Bitácora de Isabel Huete
11 febrero 2008
Ayer/mañana
Ayer, que es lo mismo que hace tres días, bebí más de la cuenta, quizá como un preludio de la tajá que me voy a coger después de pasar este susto tan poco previsto. Y es que estoy convencida de que me tiraré de los pelos por haberme acojonado innecesariamente. Pero, en fin, que tampoco voy ahora a fustigarme por lo que pude hacer y no hice, o por lo que no debí hacer e hice.
Pues decía que el viernes me entajé con motivo de hacer una cata de vinos para elegir el que más nos gustara y servirlo en la exposición que José Mayoral inaugura el lunes próximo en los Madriles. Claro, que la cata era también una excusa para juntarnos varios amigos/as en Tembleque (Toledo) donde vive Mayoral, o Mayo. Benjamín, de familia de esas tierras, está casado con Mª Jesús, o Chusa, que es lo mismo, y aparte de vivir en una casa de ensueño tienen también allí un bar, el Cangillón (si no me equivoco), que sirve unos vinos de La Mancha estupendos, y otros bebedizos más modernos. El bar tiene personalidad, pero sus dueños lo superan. Son acogedores y divertidos, generosos y amigos de sus amigos. Y les va la marchita. A ellos se añadieron Lola, hermana de Chusa, y su pareja Francesco. Lola es como un torbellino, la viva imagen de la vitalidad, sensible y dulce como una torrija al vino. Y su italiano, exquisito y simpático, comedido pero tierno, le va como el zapato de cristal de la Cenicienta. No faltó Sara, la pequeña "campanilla" de Chusa, espigada y guapísima, aunque demasiado enamorada de Harry Potter.
Pues allí nos juntamos todos con Mayo y nos dedicamos a darle al vinazo de La Mancha sin cuartel, aunque todos coincidimos en elegir el mismo para la exposición. Sin duda el mejor, aunque yo para los nombre soy un desastre. Menos mal que Chusa había preparado una de sus estupendas tortillas de patata, la que acompañó de anchoitas de Cantabria, boquerones en vinagre, tostas de salmón, patatas bravas y otras exquisiteces que ayudaron a que el vino subiera más lentamente, pero subió sin que nos resistiéramos. Y claro, las risas nunca pueden faltar en estos encuentros donde la empatía y el apoyo mutuo nunca faltan. El cariño incondicional. Yo sé que, aparte de tener previsto hacer la cata, todos ellos pusieron de su parte lo inimaginable para que yo me olvidara de mis cosillas, y lo consiguieron, ¡vaya si lo consiguieron! Dormí como una bendita.
Y al día siguiente, en casa de Benja y Chusa, cenita italiana, con raviolis rellenos de trufa blanca a la salsa de cuatro quesos, queso fresco asturiano (muy típico pero no recuerdo el nombre), con un regustillo agrio que invitaba a seguir dándole al vino; no podía faltar la pizza, de dos clases, ni la ensalada. Y de postre turrón de chocolate y mazapán del bueno, de Toledo, de los restos que a todos nos quedan de las épocas navideñas. Para mí un lujo porque me priva el dulce. Esa noche no me emborraché porque ya no aguanto dos noches seguidas de mala vida, pero tuve que hacer un esfuerzo porque la marcha, cuando es guapa y está bien acompañada, me tira sin que me dé tiempo a pensar. Y esa noche dormí igual de bien.
Mañana la realidad se impone: sabré si me hacen o no la punción. Espero que sí para espantar definitivamente la inquietud.
Hay que querer, y quererse, y dejarse querer.
Quereres y poesía.
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2 comentarios:
¡¡Qué envidia!! Si es que no hay nada como echarse a la mala vida de vez en cuando.
Pues no te cortes, ya sabes lo que tienes que hacer... :-)))
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