grado, con el foco de la humildad escrutando nuestro yo, admitiendo las evidencias, buenas y malas, no como una derrota sino como un destello de sabiduría, como un acto de valentía. Yo no sé si Unamuno, cuando escribió, o dijo, esa frase, se basaba en esta idea de felicidad o en otra, pero para mí tiene ese sentido: mirarse en el espejo y reconocerse con todos los detalles resulta muy indigesto, pero no creo que haya otro camino para empezar a ser feliz. Al menos hay que intentarlo. No importa qué hagamos con nuestro rostro, con nuestro pelo o con nuestra vestimenta si sabemos quién se esconde tras ellos y dejamos que los demás también lo sepan.
Hasta hace bastante poco tiempo, siempre había pensado que mostrarse nos hace demasiado vulnerables, pero ahora creo que es así efectivamente si uno no acaba de aceptar lo que ve bajo su propia piel. Curiosamente, nuestra ceguera la convertimos en visión inmejorable en los demás y nos invade el miedo a que descubran aquello que a nuestros propios ojos ocultamos; su mirada la hacemos nuestra, su aprobación nos enaltece y su desaprobación nos humilla, procuramos mostramos como creemos que el ojo ajeno quiere vernos porque en el fondo pensamos que los demás son siempre mejores que nosotros... Y sin embargo, creo, pienso, me atrevo a afirmar si me coloco en el lado de los otros, que lo que más deseamos es que ése/ésa que tenemos delante, ése/esa que se oculta y no es quien es, se quite la máscara y llore y ría sin miedo, porque la verdad es sinónimo de belleza, y a la belleza todos deseamos abrazarla, y compartirla.
El aprendizaje es largo y costoso, y no oculto que yo no he perdido todavía el miedo a la imagen que el objetivo de los demás pueda capturar de mí, pero cada día, al levantarme y mirarme en el espejo, me digo que lo que viví ayer y los esfuerzos que hice para perder el miedo me han hecho un pelín más sabia, ¡y qué coño, que no seré perfecta pero ya quisieran muchas -y muchos- ser, sentir, y estar como yo!
Y he elegido esta foto que hice en la costa norte de Tenerife porque esa planta es misteriosa y bella como el universo humano, porque el contraste de su negra silueta con el fondo del mar y del cielo, fundidos en un sólo azul, es como una metáfora del ser y no ser, de vivir en color o hacerlo en blanco y negro, de la risa y el llanto, del amor y el desamor, de la visión y de la ceguera... En definitiva, de la vida.
Luz y poesía.
Publicado por Isabel Huete en 11:20
Etiquetas: felicidad, Miguel de Unamuno, Tenerife, vida
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