Bitácora de Isabel Huete
07 septiembre 2007
Resurrección
Sí, eso es lo que he hecho: resucitar... ¡Menudo trancazo veraniego me he pillao! Odio todas la formas de enfermedad por la parte invalidante que tienen, aunque bien es verdad que unas más que otras, pero lo que más me agobia es lo desprotegida que me hace sentir, lo frágil que me siento. Menos mal que Fígaro, mi gato, siempre está dispuesto a repartir mimos por doquier... ¡y lo que se agradece! Es curioso contemplar a los animales cuando te pones enfermo porque parece como si entendieran que las cosas no van como debieran ir, y sientes su gestos de comprensión y solidaridad como si tuvieran algún componente humano. A veces creo que son más humanos que las personas, quizá porque el instinto de un animal que se siente querido y respetado no sabe de temores, ni de componendas, ni de intereses, ni de desconfianzas, ni de superficialidades.
Otros que han resucitado son los delfines blancos del Yangtse (¿o Yantse?). El otro día leí que, en contra de lo que se creía después del rastreo durante varios meses del río y no haber percibido señal alguna de estos mamíferos, de que se había extinguido, unos pescadores vieron un ejemplar... No deja de ser una buena noticia, aunque no parece que vaya a poder evitarse su desaparición.
El que no resucitará, por desgracia, es Lucciano Pavarotti... Al menos nos deja su voz, su estar, su simpatía, su gran humanidad grabada en miles de reportajes y DVDs. Siempre le he tenido gran cariño y admiración porque gracias a él me empezó a interesar y a gustar la ópera. Me regalaron, cuando todavía funcionábamos con cassettes, su magnífica grabación Tutto Pavarotti, quizá la que le dio más popularidad entre los que considerábamos la ópera un arte para gente bien, para privilegiados, y además nos parecía, aparte de un poco "rollo", un tipo de composición e interpretación musical difícil de entender, destinada sobre todo para el oído de la gente culta. Bueno, que nadie crea que porque ahora me guste la ópera (a la que no suelo asistir porque lo que no ha dejado de ser es un arte para gente con pasta) me he convertido en alguien más culto de lo que podía serlo antes... Sencillamente he ampliado mis gustos musicales, lo cual nunca está de más.
Esa apertura sensorial e intelectual a la ópera que se despertó en mí gracias a escuchar la voz de Pavarotti, me permitió disfrutar de una de las experiencias musicales más hermosas de mi vida, hace ya... años. Estuve en Roma durante unas vacaciones en casa de Teresa, una amiga que trabajaba en el Consulado español y una noche me decidí por ir a ver Nabucco. No supe (ni sé ahora) si la interpretación fue buena o mala (no cantaba Pavarotti), ni tampoco la puesta en escena (factor importante en la ópera), pero lo cierto es que a mí me pareció sublime. Y no sólo me lo pareció porque me emocionó profundamente, sino porque, para más inri, el escenario eran las Termas de Caracalla, en una noche romana de luna llena, con una potente carga de magia. Creo que ahora ya no se puede utilizar el marco de las Termas para ningún tipo de eventos, incluso las visitas parece que están muy restringidas, si no prohibidas, porque el deterioro de ese impresionante monumento romano es importante, así que me considero realmente afortunada por haber aprovechado aquella oportunidad aun no siendo ninguna entendida (ahora tampoco) en ópera.
Pero aparte de la ópera propiamente dicha, hay una canción que Pavarotti ha interpretado como nadie y que cada vez que la escucho cantada por él (que lo hago bastante a menudo) se me ponen los pelos de punta: Caruso. Si alguien no la conoce y la escucha, especialmente los melancólicos/as, estoy segura que me lo agradecerán. Se mete en el alma y la eleva más allá de lo que uno pueda imaginar. Al menos así lo siento yo. Pero, ojo, tiene que estar interpretada por este genio de la ópera. Cualquier otra versión no le llega ni a la suela del zapato.
Han ocurrido muchas otras cosas esta semana, pero no he querido enterarme demasiado, lo justo para seguir formando parte de la vida que me rodea por horrenda que en muchos momentos pueda parecer. He preferido contribuir a mi resurrección escuchando música, de la buena, y empezando un nuevo libro: Pelando la cebolla, de Günter Grass. De momento me está enganchando, lo que significa que lo leeré entero, así que cuando lo termine comentaré qué me ha parecido.
Salud y poesía.
Publicado por Isabel Huete en 12:19
Etiquetas: Caruso¨, delfines blancos, Günter Grass, Ópera, Pavarotti
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2 comentarios:
pobre perro
Sólo están derrengado, durmiendo, tan feliz en el sofá, como estaba yo con mi trancazo.
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