Bitácora de Isabel Huete
28 marzo 2008
Pº Infanta Isabel, 29 - 5º izda. Madrid
A mí soñar no me cuesta nada. Sueño muchísimo y me suelo acordar durante la primera media hora de lo que he soñado. A veces me recreo en los sueños, sobre todo en los que me parecen más disparatados, que casi siempre son los más intensos y los que me provocan más inquietud. Por lo general mis sueños no son caminos de rosas sino todo lo contrario. Mis vidas paralelas oníricas están plagadas de situaciones angustiosas, de relaciones tormentosas, de obstáculos insalvables, de rincones siniestros, escaleras interminables, playas con olas oscuras e inmensas, asesinatos, persecuciones... En fin, que podría componer con ellos un guión de película de terror, incluso gore, del más duro. Y lo malo es que muchos, no conforme con la pesadumbre que me generan, los suelo repetir, supongo que porque debo tener una vena masoquista en algún rincón de mi subconsciente.
Esta noche he vuelto a soñar, como otras muchas veces en mi vida, con la casa de mi abuela Carmen en Madrid. Era -y es- un edificio del s.XIX, de techos altos con artesonados clásicos, grandes ventanales en las estancias principales y un pasillo que desde que la dejamos mo he vuelto a ver pero que de pequeña me parecía un inmenso túnel. El suelo era de grandes tablones de madera que las empleadas que teníamos (pelas no había pero dos empleadas nunca faltaban, eso sí: sin cofia) fregaban a mano, con cepillo de gruesas y duras cuerdas y lejía (no he podido olvidar sus sabañones en invierno). Luego, hasta que se secaban, extendían hojas de periódico sobre las que teníamos que saltar para no pisarlo. A mí eso me divertía mucho.
La casa giraba entorno al pasillo, al que daban todas las puertas de las habitaciones, excepto el comedor, que daba al cuarto de estar y que estaba amueblado con muebles de estilo castellano, tan oscuros que parecían carbonizados, con grandes rosetones labrados en las puertas en cuyo centro había una imagen parecida (quizá lo era) al perfil de Hernán Cortés con su casco incluido. Sobre el aparador colgaba un gran cuadro del Corazón de Jesús, del que había sido muy devoto mi abuelo, y el resto de paredes estaban llenas de fotografías antiguas de las respectivas familias de mis abuelos, incluso creo que había alguna de una de mis tatarabuelas. También recuerdo dos enormes radios, con una de las cuales, la que estaba más escondida, yo jugaba a sintonizar emisoras cuando no me veía nadie porque eran artilugios prohibidos para los niños. Pero a mí, rebelde ya entonces, lo prohibido me atraía especialmente, más aún porque me parecía mágico eso de que de aquella caja salieran palabras y música.
Realmente era una casa que a mí se me antojaba enorme y el peor castigo que me podían inflingir (este es un verbo que no existe, por cierto) era tenerme aislada en lo que llamábamos "el cuarto aquel", el que estaba al final del pasillo, en la otra punta de donde se desarrollaba la vida familiar; un cuarto que nadie ocupaba y que estaba lleno de cachivaches, con un ventanuco por el que apenas entraba la luz de la calle. Y es que los ventanucos a mí me producían terror. Cuando iba al cuarto de baño, que también tenía ventanuco, el rato que estaba sentada en la taza del váter me lo pasaba con la cabeza girada hacia atrás y hacia arriba mirando el dichoso agujero (quedaba justo encima) porque me imaginaba que alguien podía entrar por él y llevarme a no se sabe donde, pero desde luego debía creer que sería un sitio espantoso porque en cuanto acababa salía corriendo como alma que se lleva el diablo.
Yo no sé qué efecto produjo en mi mente infantil aquella casa pero la realidad es que he soñado cientos de veces con ella, y lo curioso es que cuando lo hago, si bien mantengo la distribución de todas las habitaciones, el paisaje interior cambia bastante. Las paredes están pintadas de vivos colores, los suelos son blanquísimos y el mobiliario es de estilo minimalista, es decir, todo lo contrario a lo que había entonces. Siempre suena una música de fondo, y el único cuarto que ocupo es el de estar. Cuando me dirijo a la casa siempre es de noche, la calle está bastante solitaria y a veces me cuesta muchísimo llegar, como si el camino fuese interminable. Luego entro en ella y todo cambia, porque a pesar de no haber nadie más que yo, me siento como acompañada, protegida, lo cual, dentro del propio sueño, lo interpreto como algo irreal porque mis recuerdos de la estancia en la casa de mi abuela no son precisamente muy felices.
La mente tiene algunos pasadizos tan estrechos que creo que nunca lograremos atravesarlos. Lo que me inquieta es esa recurrencia de algunos sueños, como si fueran llamadas insistentes a la puerta y, cuando te decides a abrirla, sólo te encuentras frente a la nada.
Sueños y poesía.
Publicado por Isabel Huete en 15:56
Etiquetas: Abuela Carmen, sueños
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10 comentarios:
Yo no recuerdo los sueños.
Mi casa de Béjar era también con pasillo del terror.
Los sueños con las casas que habitamos en la infancia son recurrentes. A mí también me pasaba. Últimamente no sueño, o no me acuerdo de los sueños, quizá es que no estoy vivo y me he quedado vagando por esos pasillos.
que suerte recordar los sueños !! creo que es un don, casi nunca recuerdo los mios, pero tengo la capacidad de soñar en ese estado donde aun no estas completamente dormida y puedo manipular las situaciones, también si abruptamente despierto un poco, puedo volver al sueño y seguir en lo que estaba ...
saludos
Inflingir no existe pero infligir, sí, Maribel, seguro que es eso a lo que te refieres.
Respecto a los sueños, a mí me persiguen a trvés de ellos las cosas pendientes pero en cuanto las resuelvo, salen volando y me dejan una placidez tremenda. Hay lugares que marcan, desde luego, más de lo que creemos, más de lo que queremos.
Besitos, guapa.
Javier, si no los recuerdas "es porque tienes la conciencia tranquila", como decía mi padre... :-))Besos muchos.
Pedro, todos soñamos aunque no lo recordemos y eso de que hayas dejado de recordar los sueños no sé si es bueno o malo, es un dato sobre la selectividad de tu subconsciente. Digo yo... De todas las maneras, si es que estás muerto, ¡eres un un muerto muy vivo! Besotes
Pacita, ¡bienvenida a esta mi casa! Yo sí creo que es bonito soñar y recordar los sueños, al menos en mi caso, que son como novelones. A mí también me gusta "reiniciar" los sueños que se interrumpen, sobre todo si son buenos, pero la mayoría de las veces no lo consigo :-((
Una beso grande.
Inma, gracias por la aclaración aunque ya lo sabía. Lo que pasa es que yo he utilizado muchas veces lo de "inflingir" (error que está muy generalizado en el lenguaje común) hasta que un amigo me advirtió hace años de su inexistencia y de cuál era el verbo correcto, pero he querido ponerlo erróneamente a la vez que lo aclaraba porque, en el fondo, me gustan esos errores gramaticales arraigados en la costumbre, como eso de "preveer", que a mí me suena mucho mejor que "prever".
A mí los "agujeros negros" de mi vida, si entro a analizar mis sueños, parece que se me han quedado grabados a sangre y fuego, pero en el consciente los tengo bastante controlados. Eso sí, me ha costado un huevo dejar de lamerme las heridas.
Besos corazón.
Una vez soñando, caí de la cama y desperté con los pies y el alma a la misma altura.
Ahora sufro de “somnofobia”, que no sé si existe pero suena bien.
Un besito
Es bonita esa frase con la que empiezas. Oye, Donce, ¿es que no tienes blog? Si lo tienes, me gustaría visitarlo.
Besotes
Isabel, por cierto, que sí he reiniciado mi blog, ha sido un parón por obras en el porqué de mi casa mental. Me ha ayudado, aunque sea simplemente, por el hecho de parar.
ay, los sueños. Yo, sí, sueño mucho, y muchas veces los recuerdo.
sobre todo,es curioso, cuando estoy de vacaciones o más relajada.
Mi hija, sueña un montón y la encanta contarme lo sueños. La pobre, ha perdido su mp4 y me dice que sueña que lo encuentra. Yo, le digo entonces seguro que pasa.
Recuerdo cuando estaba embarazada de mi hijo, que tuve muchas pesadillas, relacionadas con muchas cosas no haciendo referencia a su nacimiento.
También sueño muchas veces con gente que ya no está. Y siempre les veo felices y sonrientes.
ay, la vida...
ay, los sueños.
un beso, Isabel
Pues me alegro que reiniciaras tu blog. Y comprendo perfectamente a tu hija con lo de su mp4 porque a mí se me murió (de viejo) un perro cocker que tenía, al que adoraba, y aún hoy sueño muchas veces con él, después de 20 años... Lo malo es que sueño que se me pierde y por más que lo busco no consigo encontrarlo. Lo paso fatal. Espero que no me pase con mi gato.
El sueño más bonito que tengo de vez en cuando es un beso muy muy tierno de alguien que no puedo reconocer. Luego me paso días recordándolo y me produce mucho calorcito.
Besazos.
Isabel, por cierto, encontramos el MP4, se cumplió nuestro sueño.
un beso, de esos con los que sueñas.
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